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sábado, 23 de junio de 2012

Violeta Barrios y Josefina Vázquez: ¿una historia común?

Con Violeta Barrios, en la Nicaragua de los años 1990, y con Josefina Vázquez, en el México de la guerra contra el narcotráfico, estuvieron los nicaragüenses, y nosotros ahora, frente a políticas disfrazadas de inofensivas  “amas de casa”, pero rabiosamente  conservadoras y demagogas sobre sus verdaderas intenciones.

Hector Lerín Rueda* / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de México

Josefina Vázquez, candidata presidencial
del gobernante Partido Acción Nacional
Para quienes nos hemos dedicado al  estudio de América Latina desde la academia o la diplomacia, es casi axiomático reconocer que existe una línea histórica común que  la vertebra, la explica y le da proyección futura. Pero si bien esta línea histórica no es el tema de este artículo, sí permite, por ejemplo, analizar la colonia, la independencia, la dispersión del siglo XIX y la posterior consolidación de los estados latinoamericanos; los balbuceos del capitalismo atrasado y dependiente a inicios del siglo XX, para beneficio norteamericano; el impacto de hechos decisivos como la “crisis del 29” y las revoluciones mexicana, cubana y nicaragüense, etc.; que inauguraron la entrada de las masas campesinas y obreras en la lucha por su liberación y, además, tuvieron impacto mundial. Esta línea, reitero, permite analizar y comparar también, con razonable hondura, fenómenos sociales y políticos menores, tanto que, por ejemplo, algunos analistas llaman a la actual circunstancia violenta mexicana, una “colombianización”; quizás por la gran cantidad de políticos   implicados con el narcotráfico, como la familia del ex presidente Uribe.

Muchos analistas también efectúan comparaciones acerca de lo que México ha hecho mal y Brasil bien; aunque poco reconocen que se debe a la aplicación de políticas progresistas que tratan de ir al pueblo, no sólo hablar de él. Y para quienes han estudiado las  revoluciones cubana y  nicaragüense, descubren un eco lejano de la mexicana, con su orientación popular, nacionalista y antiimperialista. Pero siguiendo una línea de hechos sociales, digamos menores, nos propusimos analizar y comparar si en esta subregión existe el  precedente de una mujer que, como la candidata panista  Josefina Vásquez Mota, hubiera querido gobernar por sí misma, o por interpósitas personas, un país en las terribles condiciones de guerra civil, anomia  y crisis económica como las  que ahora vive nuestro pueblo.

Así que luego de un breve repaso que no alcanza a ser histórico, porque sucedió hace apenas dos décadas, hemos encontrado un país y una mujer bastante parecidas, precisamente en la  Nicaragua de los noventas: esa mujer fue la sonriente “ama de casa metida a política” Violeta  Barrios, prestigiada por ser la viuda del periodista  opositor Pedro J. Chamorro, asesinado en 1978 por el dictador Anastasio Somoza Jr.; suceso  que precipitó la revolución nicaragüense. No casualmente para nuestro análisis, Nicaragua es, cultural y políticamente, el  país centroamericano más parecido a México; incluso,  deriva su nombre  del náhuatl “Nic-Anáhuac” (Hasta aquí, los de  Anáhuac).

Pero antes de exponer cómo esta respetable dama fue candidata y presidenta de la derecha ( como  también  “nuestra” Josefina, como veremos adelante); hay que presentar la variable decisiva que da solidez a este ejercicio comparativo: en 1989 Nicaragua  se encontraba en medio de una guerra civil impuesta y fomentada desde  el extranjero y que le había dejado 61,826 muertos, miles de mutilados y pérdidas millonarias en su producto interno bruto; es decir, a la crisis de la guerra se sumaba la económica y de seguridad, y la responsabilidad principal estaba en Washington, que había impuesto y  financiado las armas para la guerra: ¿ No  le parece haber visto ya esta “película” de horror  y hasta el mismo número de muertos en México?

Hay que mencionar también que una parte del somocismo, los altos empresarios y la jerarquía eclesiástica, necesitaban derrotar a su adversario principal, el Frente Sandinista, y a Daniel Ortega;  presidente legal y legítimo por  vía de la revolución y la elección. Pero como no lo habían podido lograr  militarmente, a pesar de los 25,000 contrarrevolucionarios contratados por Washington, la oportunidad la daba la elección que tendría lugar en 1990 (segunda variable comparativa con México); y el proceso de “ablandamiento psicológico” a que había sido sometida la población, vía el terrorismo (tercera variable), para convencerla de que para “mejorar”, debía frenar la resistencia, es decir, la revolución; y aceptar “la ayuda” de Washington para “levantar” al país del desastre dejado por ellos mismos.

Es cierto que hay un importante factor que no invalida nuestras variables principales, y que  hacía  diferente a Nicaragua respecto al México de hoy: el país no estaba gobernado por un grupo de personeros de Washington y Madrid, sino por una organización político-militar llamada Frente Sandinista, a la que el Pentágono nunca pudo derrotar militarmente. Un gobierno al que le fue impuesta la guerra para impedirle que  acabara con el analfabetismo, la pobreza, la injusticia, la monopolización de la tierra, la emigración y la pérdida de soberanía, por el mediocre actor-presidente de EEUU, Ronald Reagan; quien para 1989 ya había desocupado el puesto, heredando el esquema para hostilizar a los sandinistas, quienes “deberían caer del poder”, según las cábalas astrológicas en las que él, sedicente cristiano, creía fervientemente.

Los nicaragüenses habían soportado 10 años de guerra, pues además de los combatientes contrarrevolucionarios, habían mercenarios llegados de Honduras, El Salvador y Miami, que repitiendo la historia contra Cuba, asesinaron a campesinos cooperativistas y a sus hijos; violaron mujeres, incendiaron  haciendas colectivas, cañaverales y cafetales; bombardearon depósitos de gasolina y aeropuertos; minaron puertos, dañando inclusive buques holandeses, panameños, soviéticos y japoneses; saboteando  todo esfuerzo productivo y, foráneamente, cerrando al gobierno nicaragüense todas las fuentes de financiamiento a través del control norteamericano del FMI y el Banco Mundial. Tal fue la saña de la ofensiva contra ese pequeño y heroico pueblo, que en junio de 1986 la Corte Internacional de Justicia de la Haya emitió una sentencia histórica, condenando al gobierno norteamericano como estado agresor, ordenándole indemnizar  a Nicaragua por los daños ocasionados por la guerra, estimados en 17,000 millones de dólares. Para tener  idea de semejante cifra, el PIB del país ¡apenas alcanzaba  los 2,000 millones de dólares en 1990!    

Violeta Barrios, presidenta de Nicaragua de 1990 a 1997
Con toda razón el pueblo estaba cansado de la  guerra y el  sufrimiento, especialmente las madres, ante la inevitable necesidad de que sus hijos se enrolaran en el Ejército, así fuera por  causa de la patria. En estos términos ¿le dice a usted algo ese estado de estrés bélico impuesto a una población empobrecida, aterrorizada  y sacrificada a propósito por la Casa Blanca?  ¿Se parece el México de hoy a la Nicaragua de los noventas cuando en medio de circunstancias tan negativas debía tener lugar un proceso electoral en el que Washington y su oligarquía subordinada se jugaban el futuro?  Era obvio entonces que para resolver su problema electoral, los neo somocistas debían elegir una “figura”  a modo  y,  aparentemente, no ligada con la guerra en forma directa. Una “cara amable”, hombre o mujer,  que de forma más o menos encubierta garantizara rescatar  los intereses de los que siempre habían dominado al país, manejando propaganda de esperanza, devolución de la tranquilidad, paz, justicia y  la tan anhelada por las madres, cancelación del servicio militar; y por último, pero no menos importante, el rescate económico del país. La cara amable fue encontrada en la “madre de familia” Violeta Barrios, ya  reconvertida en periodista contrarrevolucionaria desde la cloaca en que se había convertido el diario “La Prensa”.

