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sábado, 1 de noviembre de 2025

Nota para una ecología política de nuestra América

Si un ambiente distinto ha de ser expresión de una sociedad diferente, establecer esa diferencia y los medios para construirla ha de ser una tarea central en la formación y desarrollo de la cultura que nuestro tiempo liminar demanda para hacer sostenible el desarrollo de nuestra especie.

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá

“la intervención humana en la Naturaleza acelera, cambia o detiene la obra de ésta,”  y […] “toda la Historia es solamente la narración del trabajo de ajuste, y los combates,  entre la Naturaleza extrahumana y la Naturaleza humana”.

José Martí[1]


El límite entre un tiempo que ha sido y otro que está por ser constituye una zona gris entre un pasado que persiste y un futuro que va siendo constituido en torno a diferentes opciones de mañana. Así, en lo que hace a nuestro tiempo el filósofo eslovaco Richard Stahel (1974) ha planteado que nos encontramos

 

en un precario ámbito temporal y espacial, a caballo entre las fronteras de diferentes épocas. Este estado de transición surge a medida que la familiar y tranquilizadora era del Holoceno se desvanece gradualmente, mientras que la llegada de la era post-Antropoceno permanece esquiva e indefinida. En medio de esta fase de transición, la ambigüedad se vuelve omnipresente. Las certezas del pasado se desvanecen progresivamente, para dejarnos lidiando con las realidades inciertas e indefinidas del futuro. En esta era del Antropoceno, caracterizada por su liminalidad, nuestra existencia está impregnada de una sensación de imprevisibilidad y duda. [2]

 

En este ámbito de límites imprecisos, dice “observamos la disolución gradual de patrones ecológicos previamente estables”, que hasta hace poco definían el ‘espacio operativo seguro’ del desarrollo humano.[3] Así, procesos como el cambio climático y la erosión de la biodiversidad actúan como agentes disruptivos que – en sí mismos y en su interacción – desestabilizan y reconfiguran “los cimientos fundamentales de nuestra existencia —la delicada interconexión de la vida.

 

Parte del problema radica en que el gris de esta zona histórica se nutre de la descomposición de los marcos de referencia que otorgaban sentido al tiempo anterior antes que de la construcción de marcos de referencia a un tiempo nuevos e innovadores. En lo ambiental, por ejemplo, podemos identificar esa fractura inicial en el discurso pronunciado por Fidel Castro en Cumbre de la Tierra, organizada por las Naciones Unidas en 1992. En ese marco fue planteada la necesidad de pasar del desarrollo como un proceso universal de crecimiento económico sostenido, bienestar social creciente y vida en democracia constante a otro que además fuera sostenible en su relación con los recursos naturales de los que dependía todo lo anterior.

 

La promoción del desarrollo así entendido había sido un objetivo explícito dominante en la organización internacional del sistema mundial establecida a partir de la creación de las Naciones Unidas en 1945. Para la década de 1990, sin embargo, ese objetivo no había sido logrado, y las consecuencias ambientales del crecimiento desigual y combinado del mercado mundial se habían convertido en un factor de conflicto de creciente complejidad en el sistema internacional. 

 

A ese conflicto, para muchos de orden económico y tecnológico, se refirió Fidel Castro en términos que hoy llamaríamos de ecología política al señalar que

 

Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre. Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo.

Es necesario señalar que las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad. Con solo el 20 por ciento de la población mundial, ellas consumen las dos terceras partes de los metales y las tres cuartas partes de la energía que se produce en el mundo. Han envenenado los mares y ríos, han contaminado el aire, han debilitado y perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer. […] El intercambio desigual, el proteccionismo y la deuda externa agreden la ecología y propician la destrucción del medio ambiente. […] Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre.

[…] Cesen los egoísmos, cesen los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño. Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo.[4]

 

En el marco de ese proceso, para 2015 el debate sobre el cambio climático – tan estrechamente asociado a la dependencia de combustibles fósiles que constituye la estructura profunda de nuestras relaciones con el entorno natural– alcanzó una especial intensidad en la conferencia convocada por las Naciones Unidas en París en diciembre de 2015 para negociar metas comunes -y compromisos de los estados para cumplirlas- para limitar el calentamiento global a entre 2 y 1.5 grados por encima de los niveles preindustriales. En ese marco, el Vaticano dio a conocer la encíclica Laudato Si’, del papa Francisco, dedicada al cuidado de la Casa Común, donde planteaba lo siguiente:

 

Cuando se habla de ‘medio ambiente’, se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.[5]

 

Este planteamiento insertó en el marco en el debate la interdependencia conflictiva del vínculo entre lo ambiental y lo social en el análisis y las propuestas de política ante la crisis que encaramos. Esto hizo de Laudato Si’ un documento sui generis de ecología política, que vino a socializar el planteamiento de la crisis ambiental al introducir, juntos a los procesos ecológicos que afectan el “espacio operativo seguro” del desarrollo humano en la biosfera, la desigualdad social subyacente a las conductas humanas que contribuyen al deterioro de ese espacio a partir de una interacción negativa entre la historia natural y la social de nuestra especie. 

 

Con ello, lo social pasó de ser un resultado negativo de un proceso natural a convertirse en un factor activo de un proceso ambiental que aún no recibe aún el peso que demanda en el debate internacional sobre la crisis socioambiental. Esto, a su vez, encubre y distorsiona la que quizás sea la lección más importante que emerge de la crisis: que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades diferentes, en un proceso que pasa por forjar y formar a los sujetos colectivos que esa tarea demanda.

 

Ante esta urgencia, cabe recordar aquellos cuatro principios para la formación de los movimientos sociales que demanda la transformación de la realidad, planteados  por Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, de 2013, para “el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común hacia la paz dentro de cada nación y en el mundo entero.” [6] El primero atiende a la tensión “entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae.” 

 

Al respecto, dice Francisco, esa tensión nos advierte que “el tiempo es superior al espacio.”  Darle prioridad al espacio, añade, lleva al intento de

 

tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. […] Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos.

 

A su vez, ese proceso de construcción genera un conflicto que debe ser asumido para no perder “el sentido de la unidad profunda de la realidad.” Aquí cabe resolver y transformar el conflicto en el eslabón de un nuevo proceso”, para desarrollar “una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda.” Así, un segundo principio consiste en que “la unidad es superior al conflicto” pues genera un modo de hacer la historia en el que las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme a partir de “la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna.” 

 

Ese proceso demanda a su vez un diálogo entre la realidad y las ideas que aspiran a expresarla, evitando que ambas se separen y se enfrenten. Esto define un tercer principio: la realidad es superior a la idea. La idea desconectada de la realidad “origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento.” 

 

Y a esto se agrega que para la construcción de una cultura y una política nuevas el todo es superior a la parte, pues permite trascender la tensión entre la globalización y la localización, que demanda por un lado “prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana”, sin perder de vista “lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra.” Por lo mismo, “hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. […] Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia,” buscando facilitar “la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos.”

 

Se trata, en breve, de trascender el carácter liminar de nuestra circunstancia mediante la construcción de una socialidad que abra paso a una política correspondiente a lo aprendido y lo anhelado por nuestros pueblos a lo largo de nuestros quinientos años de presencia activa en el sistema mundial. Si un ambiente distinto ha de ser expresión de una sociedad diferente, establecer esa diferencia y los medios para construirla ha de ser una tarea central en la formación y desarrollo de la cultura que nuestro tiempo liminar demanda para hacer sostenible el desarrollo de nuestra especie, hoy amenazada por el riesgo de que lo peor de nuestros tiempos llegue a convertirse en lo más peligroso de los tiempos venideros.

 

Alto Boquete, Panamá, 31 de octubre de 2025



[1] Artículos varios: “Serie de artículos para La América”. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XXIII, 44.

[4] Discurso pronunciado en Río de Janeiro por el comandante en jefe en la conferencia de naciones unidas sobre medio ambiente y desarrollo, el 12 de junio de 1992. https://rds.org.co/es/novedades/discurso-de-fidel-castro-en-conferencia-onu-sobre-medio-ambiente-y-desarrollo-1992

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