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sábado, 21 de agosto de 2010

"El fin de la democracia: un diálogo entre Tocqueville y Marx", de Gilberto Lopes

Texto de la presentación del libro del periodista brasileño-costarricense Gilberto Lopes, en Santiago de Chile, el pasado mes de junio, a cargo de Jorge Arrate, exministro de Educación y Trabajo, y candidato a la presidencia de Chile en 2009 por la alianza Juntos Podemos Más.
Jorge Arrate
No es muy corriente, particularmente en Chile, que se editen libros teóricos sobre temas de esta amplitud y esta profundidad. Creo que nos hemos ido sumergiendo en un modo de vida que ahuyenta, por así decir, la expresión más libre, más crítica, más herética, más iconoclasta, en una sociedad que pareciera querer prohibir o, al menos, no estimular, la creación de nuevas ideas, contestatarias. Así que bienvenido “El Fin de la Democracia: un diálogo entre Tocqueville y Marx” porque obliga a pensar y trae, por lo menos a la memoria mía, lo que ha sido mi generación.
Igualdad y libertad
El libro parte de una afirmación de Tocqueville, un elemento clave del pensamiento político moderno: ‘Lo que los seres humanos aman con verdadera pasión es la igualdad’. Entonces, ya en la página 15, uno tiene un primer momento que obliga a reflexionar, porque, en realidad, ésta fue una apreciación de Tocqueville que no tenía ningún fundamento teórico, ni empírico. Era una apreciación, era un deseo, era lo que él hubiera querido, era una intuición, era una evaluación de las condiciones históricas que él conocía.
Y yo creo que es difícil decir si entre la época de Tocqueville y hoy esa pasión de la humanidad por la igualdad se ha expresado con éxito. Vivimos en un mundo donde las diferencias entre países pobres y ricos se han ensanchado; y se han ensanchado también las diferencias al interior de los propios países.
Yo no sé si Tocqueville tenía razón. Este es un hecho prácticamente universal que adquiere características más marcadas en ciertos países, como el nuestro, donde, a pesar de un crecimiento económico muy importante, las desigualdades se han ampliado, particularmente en términos absolutos.
Cuando hablamos de desigualdades, siempre comparamos el quintil más rico con el más pobre, o cuánto captura el 20% de la población. Pero hay que preguntarse cuánto captura el 10, cuánto el 5, cuánto el 1, cuánto el 0,1%. La estadística nos envuelve en desigualdades relativas y, para una sociedad, para el comportamiento social, para una cultura, son más importantes todavía las des-igualdades absolutas. Esas desigualdades son aquellas por las cuales los seres humanos se comparan, se miden unos a otros, y no pueden ser ignoradas.
Muchos años después, Norberto Bobbio (que está citado y analizado en el texto), en una reflexión sobre qué es lo que caracteriza a la izquierda, planteó una discusión sobre si era la libertad o la igualdad. Llegó a la conclusión que era la igualdad, en el caso de la izquierda. A mí nunca me ha entusiasmado mucho esta reflexión, porque no creo que debamos enfrentar la igualdad a la libertad. Cuando uno se hace la pregunta de Bobbio, de qué es lo que define a la izquierda, y afirma que importa más la igualdad, está colocando en segundo plano la libertad. Pero eso es otro debate.
La propiedad
La segunda idea básica que plantea el libro es que lo que impide el desarrollo de esta igualdad es el derecho de propiedad, como derecho excluyente: para existir tengo que plantear que lo mío es mío y no es de los demás. Es decir, tiene un contenido fuertemente negativo. Yo creo que es una gran cosa que, en un texto, se plantee este tema, porque es un tema que simplemente no se discute.
A mí me tocó, el año pasado, una entrevista de alguien que era muy punzante, que le gustaba las cosas muy claras, y me dijo: - ¿usted es partidario o no del derecho de propiedad? Yo le iba a decir que leyera el Manifiesto Comunista, pues ahí Marx y Engels nunca dicen que son contrarios al derecho de propiedad, sino de una cierta propiedad. Yo le dije: –Mire, yo, en realidad, en mis ensoñaciones, creo que algún día no va a ser necesario el derecho de propiedad. Entonces me miró y dijo: –Pero, ¿cómo? –¡Sí!, le digo, son mis ensoñaciones. Yo creo que, algún día, no va a existir, porque no va a ser necesario. -¿Y qué quiere decir que no va a ser necesario? –Bueno, creo que los seres humanos vamos a poder vivir sin excluirnos unos a otros del acceso a un determinado bien. Esta discusión, simplemente hoy no se hace.