Por espacio no podría señalar más afinidades entre ambos países, esto para concentrarme en la señora Chamorro y decir que la simpática católica conservadora,  desde su hogar ayudó a su marido a luchar contra el somocismo, hasta que éste lo asesinó en 1978. En tal virtud, ella se hizo cargo del diario en su periodo luminoso y honesto, y su prestigio aumentó tanto que luego de la caída de Somoza, fue invitada por los diversos grupos políticos triunfantes para ser miembro de la Junta del Gobierno de Reconstrucción Nacional, en la que llegó a tener funciones de Jefe de Estado. Lamentablemente, muy rápido ella abandonó la Junta y refugiada en su periódico y su hogar, se dedicó ¡nada menos que a apoyar  a la contrarrevolución  y, por esta vía, a favorecer  los planes de Washington y los somocistas que violaban y asesinaban mujeres y niños, todo contra los que había luchado  Pedro Joaquín: ¡asesinado figurativamente por segunda ocasión y por su propia esposa! (¡Dios mío, confírmame que soy  viuda por favor!).

En esta lógica de inconsistencia y limitación ideológica de Violeta, así como  de  falta de solidaridad femenina con las asesinadas y viudas, no fue extraño que fuera convencida o comprada por la  contrarrevolución, nucleada en la Unión Nacional Opositora, que se reforzó para luchar contra la revolución (igual que el  PAN contra la Revolución Mexicana); y por la embajada norteamericana  para aceptar su  postulación presidencial para las elecciones de 1990, con la promesa, machacada por los medios conservadores dirigidos desde Miami, de que si ella ganaba la elección, “inmediatamente vendría la ayuda norteamericana e  internacional y cesaría la guerra”; razón por la que  ella pudo prometer a las madres nicaragüenses que sus hijos ya no serían  reclutados por el ejército, y que ella protegería a sus familias  (proteger a los hijos y a las familias ¿ no es por cierto  uno de los eslogans  de “nuestra” muy hogareña Josefina?)

A principios de 1990 la campaña estaba en su apogeo y los promotores de Violeta habían resuelto usar para su campaña, los colores azul y blanco, como su similar  panista de México. Y Violeta, que por esas fechas había  dado un mal paso, estaba con un pié  enyesado, lo que la hacía ver más débil  e inofensiva ante el obviamente duro presidente Daniel Ortega: el escenario era perfecto para Washington.

En febrero de 1990, la sonriente y afable Violeta  Barrios ganó las elecciones por un margen aceptable, aunque no avasallador. Pero luego de su toma de posesión, se hizo evidente su falta de experiencia y capacidad para gobernar (sus estudios secretariales en Texas y Virginia no  daban para mucho), pero tampoco los inteligentes “consejos” de sus asesores norteamericanos y locales  la ayudaban demasiado, pues le sugirieron pedir a los sandinistas, casi al otro día de ascender a la presidencia, “entregar las armas”. Obviamente aquellos nada estúpidos, respondieron que para que eso sucediera, la “contra” armada por Washington también debía entregar sus armas. La presidenta tuvo que dar marcha atrás a su instrucción, pero en el Departamento de Estado solucionaron rápido el asunto ante esa torpeza: para dirigir ejecutiva y verdaderamente al país, habían venido impulsando al político conservador  yerno de Violeta, Antonio Lacayo, como encargado de ejercer el poder tras el trono. Fue Lacayo quien verdaderamente llevó el peso de negociar con los aún poderosos sandinistas, y quien inició el objetivo de regresar a sus antiguos dueños, tierras, haciendas y negocios que, por su ambición desmedida, habían perdido con el somocismo. Obviamente la señora Violeta cuando candidata, nunca había mencionado este propósito contrarrevolucionario a los nicaragüenses.

