Vivimos un tiempo peligroso, de muchos riesgos, algunos apenas contenidos como esperando que las condiciones lo permitan para salir a hacer mayores desmanes que, tal como vemos las cosas, contarán con el aplauso entusiasta de grandes mayorías.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Es difícil no sonar alarmista o incluso apocalíptico ante lo que está sucediendo en el mundo. No hablaré esta vez de los grandes peligros que se ciernen sobre la humanidad, el de la guerra atómica devastadora, el del cambio climático, por ejemplo, con el que nos aproximamos como desquiciados al borde del precipicio.
Hay todo un variado menú de lo que él y su equipo han hecho en menos de un año de mandato. Son como una banda de forajidos que tienen las armas más poderosas del mundo, se jactan de ello y las usan para amenazar a diestra y siniestra. Pareciera que el único que hasta ahora se ha librado es Vladímir Putin, cuyo equipo ha mostrado su complacencia con el último documento que ha publicado la Casa Blanca, su Estrategia de Seguridad Nacional.
En lo que a América Latina toca en este redireccionamiento de la estrategia norteamericana no hay medias tintas ni ambigüedades: la administración Trump apela explícitamente en ese documento oficial a la Doctrina Monroe -a la que, de forma efectiva, los Estados Unidos nunca han renunciado- que durante la primera mitad del siglo XX actualizaron con corolarios específicos, lo mismo que hace Donald Trump ahora.
En esta oportunidad busca reforzar el dominio estadounidense sobre lo que ellos llaman el hemisferio occidental, por los buenas o por las malas, pero dada la enumeración de estrategias específicas que menciona, prioriza las malas.
De ello ya está dando cuenta en estos días con el cerco que está tendiendo por mar y aire a Venezuela. Todo lo que ahí hace está reñido con el orden internacional, pero eso le importa un comino, no va con él.
Lo que ha hecho en los últimos meses no debería ser tolerado por nadie, menos aun lo que hizo la semana que termina, asaltar un barco petrolero con petróleo venezolano en el océano y luego decir desde su escritorio en su oficina, con todo cinismo, que se quedará con el combustible.
Eso es piratería, literalmente un robo a mano armada. Sin embargo, es visto impávidamente por muchos que deberían estar reaccionando y condenando el hecho. Entre ellos, la ONU, que no dice esta boca es mía, no emite declaración alguna ni, mucho menos, toma medidas. Una organización que está siendo relegada a la intrascendencia, que no tiene participación en donde debería estar siendo un factor de primer orden, en la guerra de Ucrania, en Gaza y, cómo no, en lo que está haciendo la administración norteamericana en el Caribe.
Lo que hace Trump ahí no se limita a Venezuela, aunque ese sea el epicentro y foco de sus acciones. También está Colombia, a la que lanza amenazas de matón cada vez que abre la boca, que difama e insulta a su presidente. Y también México, sobre el que cierne un manto de incertidumbre no solo con sus aranceles sino con la posibilidad que intervenga militarmente en el país.
Habría que seguir la lista del intervencionismo grosero de Trump, pero sería la de nunca acabar, agregar cómo se inmiscuyó en las elecciones hondureñas y en las argentinas, por ejemplo, para no hablar de su relación con El Salvador y Nayib Bukele, específicamente con su cárcel conocida como el CECOT, que se ha convertido en sucursal de la que tienen en Guantánamo.
El ejemplo de Donald Trump cunde por el mundo. Aparecen por todos lados los trumpitos, los émulos del ególatra ignorante de Washington, cada uno con ideas y planes que imitan a los de Hitler, a los de Mussolini, a los de Francisco Franco, el dictador español cuyos crímenes siguen impunes.
Y no es que al frente tengan en la arena política alternativas viables. Lo que hay es, generalmente, la derecha “tradicional”, la que guarda un poco las formas, pero que en el fondo está de acuerdo con lo que las derechas de nuevo cuño dicen sin pelos en la lengua.
Han podido ascender y posicionarse porque son populares, un apoyo, por demás agresivo, al que le importa poco las calidades éticas de quienes apoyan. La humanidad ya ha pasado por estas, la popularidad no es sinónimo de estar en el camino justo. Inmensamente populares fueron Hitler y Mussolini, ya lo sabemos, y también sabemos cómo terminaron ellos y los pueblos que los apoyaron.
En nuestras pequeñas vidas cotidianas lo que priva es la impotencia de poder hacer poco y nada, de ser observadores de los desmanes de estos déspotas contemporáneos que, indirectamente, nos insultan a nosotros mismos cuando tratan a lo que somos, latinoamericanos del sur global, como piltrafas despreciables que no merecemos atención ni, mucho menos, respeto.
Por todo esto vivimos un tiempo peligroso, de muchos riesgos, algunos apenas contenidos como esperando que las condiciones lo permitan para salir a hacer mayores desmanes que, tal como vemos las cosas, contarán con el aplauso entusiasta de grandes mayorías. Tiempos peligrosos y oscuros. Lo pueden ser más.

una radiografía precisa del malvado que se considera regidor del mundo.
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