Con Violeta Barrios, en la Nicaragua de los años 1990, y
con Josefina Vázquez, en el México de la guerra contra el narcotráfico,
estuvieron los nicaragüenses, y nosotros ahora, frente a políticas disfrazadas
de inofensivas “amas de casa”, pero
rabiosamente conservadoras y demagogas
sobre sus verdaderas intenciones.
Hector Lerín Rueda* / Especial
para Con Nuestra América
Desde Ciudad de México
Josefina Vázquez, candidata presidencial del gobernante Partido Acción Nacional |
Para quienes nos hemos dedicado al
estudio de América Latina desde la academia o la diplomacia, es casi
axiomático reconocer que existe una línea
histórica común que la vertebra, la
explica y le da proyección futura. Pero si bien esta línea histórica no es el
tema de este artículo, sí permite, por ejemplo, analizar la colonia, la
independencia, la dispersión del siglo XIX y la posterior consolidación de los
estados latinoamericanos; los balbuceos del capitalismo atrasado y dependiente
a inicios del siglo XX, para beneficio norteamericano; el impacto de hechos
decisivos como la “crisis del 29” y las revoluciones mexicana, cubana y
nicaragüense, etc.; que inauguraron la entrada de las masas campesinas y
obreras en la lucha por su liberación y, además, tuvieron impacto mundial. Esta
línea, reitero, permite analizar y comparar también, con razonable hondura,
fenómenos sociales y políticos menores, tanto que, por ejemplo, algunos
analistas llaman a la actual circunstancia violenta mexicana, una
“colombianización”; quizás por la gran cantidad de políticos implicados con el narcotráfico, como la
familia del ex presidente Uribe.
Muchos analistas también efectúan comparaciones acerca de lo que México
ha hecho mal y Brasil bien; aunque poco reconocen que se debe a la aplicación
de políticas progresistas que tratan de ir al pueblo, no sólo hablar de él. Y
para quienes han estudiado las revoluciones
cubana y nicaragüense, descubren un eco
lejano de la mexicana, con su orientación popular, nacionalista y
antiimperialista. Pero siguiendo una línea de hechos sociales, digamos menores,
nos propusimos analizar y comparar si en esta subregión existe el precedente de una mujer que, como la candidata
panista Josefina Vásquez Mota, hubiera
querido gobernar por sí misma, o por interpósitas personas, un país en las
terribles condiciones de guerra civil, anomia
y crisis económica como las que
ahora vive nuestro pueblo.
Así que luego de un breve repaso que no alcanza a ser histórico, porque
sucedió hace apenas dos décadas, hemos encontrado un país y una mujer bastante
parecidas, precisamente en la Nicaragua
de los noventas: esa mujer fue la sonriente “ama de casa metida a política”
Violeta Barrios, prestigiada por ser la
viuda del periodista opositor Pedro J.
Chamorro, asesinado en 1978 por el dictador Anastasio Somoza Jr.; suceso que precipitó la revolución nicaragüense. No
casualmente para nuestro análisis, Nicaragua es, cultural y políticamente,
el país centroamericano más parecido a
México; incluso, deriva su nombre del náhuatl “Nic-Anáhuac” (Hasta aquí, los de Anáhuac).
Pero antes de exponer cómo esta respetable dama fue candidata y
presidenta de la derecha ( como
también “nuestra” Josefina, como
veremos adelante); hay que presentar la variable decisiva que da solidez a este
ejercicio comparativo: en 1989 Nicaragua
se encontraba en medio de una guerra civil impuesta y fomentada desde el extranjero y que le había dejado 61,826
muertos, miles de mutilados y pérdidas millonarias en su producto interno
bruto; es decir, a la crisis de la guerra se sumaba la económica y de
seguridad, y la responsabilidad principal
estaba en Washington, que había
impuesto y financiado las armas para la
guerra: ¿ No le parece haber visto
ya esta “película” de horror y hasta el
mismo número de muertos en México?
