Páginas

sábado, 22 de enero de 2011

El Salvador: 19 años de la firma de los Acuerdos de Paz

Volver la mirada a los Acuerdos de Paz con la intención de retomar la ruta trazada por ellos significa comprometerse con un El Salvador distinto al que tenemos.
Luis Armando González / ContraPunto (El Salvador)

Quién sabe cómo serán las cosas dentro de 81 años en El Salvador en lo que refiere a los Acuerdos de Paz --cuando se cumpla el Primer Centenario de su firma — o dentro de 181 años –cuando se cumpla su Bicentenario--, pero la celebración de sus 19 años ha sido francamente opaca y pobre.



Es probable que quienes vivieron de cerca el fin de la guerra civil mediante la firma de los Acuerdos de Paz creyeran que esa fecha sería recordada siempre –y sobre todo, en los años inmediatos a su firma— con magnas celebraciones tanto oficiales como de parte de la sociedad civil. A lo mejor cuando pase el tiempo suficiente, se haga de los Acuerdos de Paz algo grande y se valore mejor su significado –o, a lo mejor, se termine por borrarlos de la memoria histórica, quedando con suerte como algo episódico e intrascendente—. Quién sabe qué sucederá en el futuro.



Pareciera que, a estas alturas del proceso histórico salvadoreño, nadie –o sólo una minoría— quiere hacerse cargo o asumir como propios los Acuerdos de Paz. Da la sensación de que, para la mayor parte de actores socio-políticos, los históricos documentos significan bien poco en la ruta para la construcción de una sociedad distinta, más justa, inclusiva y solidaria. 



Y no se trata de un anacronismo sin sentido. Porque en la postguerra la ruta para la construcción de una sociedad nueva fue iniciada (y trazada originalmente) en los Acuerdos de Paz. Otra asunto es que ese camino se recorriera mal y que en el trayecto que inició en 1992 se torciera la senda que nos llevaría a una sociedad fundada en una democracia social, económica y política. Con todo y las debilidades de los Acuerdos de Paz, su letra y su espíritu apuntaban a algo bueno para los salvadoreños y salvadoreñas; pero esa letra y ese espíritu fueron traicionados por quienes antepusieron sus intereses mezquinos al bien común.



Los Acuerdos de Paz dictaban una serie de arreglos institucionales, políticas públicas y bienestar social –y no sólo desmilitarizar a la sociedad, desarmar al FMLN y celebrar elecciones periódicas— que de haberse hecho realidad le hubieran cambiado el rostro al país.



Pero, lamentablemente, entre quienes gestionaron el aparato estatal desde 1992 sobraban los que estaban en contra de los Acuerdos de Paz. Y desde el poder que tenían en sus manos hicieron todo lo que estuvo a su alcance para hacer lo contrario de lo que los Acuerdos de Paz exigían en materia social y económica.



El resultado lo tenemos a la vista: un país descalabrado socialmente, con una población insatisfecha con sus condiciones de vida, con una violencia que tiene su caldo de cultivo en la marginalidad urbana y rural, y, como contrapartida, unos sectores minoritarios que --pese a la crisis y al deterioro social generalizado— ostentan su riqueza y bienestar sin el mayor recato.



Los Acuerdos de Paz, en este sentido, son una negación de la realidad actual de El Salvador; expresan lo que “pudo haber sido” este país, si la voluntad y los compromisos de las élites políticas y económicas de El Salvador hubieran sido distintos. Constituyen, pues, la prueba fehaciente de una oportunidad perdida –como tantas otras en la historia salvadoreña—. En la historia de los pueblos no hay destinos inevitables o trayectorias inamovibles, trazadas de antemano por fuerzas divinas o naturales.



En la historia hay, como decía una y otra vez el filósofo Xavier Zubiri y repetía Ignacio Ellacuría— “posibilidades”. Y son esas posibilidades las que al hacerse realidad, por la praxis de individuos y grupos, configuran la trayectoria histórica de los pueblos. Los Acuerdos de Paz fueron una posibilidad histórica de enorme riqueza; se trató de una posibilidad que, sin embargo, no se hizo realidad en toda su plenitud y en lo que mejor podía dar de sí.



Sobre la conciencia de quienes abortaron este proceso que pudo haber dado vida a un país distinto recae una enorme responsabilidad histórica. Sobre su conciencia recae la responsabilidad del descalabro social actual, la violencia, la frustración colectiva, de la expulsión hacia el exterior de salvadoreños y salvadoreñas que no encuentran en su patria las condiciones para vivir dignamente… Los Acuerdos de Paz abrieron una ruta que no se siguió. Se tiene que retomar de nuevo esa ruta, en otro contexto y en otras condiciones sociales, económicas, culturales, políticas y medioambientales. 



Así como se sigue volviendo la vista hacia lo mejor de la herencia dejada por el proceso de Independencia –el republicanismo, el respeto a la ley, el control del poder, la primacía del bien común sobre el interés particular— con idénticas o mejores razones se debe volver la vista a los Acuerdos de Paz, que no es descabellado llamar nuestra segunda Acta de Independencia.



Volver la mirada a los Acuerdos de Paz con la intención de retomar la ruta trazada por ellos significa comprometerse con un El Salvador distinto al que tenemos, del cual lo menos que podemos es sentirnos orgullosos… A menos que nos enorgullezcan los cadáveres en las calles, la matonería de quienes se sienten por encima de la ley, los abusos y ostentación de los poderosos, la expulsión hacia el exterior, de salvadoreños y salvadoreñas, la insalubridad de nuestras calles, la voracidad de los banqueros, el deterioro agrícola, el desempleo o los bajos salarios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario