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sábado, 27 de octubre de 2012

Guatemala: la implantación autoritaria y violenta del neoliberalismo

En Centroamérica, Guatemala es un caso ejemplificante. En ese país, la profundización del modelo neoliberal ha entrado en una fase de cruenta violencia que ya lleva varios muertos a cuestas solo en los últimos meses.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

El ejércicto y la violencia del modelo neoliberal
en Guatemala. Una representación tras la reciente
masacre de Totonicapán  (Fuente: CPR urbana)
Chile fue la primera experiencia latinoamericana de imposición del Consenso de Washington luego del golpe de Estado pinochetista en los ahora lejanos años 70. El carácter primigenio de esta primera experiencia llevó a algunos a especular sobre la posibilidad de si solamente a partir de un régimen autoritario como el chileno era posible hacer las reformas draconianas que implicaba.

Las experiencias recientes en Europa nos muestran cómo el neoliberalismo tiene un fuerte componente de este tipo. En términos generales, hay un “endurecimiento” del Estado que lleva a restringir espacios a la democracia y a privilegiar la salida represiva.

Para América Latina, por nuestra cercanía cultural e histórica, la experiencia española es significativa. En ese país, la brutal represión de manifestantes ante el desmantelamiento del Estado de bienestar; la respuesta intransigente de Madrid a las diferentes expresiones autonomistas, independentistas o federalistas; la flagrante contradicción entre lo propuesto en las elecciones generales del año pasado y lo que el gobierno del Partido Popular ha hecho en menos de un año de gobierno; la imposición por parte de organismos europeos e internacionales del ajuste muestran esa vena autoritaria que se encuentra presente en la implantación de este tipo de reformas.

En América Latina, esa misma actitud llevó a la efervescencia, al caos, a la inestabilidad y, en algunos países, a mandar al tacho de la basura a políticos y partidos que hasta hoy, y a pesar de todos los esfuerzos mediáticos, de los grupos locales económicamente poderosos y de los Estados Unidos, no logran levantar cabeza.

En Centroamérica, Guatemala es un caso ejemplificante. En ese país, la profundización del modelo neoliberal ha entrado en una fase de cruenta violencia que ya lleva varios muertos a cuestas solo en los últimos meses.

Favorece esta tesitura el hecho que, el año pasado, ganara las elecciones presidenciales un general retirado. Su llegada a favorecido que se retome, con fuerza, la línea original con la que se implantaron las reformas neoliberales en el país en la década de los 80, cuando miles de campesinos indígenas fueron desplazados violentamente de sus tierras ancestrales, mismas que, casualmente, formaban parte de planes de “desarrollo” que implicaban posible explotación petrolera; explotación minera; paso a los cultivos “no tradicionales” con vistas a la exportación; acceso a las grandes transnacionales en el agro y concesión de explotación de recursos hídricos.

En la actualidad, tal modelo de desarrollo se encuentra en proceso de consolidación y profundización y, así como sucedió en los años 80, pasa por sobre la legislación nacional e internacional y reprime a quienes, sintiéndose afectados, protestan y se oponen.

Eso es lo que sucedió en Santa Cruz Barillas y lo que sucedió hace pocos días en Totonicapán. La gente sale a protestar y se le responde con balas.

En ambos casos el guiso tiene los mismos componentes: 1) compañías transnacionales extranjeras que llegan a explotar recursos naturales y que, luego, los venden no solo deficientemente sino a precio de oro. Se trata del agua, de la electricidad, es decir, de servicios básicos; 2) comunidades enteras que protestan no solo porque estas compañías llegan a implantarse en su territorio sino porque el Estado no ha hecho que se respete su voluntad, que ha quedado plasmada abrumadoramente en procesos de consulta estipulados en convenios internacionales que el país ha firmado; 3) el gobierno, que sin parar mientes, reprime a estas poblaciones defendiendo los privilegios de las transnacionales.

Esta vía autoritaria, abiertamente represiva y, por lo tanto, violenta, en la que el Ejército juega un importante papel, es la expresión exacerbada de lo que el neoliberalismo acarrea en su propia naturaleza: la imposición a sangre y fuego de los intereses corporativos del gran capital transnacional que busca asentarse y engordar en todos los rincones del planeta.

Pongan en remojo sus barbas los europeos.

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