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sábado, 15 de octubre de 2011

Guatemala: El inicio de un largo camino

Ningún país puede construir su futuro sobre tanto muerto y tanta impunidad: los culpables deben ser juzgados y deben pagar las consecuencias de sus actos. La orden de captura dictada por la Fiscalía de Guatemala contra el general golpista Oscar Mejía Víctores, hoy prófugo de la justicia, es un paso más en este largo camino.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

(Fotografía: el general guatemalteco Oscar Mejía Víctores, prófugo de la justicia)

El general Oscar Mejía Víctores gobernó de facto Guatemala entre 1983 y 1986. Su mandato, tan sanguinario y represivo como el del general al que derrocó, Efraín Ríos Mont, fue el último de la seguidilla de militares genocidas que, al frente del Estado contraisurgente guatemalteco, gobernó el país con mano de hierro en la segunda mitad del siglo XX.

Bajo su régimen, la directiva de la Asociación de Estudiante Universitarios (AEU) fue descabezada en tres días: pandillas de paramilitares le dieron caza en las calles de ciudad de Guatemala a los principales dirigentes. Como era la costumbre, fueron “desaparecidos” y nunca más se volvió a saber de ellos.

Fueron, sin embargo, la punta del iceberg de una seguidilla de desapariciones de sindicalistas, activistas políticos y “sospechosos” que pasaron a engrosar las estadísticas de las víctimas de la represión en el país.

El general Mejía Víctores gobernó en un período en el que las fuerzas guerrilleras habían perdido sus bases de sustentación en el área rural, merced a la estrategia de Tierra Arrasada impulsada por su predecesor por lo que, sin descuidar esa área, se concentró en las ciudades, especialmente la capital.

Se preciaba el susodicho militar de haber impulsado la democratización de Guatemala. En efecto, una vez desarticulada la oposición revolucionaria, se dieron a la tarea de darle espacio a los civiles para así pintar de democrático al régimen. Se convocó a elecciones, hubo después una constituyente y Mejía Víctores, como sus otros pares, pasó a mejor vida, literalmente: se dedicó a libar las mieles del retiro.

Alguna vez lo entrevistaron para un diario nacional. Era ampuloso y prepotente, se jactaba de lo hecho, se consideraba un salvador. Se mostró igualmente cínico que Videla en la Argentina, y reía mientras tomaba whisky importado tras los muros del palacete en el que entonces vivía. No recuerdo el año, pero creo que era hacia finales de la década de los noventa.

Vivió al amparo de la impunidad. Como él, generales, jefes de la policía, de la inteligencia militar, mayores y capitanes que llevaron la voz cantante en los años de la guerra, se regodeaban y exhibían sin tapujos porque se sentían intocables.

Pero los tiempos empezaron a cambiar: en los últimos meses se ha dictado orden de captura contra algunos de ellos, que han empezado a caer uno tras otro. Es una situación totalmente a contrapelo de lo que venía sucediendo. En esto ha tenido que ver, por cierto, el papel jugado por la Comisión que la ONU mantiene en Guatemala para tratar de enrumbar el sistema judicial guatemalteco; un papel importante han tenido también organizaciones de derechos humanos como el Grupo de Apoyo Mututo (GAM), la Asociación de Familiares de Desaparecidos (FAMDEGUA), la Fundación Myrna Mack y otras asociaciones e instancias. No ha sido fácil y no lo será en el futuro: véase que uno de los partícipes directos de los actos de lesa humanidad perpetrados en Guatemala está por ser presidente (véase, por ejemplo, el siguiente vídeo: http://www.youtube.com/verify_age?next_url=http%3A//www.youtube.com/watch%3Fv%3DLko0lLyMyhc).

Cuando el general Otto Pérez gane las elecciones, seguramente pondrá coto a estos acontecimientos. Ya dijo que en Guatemala no hubo genocidio y promete mano dura nuevamente; los generales están de vuelta.

Mientras tanto, sin embargo, regocijémonos que los responsables de las masacres están siendo señalados a la luz del día. Ningún país puede construir su futuro sobre tanto muerto y tanta impunidad: los culpables deben ser juzgados y deben pagar las consecuencias de sus actos.

Mejía Víctores aún no está en prisión porque está huyendo. No faltará quien lo esconda pues se han dejado oír las voces en estos días que claman porque al general, en vez de encarcelarlo, le levanten un monumento.

Monumento a la vergüenza y al cinismo levantaríamos con su figura.

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