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sábado, 20 de diciembre de 2025

2025, el año de Donald Trump (desgraciadamente)

Donald Trump deja su marca indeleble en el año que culmina. Es la marca de Calígula, de Nerón, de los emperadores de los imperios en declive que, degenerados, son letales incluso para el orden del que son producto y dicen defender.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 

Donald Trump es expresión del tiempo de decadencia del imperio estadounidense que, como una estrella roja antes de convertirse en una enana blanca, fagocita su entorno intentado sobrevivir desesperadamente.

Lo malo para nosotros, entorno inmediato del imperio, es precisamente eso, que su voracidad decadente nos tiene a mano y con su poderío militar indiscutible se pasea orondo especialmente en su Mare Nostrum, que es el Caribe.
 
Como sus predecesores imperiales que hemos mencionado antes, Donald Trump sufre de incontinencia verbal e insulta a diestra y siniestra a quien le caiga mal o lo coja de mal talante. Esto pasa especialmente con las mujeres a quienes llama estúpidas, tontas, cerditas o feas. Un dechado de caballerosidad el tal presidente Trump.

Al igual que ellos, es veleidoso. Cambia de opinión, de desdice, amenaza y no cumple, y usa vocabulario de gringo aspaventoso: a su mega proyecto legislativo lo llamó “gran y maravillosa ley”, y sus colaboradores más cercanos son “fantásticos” o “increíbles”. Califica todo lo que hace de forma superlativa, sin comparación, algo así como lo máximo a lo que se puede aspirar.

Es, también, un gran mentiroso. Miente sin el menor rubor. Lo interesante es que las mentiras que dice siempre dan información que le favorece. La última que lanzó por su red social Truth fue que los venezolanos le habían robado a los Estados Unidos el petróleo que yace en el subsuelo de Venezuela. Bueno, eso más que una mentira parece delirio.

Evidentemente, los estadounidenses eligieron a un enfermo, y, como bien se dice, cada pueblo elige al gobierno que se merece. El problema, sin embargo, es que los Estados Unidos, en su etapa de estrella roja, y con ese enfermo en la silla presidencial, se ciernen sobre nosotros.

Donald Trump es síntoma del históricamente largo período de decadencia del imperialismo de los Estados Unidos y de la transición hacia otra cosa que aún no termina por definirse, pero que va apareciendo poco a poco con adelantos y retrocesos. Parece con bastante certeza que lo que se perfila en el horizonte será un mundo con el poder más repartido, que se da en llamar multipolar. Eso no excluye que en el horizonte mundial no existan gigantes como China e India, y otros menores, pero también poderosos, con los que también corremos el riesgo de que asuman papeles con ínfulas imperiales.

América Latina ha sufrido siempre la condición de región periférica en el mundo. No es un destino fatal, sino el resultado de nuestro pasado colonial y de su pervivencia a través de las estructuras creadas durante ese período genésico. Nuestras clases dominantes son culpables mayores de esta situación por atrasadas, lambisconas y genuflexas, pero no solo ellas. Ya Bolivia nos mostró recientemente que la miopía y la visión de campanario de quienes apuestan por proyectos diferentes pueden tener un peso determinante. 

Esos son obstáculos mayores para que tuviéramos una presencia más contundente en el mundo. Otro es nuestra sempiterna desunión, nuestra actitud de familia en eterno pleito, lo que nos hace débiles ante los desquiciados como Trump, los oportunistas como los europeos (otros que en este año mostraron el endeble material del que están hechos), o las emergentes nuevas potencias que quién sabe cuán cargada traigan la mano. Una máxima que debíamos de haber aprendido desde hace mucho tiempo es que no está mal ser desconfiados.

Como corolario del “año Donald Trump“, su ejemplo ha cundido en nuestras tierras. Hay cada vez más presidentes que siguen su magisterio derechoso, mentiroso, malcriado y aspaventoso. Son malas noticias. Ha sido un año malo y peligroso, pero hay reservorios de dignidad y lucha. No hace falta enumerarlos. No solo debemos reconocerlos y agradecerles el esfuerzo que les significa, los males que les causa, sino también apoyarlos. 

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