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sábado, 11 de diciembre de 2010

Moral farisea

Moral farisea la del que, histriónicamente, deja la silla vacía de Liu Xiaobo en la sala en la que se entregan los Premios Nobel, pero no dice nada de la persecución desatada contra quien, de verdad, está haciendo temblar al poder dominante de nuestros días, a los Estados Unidos de América.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUN-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
Farisea se llama en la Biblia a la doble moral, hipócrita, la que dice una cosa y hace otra, la que juzga a los demás con estándares que no se aplican a sí misma. Tienen moral farisea los que en público condenan a otros, pero en privado hacen lo mismo o peor, los que aparecen como impolutos portadores de la verdad pero esconden sus vicios privados y los niegan si se les descubren.
La moral farisea pulula en nuestro mundo. Muchos de los detentores del poder, en sus distintos grados y maneras, se erigen como jueces de “los otros”, los juzgan, condenan y castigan, publicitan a los cuatro vientos sus conclusiones y se rasgan las vestiduras pero, por detrás, sin parar en mientes, se ceban en lo mismo o peor, pero con ellos son indulgentes y justificativos.
No hay nadie más fundamentalista, intolerante y abusivo que el portador de la moral farisea, la moral de la doble cara. Tal vez como mecanismo sicológico que intenta alejar de sí lo que considera condenable, pecaminoso, pero que no puede eliminar de su propio comportamiento, el portador de la moral farisea se ensaña con quien hace objeto de su atención persecutoria, lo anatemiza y repudia, y llama a los demás a que hagan lo mismo en aras de la pureza y la verdad.
Fariseos los que tiran la primera piedra y esconden la mano.
Fariseos los que a la hora de llamar a cuentas salen huyendo.
Moral farisea la de los que se llenan la boca con la libertad de prensa, hacen de ella su portaestandarte, convocan reuniones internacionales para cuidarla y protegerla, hacen declaraciones altisonantes desde hemiciclos bien iluminados y climatizados, condenan a los que ellos consideran que la violan pero no dicen ni pío cuando, como está sucediendo en nuestros días, se desata una cacería implacable contra alguien que ha dado a conocer información que los pone a ellos al descubierto.
Fariseas las compañías que detentan la propiedad de medios de comunicación, de redes sociales como Facebook o Twitter, de portales en Internet, que cuando alguien divulga algo que consideran que no va con sus intereses corporativos o políticos lo censuran, lo marginan, todo con el afán que la gente no tenga acceso a lo que se dice para que no sepa lo que se está divulgando, para mantenerla en la ignorancia y poder, así, manipularla fácilmente, orientarla como ganado manso hacia donde ellos quieren.
Fariseos los gobiernos que se autoproclaman defensores del mundo libre, paladines de la libertad, que en nombre de tales valores justifican los más atroces procedimientos, aventuras bélicas, avasallamiento de países y pueblos en todas las esquinas del orbe, pero ponen el grito en el cielo cuando alguien pone al descubierto las matráfulas que están detrás de esa careta de santos inmaculados y desatan su ira como dioses tonantes ofendidos. Tomados de sorpresa, descubierta su doble moral, puesta en evidencia su farisaica forma de actuar, desatan su ira sobre el mensajero, sobre aquel que lo único que hizo fue exponer sus trapos sucios al sol, en donde todos los miran, ventilarlos más allá de la casa en donde ellos querían que quedaran guardados a la vista de todos.
Son los pájaros tirándole a las escopetas. El mundo patas arriba, como diría Galeano.
Moral farisea la del que, histriónicamente, deja la silla vacía de Liu Xiaobo en la sala en la que se entregan los Premios Nobel, pero no dice nada de la persecución desatada contra quien, de verdad, está haciendo temblar al poder dominante de nuestros días, a los Estados Unidos de América.
Moral farisea la de los poderosos del mundo contemporáneo, la de los que “construyen el consenso”, el sentido común, utilizando su poder económico, su detención abusiva de los medios.

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