Hay que mencionar también que una parte del somocismo, los altos
empresarios y la jerarquía eclesiástica, necesitaban derrotar a su adversario
principal, el Frente Sandinista, y a Daniel Ortega; presidente legal y legítimo por vía de la revolución y la elección. Pero como
no lo habían podido lograr militarmente,
a pesar de los 25,000 contrarrevolucionarios contratados por Washington, la
oportunidad la daba la elección que tendría lugar en 1990 (segunda variable
comparativa con México); y el proceso de “ablandamiento psicológico” a que
había sido sometida la población, vía el terrorismo (tercera variable), para
convencerla de que para “mejorar”, debía frenar la resistencia, es decir, la
revolución; y aceptar “la ayuda” de Washington para “levantar” al país del
desastre dejado por ellos mismos.
Es cierto que hay un importante factor que no invalida nuestras
variables principales, y que hacía diferente a Nicaragua respecto al México de
hoy: el país no estaba gobernado por un grupo de personeros de Washington y
Madrid, sino por una organización político-militar llamada Frente Sandinista, a
la que el Pentágono nunca pudo derrotar militarmente. Un gobierno al que le fue
impuesta la guerra para impedirle que
acabara con el analfabetismo, la pobreza, la injusticia, la
monopolización de la tierra, la emigración y la pérdida de soberanía, por el
mediocre actor-presidente de EEUU, Ronald Reagan; quien para 1989 ya había
desocupado el puesto, heredando el esquema para hostilizar a los sandinistas,
quienes “deberían caer del poder”, según las cábalas astrológicas en las que
él, sedicente cristiano, creía fervientemente.
Los nicaragüenses habían soportado 10 años de guerra, pues además de los
combatientes contrarrevolucionarios, habían mercenarios llegados de Honduras,
El Salvador y Miami, que repitiendo la historia contra Cuba, asesinaron a
campesinos cooperativistas y a sus hijos; violaron mujeres, incendiaron haciendas colectivas, cañaverales y
cafetales; bombardearon depósitos de gasolina y aeropuertos; minaron puertos,
dañando inclusive buques holandeses, panameños, soviéticos y japoneses; saboteando todo
esfuerzo productivo y, foráneamente, cerrando al gobierno nicaragüense todas
las fuentes de financiamiento a través del control norteamericano del FMI y el
Banco Mundial. Tal fue la saña de la ofensiva contra ese pequeño y heroico
pueblo, que en junio de 1986 la Corte Internacional de Justicia de la Haya emitió
una sentencia histórica, condenando al
gobierno norteamericano como estado agresor, ordenándole indemnizar a Nicaragua por los daños ocasionados por la
guerra, estimados en 17,000 millones de dólares. Para tener idea de semejante cifra, el PIB del país ¡apenas
alcanzaba los 2,000 millones de dólares
en 1990!
Violeta Barrios, presidenta de Nicaragua de 1990 a 1997 |
Con toda razón el pueblo estaba cansado de la guerra y el
sufrimiento, especialmente las madres, ante la inevitable necesidad de
que sus hijos se enrolaran en el Ejército, así fuera por causa de la patria. En estos términos ¿le
dice a usted algo ese estado de estrés bélico impuesto a una población
empobrecida, aterrorizada y sacrificada
a propósito por la Casa Blanca? ¿Se
parece el México de hoy a la Nicaragua de los noventas cuando en medio de
circunstancias tan negativas debía tener lugar un proceso electoral en el que
Washington y su oligarquía subordinada se jugaban el futuro? Era obvio entonces que para resolver su
problema electoral, los neo somocistas debían elegir una “figura” a modo
y, aparentemente, no ligada con
la guerra en forma directa. Una “cara amable”, hombre o mujer, que de forma más o menos encubierta garantizara
rescatar los intereses de los que
siempre habían dominado al país, manejando propaganda de esperanza, devolución
de la tranquilidad, paz, justicia y la
tan anhelada por las madres, cancelación del servicio militar; y por último,
pero no menos importante, el rescate económico del país. La cara amable fue
encontrada en la “madre de familia” Violeta Barrios, ya reconvertida en periodista
contrarrevolucionaria desde la cloaca en que se había convertido el diario “La
Prensa”.