Claro que Violeta, a poco de tomar posesión, más o menos cumplió con parar la guerra y el terrorismo, lógicamente porque Washington estaba detrás de ellos. También cesó la conscripción militar. Sin embargo, pronto se inició contra las familias nicaragüenses otro tipo de guerra, porque para cumplirle las promesas a Violeta, Washington y los organismos internacionales le exigieron adoptar un bárbaro  programa de ajuste estructural que, en las condiciones de Nicaragua, equivalía  a prologar el genocidio. El plan era (aparte de castigar a un pueblo rebelde), la reducción masiva del sector público y de los gastos sociales; eliminación del subsidio al precio de los productos de consumo  básico; restricción del crédito y aumento en las tarifas de los servicios públicos e impuestos directos. También se inició la privatización de las empresas estatales, con el doble objetivo de devolver propiedades confiscadas y vender las  restantes, supuestamente para sanear las finanzas públicas: ¡la misma política económica pinochetista que Josefina Vázquez ha dicho admirar en un artículo público, que además corresponde a la política de su partido¡ (Cfr. “Dictadura y Desarrollo”, en “El Economista”, 1998).

Pero la respuesta no se hizo esperar por parte de los nicaragüenses. Una serie de huelgas obligaron a Violeta y  su Ministro Lacayo, a negociar con el FSLN, lográndose estabilidad política y que, luego de una década de estancamiento y recesión, la economía mostrara por fin un crecimiento del 3.2 por ciento en 1994 y 4% en 1995. Pero sólo fueron  alegres cifras macroeconómicas, porque estas metas se alcanzaron a un gravísimo costo social para las mayorías, pues conllevaron ¡una reducción del gasto público del 14% en 1996¡, con relación a 1990, año en que todavía gobernaban los sandinistas.

Así, entre 1991 y 96 las cifras indicaban que el desempleo abierto crecía  a un promedio anual del 6.4%. Los presupuestos para educación y salud habían sido recortados; los programas  integrales de bienestar social fueron sustituidos por proyectos coyunturales y de escaso financiamiento. Y para colmo, un estudio de la ONU en 1994 revelaba que el 75 % de las familias nicaragüenses vivía por debajo del nivel de pobreza y el 44% se encontraba en extrema pobreza ¿Y el bienestar para los hijos y la familia? ¿Y el empleo que había prometido doña Violeta, dónde había quedado? ¿No se parece todo esto a lo que los panistas prometieron en el año 2,000 y 2006 ?

Otro ejemplo: en 1996 el ente creado por Violeta Barrios (CORNAP), para  llevar a cabo las privatizaciones, informó haber vendido  495 empresas por un valor de 26 millones de dólares y haber incurrido en pérdidas por 59.8 millones debido al alto costo de las transacciones; pero un estudio de la CEPAL dirigido por el economista Mario De Franco, reveló que las transferencias reales efectuadas por la CORNAP a empresarios privados,  oscilaron entre 155  y 833 millones de dólares; es decir, entre  6 y 32 veces  el valor de las ventas brutas exportadas. En síntesis, una transferencia de recursos gigantesca, en términos nicaragüenses, a la que, proporcionalmente, aplicaba en tierras mexicanas otro émulo de Pinochet, el “concertacesionista” amigo de los  panistas: Carlos Salinas.

Así, el proceso neoliberal dictado por el FMI y Washington de salvaje ajuste estructural -que nosotros conocemos muy bien por los regímenes priistas y panistas de los últimos 30 años-,  además de hundir más en la miseria a un pueblo ya miserable, provocó lo que también aquí conocemos: que unos cuantos se enriquecieran a costa de este proceso (Forbes, dixit). Claro, todo esto  en medio de una transparencia que, en términos mexicanos, sólo podría compararse con el Fobaproa y el Pemexgate del PRI; el atraco panista a Pemex, el desfalco con la  Estela de Luz y las dádivas presupuestales generosas a  Elba Esther.