La democracia
La tercera idea fuerza en el libro de Gilberto Lopes es la democracia. Él define la democracia como ‘la forma de organización política de un tipo de sociedad, de la sociedad capitalista; se trata de un régimen surgido en determinado momento de la historia –que se puede ubicar a finales del siglo XV y principios del XVI– y que desde entonces no ha cesado de expandirse por toda la Tierra’. (p. 37)
Yo creo que él acierta al historizar el concepto de democracia y señalar que, por lo menos en la historia de los últimos siglos, lo que ha acompañado la realización de un cierto tipo de democracia, la democracia llamada ‘liberal’, han sido sociedades de carácter capitalista.
Pero Gilberto da un paso del que yo me distancio un tanto, cuando dice, unas páginas después, hablando de democracia y dictadura: ‘Se trata de dos períodos distintos en los que se expresa esa misma democracia: uno institucional, cuando los conflictos sociales se pueden encausar por esa vía. Otro, en que se rompe esa institucionalidad, cuando algún sector –casi siempre los más conservadores, que sienten amenazados sus intereses– se apodera por la fuerza del poder, instaurando las dictaduras militares tan comunes en nuestro continente. No se trata de un juego de palabras el calificar de democrático todo este período, incluyendo bajo este concepto, es lo que solemos llamar dictadura’. (p. 45)
Yo entiendo la intención de lo que plantea Gilberto, pero no comparto una cierta confusión en el nombre de las cosas. Yo creo que la democracia liberal es distinta de la dictadura y, si bien comparto que la democracia es un régimen político que está asociado a la democracia liberal, al capitalismo, creo que el concepto de democracia, como conjunto de reglas, es un concepto que no debiéramos colocar en un ámbito de estricta contradicción con el de democracia como régimen político del capitalismo. Es mucho mejor un capitalismo que tiene reglas democráticas que un capitalismo que no las tiene.
Esto está estrechamente asociado con otra preocupación importante en el libro que es la relación entre la democracia y el sufragio universal. Recuerda muy bien Gilberto la relación que Marx y Engels hicieron en el Manifiesto Comunista y, luego, Engels, en la introducción a Las Luchas de Clases en Francia, de las luchas democráticas con el sufragio universal, particularmente en Alemania, pero también en Francia. El sufragio universal es una conquista que impulsaron los trabajadores, las grandes fuerzas populares, junto con la burguesía, y fue establecido, como señala Gilberto, en 1793 en Francia, pero efectivamente tuvo una aplicación real en 1848. Y duró poco, porque vino la Restauración, con Napoleón III.
Él señala un punto que es muy importante: reducir la democracia al sufragio universal es reducir el significado de la democracia y yo creo que esto hay que reivindicarlo. La democracia, cuando opera a través del sufragio universal tiene, pienso yo, una carácter subversivo. El sufragio universal tiene un carácter subversivo porque amenaza con subvertir un determinado régimen. Este es el viejo debate entre democracia y socialismo de los años 60 y 70. Hoy día, también es un tema que está prácticamente ausente de los debates y estaba presente en el corazón y en el pensamiento de la Unidad Popular, del presidente Salvador Allende, y de la vía chilena al socialismo. Es interesante constatar que eso tiene ecos hoy día en América Latina, donde las reglas de la democracia, en un régimen capitalista, han permitido avances importantes en una dirección socialista, en distintos países.
Para el debate
Ahora quiero agregar unas ideas y, con eso, terminar. Como la democracia es subversiva, lo que tiene que hacer la burguesía es, a su vez, subvertir, falsear la democracia, engañar con la democracia y hay muchas maneras de engaño con la democracia. La más conocida de todas es el voto censitario, para evitar el voto universal. Esta es una gran discusión de los teóricos de las ciencias políticas, desde Tocqueville. Voto censitario, o voto al que tienen derecho sólo personas que reúnen ciertas características: que tienen una profesión, un oficio, que pagan impuestos, que son profesionales. Incluso, en algunos casos, el voto vale distinto; algunos tienen tres votos, tienen dos, o uno. Como eso no se hace ya, lo que sí se hace, para que el resultado sea parecido, para que el voto tenga la apariencia universal pero siga siendo censitario, es aplicar los medios económicos al ejercicio de la política.