Por espacio no podría señalar más afinidades entre ambos países, esto
para concentrarme en la señora Chamorro y decir que la simpática católica
conservadora, desde su hogar ayudó a su
marido a luchar contra el somocismo, hasta que éste lo asesinó en 1978. En tal virtud, ella se hizo cargo del diario en su
periodo luminoso y honesto, y su prestigio aumentó tanto que luego de la caída
de Somoza, fue invitada por los diversos grupos políticos triunfantes para ser miembro de la Junta del Gobierno de
Reconstrucción Nacional, en la que llegó a tener funciones de Jefe de Estado. Lamentablemente, muy rápido ella abandonó la Junta y
refugiada en su periódico y su hogar, se dedicó ¡nada menos que a apoyar a la contrarrevolución y, por esta vía, a favorecer los planes de Washington y los somocistas que
violaban y asesinaban mujeres y niños, todo contra los que había luchado Pedro Joaquín: ¡asesinado figurativamente por
segunda ocasión y por su propia esposa! (¡Dios mío, confírmame que soy viuda por favor!).
En esta lógica de inconsistencia y limitación ideológica de Violeta, así
como de
falta de solidaridad femenina con las asesinadas y viudas, no fue
extraño que fuera convencida o comprada por la
contrarrevolución, nucleada en la Unión Nacional Opositora, que se
reforzó para luchar contra la revolución (igual que el PAN contra la Revolución Mexicana); y por la
embajada norteamericana para aceptar
su postulación presidencial para las
elecciones de 1990, con la promesa, machacada por los medios conservadores
dirigidos desde Miami, de que si ella ganaba la elección, “inmediatamente
vendría la ayuda norteamericana e
internacional y cesaría la guerra”; razón por la que ella pudo prometer a las madres nicaragüenses
que sus hijos ya no serían reclutados
por el ejército, y que ella protegería a sus familias (proteger a los hijos y a las familias ¿ no
es por cierto uno de los eslogans de “nuestra” muy
hogareña Josefina?)
A principios de 1990 la campaña estaba en su apogeo y los promotores de
Violeta habían resuelto usar para su campaña, los colores azul y blanco, como su similar panista de México. Y Violeta, que por
esas fechas había dado un mal paso,
estaba con un pié enyesado, lo que la
hacía ver más débil e inofensiva ante el
obviamente duro presidente Daniel Ortega: el escenario era perfecto para
Washington.
En febrero de 1990, la sonriente y afable Violeta Barrios ganó las elecciones por un margen
aceptable, aunque no avasallador. Pero luego de su toma de posesión, se hizo
evidente su falta de experiencia y capacidad para gobernar (sus estudios
secretariales en Texas y Virginia no
daban para mucho), pero tampoco los inteligentes “consejos” de sus
asesores norteamericanos y locales la
ayudaban demasiado, pues le sugirieron pedir a los sandinistas, casi al otro
día de ascender a la presidencia, “entregar las armas”. Obviamente aquellos
nada estúpidos, respondieron que para que eso sucediera, la “contra” armada por
Washington también debía entregar sus armas. La presidenta tuvo que dar marcha
atrás a su instrucción, pero en el Departamento de Estado solucionaron rápido
el asunto ante esa torpeza: para dirigir ejecutiva y verdaderamente al país,
habían venido impulsando al político conservador yerno de Violeta, Antonio Lacayo, como
encargado de ejercer el poder tras el trono. Fue Lacayo quien verdaderamente
llevó el peso de negociar con los aún poderosos sandinistas, y quien inició el
objetivo de regresar a sus antiguos dueños, tierras, haciendas y negocios que,
por su ambición desmedida, habían perdido con el somocismo. Obviamente la
señora Violeta cuando candidata, nunca había mencionado este propósito
contrarrevolucionario a los nicaragüenses.