En síntesis, para quien aún crea que el paso presidencial de la “simpática” Violeta que protegería a las familias y los jóvenes fue exitoso, el pueblo dio su veredicto: el Partido Proyecto Nacional, creado por  Antonio Lacayo para impulsar sus aspiraciones políticas y la continuidad política de Violeta, obtuvo en las elecciones de octubre de 1996 ¡la patética  cifra de 9323 votos! En contraste, el candidato de la Alianza Liberal, el cleptómano y ahora  ex convicto Arnoldo Alemán, obtuvo 904,908 votos, gracias a su habilidad para capitalizar el “peligro para Nicaragua” que representaban  los  sandinistas ¿dónde oímos esto antes ?

Pero Violeta también devolvió  los  favores  a Washington, pues hizo que su gobierno renunciara, en forma inconsulta y arbitraria a la demanda  e  indemnización a que tenían derecho los nicaragüenses en virtud del fallo de la Corte Internacional de Justicia de la Haya; recursos que habrían aliviado la genocida política de sacrificio económico a su propio pueblo. Tampoco fue casualidad que casi iniciado su mandato, se le entregara a Violeta en Washington el Premio “National Endowment for Democracy”. Con el tiempo, la gente de Violeta se quejó de que en realidad, Washington no los apoyó económicamente como había prometido y sólo paró la guerra de sus contras; motivo por el cual la gestión económica de Violeta terminó en gran desastre para el pueblo nicaragüense. Nuevamente la Casa Blanca se burló de los hijos de Sandino y también de la ilusa Violeta.

Josefina: ¿Crónica de un desastre anunciado?

Más allá de la publicidad, Josefina Vázquez
representa la continuidad de la sumisión
a la política de Washington hacia México.
En su momento las candidaturas presidenciales de Violeta y Josefina recibieron el apoyo de  Washington y, en el caso de la segunda, lo confirma su oportunista confirmación al Vicepresidente  Biden  de que “continuará la guerra contra el narco” (impuesta por EEUU a México), así  como el  “oportuno”, aunque necesario, proceso al priísta Tomás Yarrington en Texas, destinado a levantar la fracasada campaña de Josefina. Y también las candidaturas mencionadas  contaron con el apoyo de los sectores conservadores internos  afines: de  Violeta ya los mencionamos.  Y  Josefina es apoyada por  la Coparmex, el Yunque, el Opus Dei  y los calderonistas que aún controlan el presupuesto.  Así que presentarle al pueblo una cara “femenina” y de inocente madre de familia fue, y es, en el caso de ambas políticas, un mero disfraz envuelto en paños rosas estilo revista “Quién”, no sólo para esconder, en el caso de Josefina, una debacle y una guerra en la cual Washington tiene en México, como tuvo en Nicaragua, una gran responsabilidad.

El gobierno de la  “mujer bonita” Violeta Barrios concluyó en  una catástrofe social y económica para los nicaragüenses, de la que apenas están reponiéndose. El problema con dicha “madre de familia” fue que las promesas y la demagogia estimuladas por Washington, hicieron creer a los nicaragüenses que obtendrían paz, progreso y justicia. El mismo cuento  populista que promete Josefina Vázquez (“Seré la presidenta de la paz y del fin de la violencia”), porque ella sabe que la actual forma de  lucha contra el narcotráfico, está dictada por Washington a través  de la Iniciativa Mérida.

