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sábado, 3 de marzo de 2012

Venezuela, Bolivia, Ecuador: los límites y las posibilidades

La pregunta es ¿cuánto más allá están dispuestos a ir estos procesos autocalificados como revolucionarios?, ¿alcanzaron sus límites?, ¿están en la posibilidad de dar los pasos necesarios para ir más allá y transgredir los límites de lo establecido? Es difícil saberlo, porque en buena medida son procesos que “se van haciendo” en el camino, que van construyendo su horizonte de expectativa conforme caminan.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

Tres grandes tendencias políticas se expresan en la realidad latinoamericana de nuestros días. Por un lado, están los países que han hecho de su alianza con los Estados Unidos y la profundización de sus lazos económicos con ellos (especialmente a través de la implementación de tratados de libre comercio), uno de sus principales ejes gravitatorios. Son ellos, en primer lugar, México, Colombia, Chile, Perú, Costa Rica, Honduras, Panamá y Guatemala, aunque la lista puede ser ampliada con El Salvador y República Dominicana.

Están, por otra parte, las experiencias de centro-izquierda de Uruguay, Argentina y Brasil, que apuestan a políticas nacionalistas de corte socialdemócrata en las que se combinan medidas que no solo no rompen con el modelo neoliberal sino que lo mantienen y, eventualmente, refuerzan, con políticas que por décadas han sido reivindicadas por fuerzas de izquierda como, por ejemplo, las relativas a los derechos humanos.

Por otro lado, encontramos proyectos más radicales en el espectro de la izquierda, en los que sobresalen Venezuela, Bolivia y Ecuador, que se han propuesto explícitamente alejarse del modelo neoliberal e intentar, incluso, la construcción de sociedades con una lógica distinta a la capitalista.

En Venezuela, se establece claramente que se quiere construir una sociedad socialista de nuevo tipo, es decir, un socialismo distinto al llamado socialismo real que prevaleció en la Europa del este y otros países de Asía y América sobre todo en la segunda mitad del siglo XX. A esto se le llama socialismo del siglo XXI.

Las experiencias de los últimos tres países mencionados ha levantado grandes expectativas. No sin ser vistas, a veces, con cierta sorna desde países como Uruguay y Argentina -quienes a hurtadillas las califican frecuentemente como experimentos un tanto folclóricos, alejados de los más pensados y serios esfuerzos suyos-, se caracterizan por estar teñidas por una retórica revolucionaria constante en la que se apela frecuentemente, a veces cotidianamente como en el caso de Venezuela, a construir una sociedad otra.

Sin borrar las diferencias que existen entre estas tres tendencias, no es difícil constatar también algunas importantes similitudes que, independientemente de cómo se autocalifique cada proceso, las aproximan.

Una de ellas, tal vez la más importante, es la prevalencia de políticas sociales focalizadas, que son una de las formas de operar del modelo neoliberal. En efecto, ya sea en Chile o Venezuela, Argentina o Colombia, los gobiernos implementan políticas muy bien focalizadas que buscan paliar los efectos de la desigualdad social crónica de América Latina, profundizada en los últimos 25 años bajo el influjo del neoliberalismo. Prácticamente no hay país de América Latina que no haya adoptado este modus operandi que, en algunos lugares, han rendido frutos a veces espectaculares, como en el caso de Venezuela, en la disminución de los índices de pobreza extrema, pobreza, reducción del analfabetismo, etc.

En un subcontinente con tantas necesidades y con tanta postergación de las soluciones, este tipo de políticas no pueden desecharse; como hemos dicho, rinden frutos a veces a corto plazo, paliando algunos de los más dramáticos problemas que aquejan a grandes segmentos de población.

El problema surge cuando las políticas sociales se quedan en eso. Es decir, cuando no van más allá para transformarse en estructurales, que es lo que se esperaría que se hiciera en países que reivindican la construcción de sociedades distintas a la capitalista. Como indica el economista argentino Claudio Katz, detenerse en la profundización de este tipo de políticas equivale a retroceder.

La pregunta es ¿cuánto más allá están dispuestos a ir estos procesos autocalificados como revolucionarios?, ¿alcanzaron sus límites?, ¿están en la posibilidad de dar los pasos necesarios para ir más allá y transgredir los límites de lo establecido?

Es difícil saberlo, porque en buena medida son procesos que “se van haciendo” en el camino, que van construyendo su horizonte de expectativa conforme caminan.

Son “inventos” de los que una sola cosa está totalmente clara: detenerse es morir.

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