Claro que Violeta, a poco de tomar posesión, más o menos cumplió con
parar la guerra y el terrorismo, lógicamente porque Washington estaba detrás de
ellos. También cesó la conscripción militar. Sin embargo, pronto se inició
contra las familias nicaragüenses otro tipo de guerra, porque para cumplirle
las promesas a Violeta, Washington y los organismos internacionales le
exigieron adoptar un bárbaro programa de
ajuste estructural que, en las condiciones de Nicaragua, equivalía a prologar el genocidio. El plan era (aparte
de castigar a un pueblo rebelde), la reducción masiva del sector público y de
los gastos sociales; eliminación del subsidio al precio de los productos de
consumo básico; restricción del crédito
y aumento en las tarifas de los servicios públicos e impuestos directos.
También se inició la privatización de las empresas estatales, con el doble
objetivo de devolver propiedades confiscadas y vender las restantes, supuestamente para sanear las
finanzas públicas: ¡la misma política económica pinochetista que Josefina
Vázquez ha dicho admirar en un artículo público, que además corresponde a la
política de su partido¡ (Cfr. “Dictadura y Desarrollo”, en “El
Economista”, 1998).
Pero la respuesta no se hizo esperar por parte de los nicaragüenses. Una
serie de huelgas obligaron a Violeta y
su Ministro Lacayo, a negociar con el FSLN, lográndose estabilidad
política y que, luego de una década de estancamiento y recesión, la economía
mostrara por fin un crecimiento del 3.2 por ciento en 1994 y 4% en 1995. Pero
sólo fueron alegres cifras
macroeconómicas, porque estas metas se alcanzaron a un gravísimo costo social
para las mayorías, pues conllevaron ¡una reducción del gasto público del 14% en
1996¡, con relación a 1990, año en que todavía gobernaban los sandinistas.
Así, entre 1991 y 96 las cifras indicaban que el desempleo abierto
crecía a un promedio anual del 6.4%. Los
presupuestos para educación y salud habían sido recortados; los programas integrales de bienestar social fueron
sustituidos por proyectos coyunturales y de escaso financiamiento. Y para
colmo, un estudio de la ONU en 1994 revelaba que el 75 % de las familias
nicaragüenses vivía por debajo del nivel de pobreza y el 44% se encontraba en
extrema pobreza ¿Y el bienestar para los hijos y la familia? ¿Y el empleo que
había prometido doña Violeta, dónde había quedado? ¿No se parece todo esto a lo
que los panistas prometieron en el año 2,000 y 2006 ?
Otro ejemplo: en 1996 el ente creado por Violeta Barrios (CORNAP),
para llevar a cabo las privatizaciones,
informó haber vendido 495 empresas por
un valor de 26 millones de dólares y haber incurrido en pérdidas por 59.8
millones debido al alto costo de las transacciones; pero un estudio de la CEPAL
dirigido por el economista Mario De Franco, reveló que las transferencias
reales efectuadas por la CORNAP a empresarios privados, oscilaron entre 155 y 833 millones de dólares; es decir,
entre 6 y 32 veces el valor de las ventas brutas exportadas. En
síntesis, una transferencia de recursos gigantesca, en términos nicaragüenses,
a la que, proporcionalmente, aplicaba en tierras mexicanas otro émulo de
Pinochet, el “concertacesionista” amigo de los
panistas: Carlos Salinas.
Así, el proceso neoliberal
dictado por el FMI y Washington de salvaje ajuste estructural -que nosotros
conocemos muy bien por los regímenes priistas y panistas de los últimos 30
años-, además de hundir más en la
miseria a un pueblo ya miserable, provocó lo que también aquí conocemos: que
unos cuantos se enriquecieran a costa de este proceso (Forbes, dixit). Claro, todo esto en medio de una transparencia que, en
términos mexicanos, sólo podría compararse con el Fobaproa y el Pemexgate del
PRI; el atraco panista a Pemex, el desfalco con la Estela de Luz y las dádivas presupuestales
generosas a Elba Esther.