Estuvieron los nicaragüenses, y nosotros ahora, frente a políticas disfrazadas de inofensivas  “amas de casa”, pero rabiosamente  conservadoras y demagogas sobre sus verdaderas intenciones, pues Josefina no disminuyó  la pobreza  desde  Sedesol  y  tampoco la “fábrica” de pobres y desocupados en que se convirtió el país desde hace 30 años (PRIAN, dixit), y todavía quiso engañarnos con los “pisos firmes”; tal como Violeta sembró más pobreza entre los nicaragüenses. Lo mismo con la carrera “feminista” de ambas mujeres, pues si Pedro Joaquín protestó contra la barbarie feminicida de los somicistas, el tema no caló en doña Violeta, quien en cuanto pudo apoyó a los que asesinaban mujeres y niños en el interior nicaragüense.

Josefina por lo pronto, tiene como “asesor” a Molinar Horcasitas y no ha dicho nada sobre el resto de los responsables de la guardería ABC.  Y de su feminismo, de su “lucha” por la equidad de género y de su “molestia” contra los feminicidios en el país,  sólo se conoce su modestísima participación en la ultraderechista  Asociación Coordinadora Ciudadana, donde  fue “Secretaria de la Mujer”.  Dicha asociación es financiada, entre otros, por el delirante  yunquista y neo nazi Guillermo Velazco Arzac.

Violeta dijo ser autora del libro rosa “Sueños del corazón”, que pretende ser una autobiografía. Lo mismo “nuestra” Josefina, que pretende ser escritora y quien  nos recetó su libro “Dios mío, hazme viuda por favor”, que ojalá no sea eso que en siquiatría freudiana se denomina un “acto fallido”. De cualquier manera, igual que el libro de Violeta, el de Josefina contiene una breve y contradictoria colección de aforismos y lugares comunes acerca de los problemas de las mujeres, inspirado en el franquista fundador del Opus Dei, Escrivá de Balaguer ( Y quizás por aquí debamos ya rastrear sus futuras orientaciones en política exterior, pues su otro inspirador político es el también español Antonio Solá, creador de la guerra sucia de Calderón en 2006, y también  su admirado  amigo, corrido del gobierno por mentiroso,  José María Aznar: la Malinche en plena acción).

Desde esta óptica es de desear que un muy hipotético y no fraudulento triunfo de la señora Josefina, no acabe en desastre; aunque a juzgar por las circunstancias descritas entre México y Nicaragua, y biográficas de ambas mujeres, dicha posibilidad es muy alta, como ya lo ha demostrado su “democrática” participación en el fraude electoral del 2006. Y desde luego, suponiendo sin conceder que los mexicanos eligieran a esta dama, también se esperaría que no acabara  gobernando un matrimonio, como el caso de los locuaces  Fox y Martha. O peor aún, que acabara gobernando a trasmano una interpósita persona, como el empleado de Washington Antonio Lacayo, en lugar de Violeta Barrios.

Cierro aquí con unos trozos selectos del  populista discurso de toma de posesión de Josefina, para que se vea como ella y su partido, siguen engañándonos:…“Hoy México tiene una política social sin populismo, una política sin devaluación... Nuestros hijos no están endeudados…Tenemos estabilidad económica y también responsabilidad…” “México no sólo ha mantenido el gasto social  comprometido con la sociedad, sino que lo ha elevado a niveles históricos” “Soy diferente porque sobre la estabilidad deberá venir la prosperidad para millones de mexicanos…” y bla, bla, bla, bla…
Finalmente hay que decir que  el  mismo triste papel que aquí juega Josefina, podría  intercambiarse con el del candidato-actor del PRI y Televisa, Enrique Peña Nieto, pues sus promotores también apuestan a una “figura” potable: Josefina y él, como el dios  mitológico Jano, son las dos caras de una  misma moneda, que en un momento dado Washington aceptaría; razón por la que votar en “blanco” en julio, como algunos postulan, es terminar apoyando a cualquiera de ambos.

*Héctor Lerín Rueda es profesor del Colegio de Estudios latinoamericanos y Catedrático de la UNAM. Además, se desempeño como diplomático de México en varios países de América Latina.

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