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sábado, 22 de noviembre de 2008

Un hombre íntegro

Pocas veces en nuestras letras se han unido un rigor y una calidad literaria tan notables con una ejecutoria inclaudicablemente antimperialista, como en Fernández Retamar. Díganlo sus versos o las páginas de ese ensayo quepodría garantizarle un lugar en el pensamiento de avanzada latinoamericano: Caliban.
Roberto Méndez (desde Caracas para LA JIRIBILLA)
El escritor cubano Roberto Fernández Retamar es una de las figuras intelectuales esenciales del continente americano en la fecha actual. Digo figura intelectual y no escritor, porque su quehacer va mucho más allá de la labor literaria: profesor universitario, diplomático, presidente de la Casa de las Américas, director de la Academia Cubana de la Lengua, miembro del Consejo de Estado de la República de Cuba. Es un hombre de ejecutoria tan dilatada que lo sitúa en el linaje de un Andrés Bello o un Alfonso Reyes. Como ellos, no solo ha servido con su talento excepcional a su pueblo, sino a la América toda. Pocas veces en nuestras letras se han unido un rigor y una calidad literaria tan notables con una ejecutoria tan inclaudicablemente antimperialista. Díganlo muchísimos de sus versos o las páginas de ese ensayo, que, él solo, podría garantizarle un lugar en el pensamiento de avanzada latinoamericano: Caliban.
Lo que va dictando el fuego es una selección de su vasta obra en verso y prosa. Tarea difícil de llevar a cabo ―puedo dar testimonio de ello, como compilador, prologuista y coordinador de tal empresa― en tanto lo que inevitablemente se queda fuera de ella permitiría preparar al menos otro volumen semejante a este. Mas, la sabia decisión de la Biblioteca Ayacucho de incluir a este autor en su colección Clásica, no solo es un acto de justicia sino un acto de valentía porque el nombre de Roberto Fernández Retamar sigue sonando provocador dondequiera que se reúnen los intelectuales financiados por los sectores neoconservadores, pero además, este nuevo tomo de Ayacucho ayudará a extender por Venezuela, América y el mundo todo, un quehacer, que aunque muy reconocido en los ámbitos intelectuales y especialmente académicos de varios continentes, ha sido sistemáticamente excluido de las grandes editoriales, de los sellos más poderosos y desde luego, de la propaganda más complaciente de la gran prensa capitalista.
¿Cómo no intentar silenciar a quien se atrevió a escribir, en fecha tan temprana como 1971 en el citado Caliban:
"Nuestro símbolo no es pues Ariel, como pensó Rodó, sino Caliban. Esto es algo que vemos con particular nitidez los mestizos que habitamos estas mismas islas donde vivió Caliban: Próspero invadió las islas, mató a nuestros ancestros, esclavizó a Caliban y le enseñó su idioma para entenderse con él: ¿Qué otra cosa puede hacer Caliban sino utilizar ese mismo idioma para maldecir, para desear que caiga sobre él la "roja plaga"? No conozco otra metáfora más acertada de nuestra situación cultural, de nuestra realidad. [ y aquí viene una larga cita de próceres e intelectuales, desde Túpac Amaru y Tiradentes hasta Roque Dalton y Leo Brouwer] ¿qué es nuestra historia, qué es nuestra cultura, sino la historia, sino la cultura de Caliban?"
Es imprescindible repasar esas líneas, lo mismo que aquellas que le siguieron: Caliban revisitado (1986), Caliban en esta hora de Nuestra América (1991), Caliban quinientos años más tarde (1992), Caliban ante la Antropofagia (1999), sin olvidar otra línea fundamental en su obra: la revisión de la “leyenda negra” española y con ella, de algunos de los mitos de liberalismo americano, como demuestra en Algunos usos de civilización y barbarie, o su imprescindible bibliografía sobre una figura capital de nuestras letras: José Martí. Se trata de una escritura fundacional, cuyo meollo contiene no solo muchísimas interrogaciones, de las que han asediado a los intelectuales honestos del mundo desde hace varias décadas, sino que tiene el arrojo de ofrecer también muchísimas respuestas, aunque estas resulten ofensivas para ciertas figuras de "inteligencia" burguesa.
Sin embargo, confieso que el valor del Retamar ensayista, tiende ―muchas veces con su propia complicidad― a ocultar la figura del poeta, de aquel autor precoz de la Elegía como un himno ―dedicada a la memoria de otro poeta y luchador revolucionario: Rubén Martínez Villena― y también algunos de los poemas que resultarían definitorios para lo que se ha dado en llamar la poesía de la “generación de los años 50”: “Palacio cotidiano”, “Los oficios”, “Los que se casan con trajes alquilados”, “Última estación de las ruinas”. ¿Quién no se ha repetido alguna vez aunque sea un par de versos de esa página imprescindible que es “El Otro”?:
"Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¿Quién se murió por mí en la ergástula,
Quién recibió la bala mía,
La para mí, en su corazón?"
O ese inolvidable poema de amor o poema cívico, o ambas cosas a la vez, que es “Con las mismas manos” y comienza con una línea inolvidable: “Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.”
Sin embargo, está también esa elegía “¿Y Fernández?”, dedicada a su padre y que es, a juicio nuestro, una de las más notables escritas en lengua española de este lado del Atlántico. Esa que nos sobrecoge con su lenguaje aparentemente tranquilo y confesional, pero que nos está interpelando a todos:
"Casi en las últimas horas, me pidió que le secase el sudor de la cara.
Tomé la toalla y lo hice, pero entonces vi
que le estaba secando las lágrimas. Él no me dijo nada.
Tenía un dolor insoportable y se estaba muriendo. Pero el conde
sólo me pidió, gallardo mosquetero de ochenta o noventa libras,
Que por favor le secase el sudor de la cara".

No hay un Roberto Fernández Retamar poeta y otro prosista, como no hay uno dirigente político y otro hombre privado, sino hay, tras esas páginas que hoy les ofrecemos, todo un hombre íntegro, con sus certezas y sus dudas, un enemigo de los dogmas, pero también alguien dispuesto a plantar cara a las grandes verdades por las que vale la pena vivir y si es preciso, hasta morir. Por eso, no voy a concluir con una cita de sus enjundiosos ensayos donde aboga por un pensamiento fuerte e independiente, de recia raíz martiana, marxista, bolivariana, sino con uno de esos poemas que, desde la aparente humildad de lo privado, mejor retratan su grandeza humana, me refiero a “Felices los normales”, dedicado a la artista plástica Antonia Eiriz:
"Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta".

Palabras para la presentación del libro Lo que va dictando el fuego, de Roberto Fernández Retamar.

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