Esto no lo dijo ni Lenin, ni Marx, ni Engels, ni Mao. Esto lo formuló el profesor Robert Dahl, de la Universidad de Princeton. Desgraciadamente no lo desarrolló todo lo que uno hubiera querido. Es lo que él llamó la ‘ley de conversión de los recursos económicos en recursos políticos’. Así está llamado por uno de los grandes teóricos de la democracia estadounidense, de la democracia liberal. Los recursos económicos se convierten en recursos políticos. Esta información la sacó la prensa: en la elección presidencial del año pasado, por cada peso que gastó la candidatura de izquierda, Enríquez gastó 9, Frei 15 y Piñera 31. Esa fue la relación de recursos oficialmente declarados al servicio electoral.
Otro modo de falsear la democracia es, obviamente, el sistema binominal que se aplica en Chile, no cabe duda. Pero también la configuración de los distritos porque, si ustedes miran, hay 60 distritos en Chile, para elegir diputados. Pero, ¿cuántos habitantes tiene cada distrito? Resulta que hay chilenos que tienen una representación más alta que otros; su voto vale más porque eligen dos diputados mientras, en otro distrito, con mucho más habitantes, también eligen dos diputados. Y ¿quién configuró los distritos? Todos sabemos quién lo hizo y desde cuándo viene la configuración de esos distritos.
El sistema de control comunicacional está medido también en la última campaña presidencial: el número de minutos, el número de líneas, el número de centímetros, de los respectivos candidatos. Hay una forma entonces de falsear una democracia, y me da vergüenza decirlo: lo único igualitario es la franja y la franja –también lo sabemos– se estableció para el plebiscito de Pinochet.
Y la concentración del poder político. Esto tiene que ver con el régimen político y con el presidencialismo. Yo creo que, en un sistema democrático, concentrar fuertemente el poder político en una instancia, en una autoridad, es una forma de abusar del poder.
La segunda idea que quiero plantear, está expresada en el libro en la página 133 y creo que es una idea capital. Dice: ‘Liberalismo y Capitalismo. Se trata de la compatibilidad (o la incompatibilidad) del liberalismo con el capitalismo, o la relación de la economía de mercado con la democracia’. Yo creo que este es un tema crucial porque nos tienen acostumbrados a decir: –Hay que definir entre el Estado y el mercado. Y ¡claro!, si uno se dedica a la economía –yo me dediqué, una parte de mi vida– uno tiene que elegir si planifica o si deja que el mercado (que es un gran computador automático, una mano invisible computacional), sea el que determine. Y, efectivamente, hay cosas que puede hacer el mercado y hay cosas que puede hacer el Estado. Hay un dilema, pero eso es para los efectos de asignar recursos. Si uno mira el mercado y la democracia como instituciones, yo las llamaría ‘portales culturales’. La democracia tiene resonancias eco-culturales y el mercado tiene ecos que traspasan toda la cultura. Si uno lo mira desde ese punto de vista, tiene que preguntarse: ¿son contradictorios o son complementarios? Y nos tratan de convencer, todos los días, de que vivimos en la sociedad –algo que también está tratado en este libro– donde se terminó la historia, donde hay una sola forma de hacer las cosas, porque mercado y democracia se combinan perfectamente. Yo creo que esto es completamente falso, simplemente porque el supuesto de cada uno es radicalmente distinto. La democracia liberal, en su momento electoral, nos considera a todos iguales –mujeres, hombres, blancos, negros, altos, flacos, chicos, gordos, sureños, nortinos–, cada uno vale uno en el momento del sufragio. El mercado, en cambio, mide todas las diferencias, las monetiza, las transforma en dinero. La democracia suprime, en un acto literario, en una ficción, esas diferencias. Pero es una gran conquista de la civilización y creo que es una gran conquista de esa democracia liberal que tenemos que tratar de superar desde ella misma, para avanzar hacia otra democracia.
¿Cómo hacerlo? Yo creo que no es fácil, particularmente en un país como el nuestro, donde se va, progresivamente, estableciendo una hegemonía sin ideas o, más bien, una hegemonía con una idea, que lanza una bruma sobre todas las demás. En definitiva, es sin ideas porque, para que haya ideas, tiene que haber contraste, tiene que haber debate, discusión. En ese sentido, en este páramo de la hegemonía sin ideas, yo digo: –¡Bienvenido el libro de Gilberto Lopes!

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