En síntesis, para quien aún crea que el paso presidencial de la
“simpática” Violeta que protegería a las familias y los jóvenes fue exitoso, el
pueblo dio su veredicto: el Partido Proyecto Nacional, creado por Antonio Lacayo para impulsar sus aspiraciones
políticas y la continuidad política de Violeta, obtuvo en las elecciones de
octubre de 1996 ¡la patética cifra de
9323 votos! En contraste, el candidato de la Alianza Liberal, el cleptómano y
ahora ex convicto Arnoldo Alemán, obtuvo
904,908 votos, gracias a su habilidad para capitalizar el “peligro para
Nicaragua” que representaban los sandinistas ¿dónde oímos esto antes ?
Pero Violeta también devolvió
los favores a Washington, pues hizo que su gobierno
renunciara, en forma inconsulta y arbitraria a la demanda e
indemnización a que tenían derecho los nicaragüenses en virtud del fallo
de la Corte Internacional de Justicia de la Haya; recursos que habrían aliviado
la genocida política de sacrificio económico a su propio pueblo. Tampoco fue
casualidad que casi iniciado su mandato, se le entregara a Violeta en
Washington el Premio “National Endowment for
Democracy”. Con el tiempo, la gente de Violeta se quejó de que en realidad,
Washington no los apoyó económicamente como había prometido y sólo paró la
guerra de sus contras; motivo por el cual la gestión económica de Violeta
terminó en gran desastre para el pueblo nicaragüense. Nuevamente la Casa Blanca
se burló de los hijos de Sandino y también de la ilusa Violeta.
Josefina: ¿Crónica de un desastre anunciado?
Más allá de la publicidad, Josefina Vázquez representa la continuidad de la sumisión a la política de Washington hacia México. |
En su momento las candidaturas presidenciales de Violeta
y Josefina recibieron el apoyo de
Washington y, en el caso de la segunda, lo confirma su oportunista
confirmación al Vicepresidente
Biden de que “continuará la
guerra contra el narco” (impuesta por EEUU a México), así como el
“oportuno”, aunque necesario, proceso al priísta Tomás Yarrington en
Texas, destinado a levantar la fracasada campaña de Josefina. Y también las
candidaturas mencionadas contaron con el
apoyo de los sectores conservadores internos
afines: de Violeta ya los
mencionamos. Y Josefina es apoyada por la Coparmex, el Yunque, el Opus Dei y los calderonistas que aún controlan el
presupuesto. Así que presentarle al
pueblo una cara “femenina” y de inocente madre de familia fue, y es, en el caso
de ambas políticas, un mero disfraz envuelto en paños rosas estilo revista
“Quién”, no sólo para esconder, en el caso de Josefina, una debacle y una
guerra en la cual Washington tiene en México, como tuvo en Nicaragua, una gran
responsabilidad.
El gobierno de la
“mujer bonita” Violeta Barrios concluyó en una catástrofe social y económica para los
nicaragüenses, de la que apenas están reponiéndose. El problema con dicha
“madre de familia” fue que las promesas y la demagogia estimuladas por
Washington, hicieron creer a los nicaragüenses que obtendrían paz, progreso y
justicia. El mismo
cuento populista que promete Josefina
Vázquez (“Seré la presidenta de la
paz y del fin de la violencia”), porque ella sabe que la actual forma de lucha contra el narcotráfico, está dictada
por Washington a través de la Iniciativa
Mérida.
Estuvieron los nicaragüenses, y nosotros ahora, frente a
políticas disfrazadas de inofensivas
“amas de casa”, pero rabiosamente
conservadoras y demagogas sobre sus verdaderas intenciones, pues
Josefina no disminuyó la pobreza desde
Sedesol y tampoco la “fábrica” de pobres y desocupados
en que se convirtió el país desde hace 30 años (PRIAN, dixit), y todavía quiso engañarnos con los “pisos firmes”; tal como
Violeta sembró más pobreza entre los nicaragüenses. Lo mismo con la carrera
“feminista” de ambas mujeres, pues si Pedro Joaquín protestó contra la barbarie
feminicida de los somicistas, el tema no caló en doña Violeta, quien en cuanto
pudo apoyó a los que asesinaban mujeres y niños en el interior nicaragüense.
Josefina por lo pronto, tiene como “asesor” a Molinar
Horcasitas y no ha dicho nada sobre el resto de los responsables de la
guardería ABC. Y de su feminismo, de su
“lucha” por la equidad de género y de su “molestia” contra los feminicidios en
el país, sólo se conoce su modestísima
participación en la ultraderechista Asociación Coordinadora Ciudadana, donde
fue “Secretaria de la Mujer”. Dicha asociación
es financiada, entre otros, por el delirante
yunquista y neo nazi Guillermo Velazco Arzac.
Violeta dijo ser autora del libro rosa “Sueños del
corazón”, que pretende ser una autobiografía. Lo mismo “nuestra” Josefina, que
pretende ser escritora y quien nos
recetó su libro “Dios mío, hazme viuda por favor”, que ojalá no sea eso que en
siquiatría freudiana se denomina un “acto fallido”. De cualquier manera, igual
que el libro de Violeta, el de Josefina contiene una breve y contradictoria colección de aforismos y lugares
comunes acerca de los problemas de las mujeres, inspirado en el franquista
fundador del Opus Dei, Escrivá de Balaguer ( Y quizás por aquí debamos ya
rastrear sus futuras orientaciones en política exterior, pues su otro
inspirador político es el también español Antonio Solá, creador de la guerra
sucia de Calderón en 2006, y también su
admirado amigo, corrido del gobierno por
mentiroso, José María Aznar: la Malinche
en plena acción).
Desde esta óptica es de desear que un muy hipotético y no fraudulento
triunfo de la señora Josefina, no acabe en desastre; aunque a juzgar por las
circunstancias descritas entre México y Nicaragua, y biográficas de ambas
mujeres, dicha posibilidad es muy alta, como ya lo ha demostrado su
“democrática” participación en el fraude electoral del 2006. Y desde luego,
suponiendo sin conceder que los mexicanos eligieran a esta dama, también se
esperaría que no acabara gobernando un
matrimonio, como el caso de los locuaces
Fox y Martha. O peor aún, que acabara gobernando a trasmano una
interpósita persona, como el empleado de Washington Antonio Lacayo, en lugar de
Violeta Barrios.
Cierro aquí con unos trozos selectos del populista discurso de toma de posesión de
Josefina, para que se vea como ella y su partido, siguen engañándonos:…“Hoy
México tiene una política social sin populismo, una política sin devaluación...
Nuestros hijos no están endeudados…Tenemos
estabilidad económica y también responsabilidad…” “México no sólo ha mantenido
el gasto social comprometido con la
sociedad, sino que lo ha elevado a niveles históricos” “Soy diferente porque
sobre la estabilidad deberá venir la prosperidad para millones de mexicanos…” y
bla, bla, bla, bla…
Finalmente hay que decir que el
mismo triste papel que aquí juega Josefina, podría intercambiarse con el del candidato-actor del
PRI y Televisa, Enrique Peña Nieto, pues sus promotores también apuestan a una
“figura” potable: Josefina y él, como el dios
mitológico Jano, son las dos caras de una misma moneda, que en un momento dado
Washington aceptaría; razón por la que votar en “blanco” en julio, como algunos
postulan, es terminar apoyando a cualquiera de ambos.
*Héctor Lerín Rueda es
profesor del Colegio de Estudios latinoamericanos y Catedrático de la UNAM. Además,
se desempeño como diplomático de México en varios países de América Latina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario