En Centroamérica, Guatemala es un caso
ejemplificante. En ese país, la profundización del modelo neoliberal ha entrado
en una fase de cruenta violencia que ya lleva varios muertos a cuestas solo en
los últimos meses.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
El ejércicto y la violencia del modelo neoliberal en Guatemala. Una representación tras la reciente masacre de Totonicapán (Fuente: CPR urbana) |
Chile fue la primera experiencia
latinoamericana de imposición del Consenso de Washington luego del golpe de
Estado pinochetista en los ahora lejanos años 70. El carácter primigenio de
esta primera experiencia llevó a algunos a especular sobre la posibilidad de si
solamente a partir de un régimen autoritario como el chileno era posible hacer
las reformas draconianas que implicaba.
Las experiencias recientes en Europa nos
muestran cómo el neoliberalismo tiene un fuerte componente de este tipo. En
términos generales, hay un “endurecimiento” del Estado que lleva a restringir
espacios a la democracia y a privilegiar la salida represiva.
Para América Latina, por nuestra
cercanía cultural e histórica, la experiencia española es significativa. En ese
país, la brutal represión de manifestantes ante el desmantelamiento del Estado
de bienestar; la respuesta intransigente de Madrid a las diferentes expresiones
autonomistas, independentistas o federalistas; la flagrante contradicción entre
lo propuesto en las elecciones generales del año pasado y lo que el gobierno
del Partido Popular ha hecho en menos de un año de gobierno; la imposición por
parte de organismos europeos e internacionales del ajuste muestran esa vena
autoritaria que se encuentra presente en la implantación de este tipo de
reformas.
En América Latina, esa misma actitud
llevó a la efervescencia, al caos, a la inestabilidad y, en algunos países, a
mandar al tacho de la basura a políticos y partidos que hasta hoy, y a pesar de
todos los esfuerzos mediáticos, de los grupos locales económicamente poderosos
y de los Estados Unidos, no logran levantar cabeza.
En Centroamérica, Guatemala es un caso
ejemplificante. En ese país, la profundización del modelo neoliberal ha entrado
en una fase de cruenta violencia que ya lleva varios muertos a cuestas solo en
los últimos meses.
Favorece esta tesitura el hecho que, el
año pasado, ganara las elecciones presidenciales un general retirado. Su
llegada a favorecido que se retome, con fuerza, la línea original con la que se
implantaron las reformas neoliberales en el país en la década de los 80, cuando
miles de campesinos indígenas fueron desplazados violentamente de sus tierras
ancestrales, mismas que, casualmente, formaban parte de planes de “desarrollo”
que implicaban posible explotación petrolera; explotación minera; paso a los
cultivos “no tradicionales” con vistas a la exportación; acceso a las grandes
transnacionales en el agro y concesión de explotación de recursos hídricos.
En la actualidad, tal modelo de
desarrollo se encuentra en proceso de consolidación y profundización y, así
como sucedió en los años 80, pasa por sobre la legislación nacional e
internacional y reprime a quienes, sintiéndose afectados, protestan y se oponen.
Eso es lo que sucedió en Santa Cruz
Barillas y lo que sucedió hace pocos días en Totonicapán. La gente sale a
protestar y se le responde con balas.
En ambos casos el guiso tiene los mismos
componentes: 1) compañías transnacionales extranjeras que llegan a explotar
recursos naturales y que, luego, los venden no solo deficientemente sino a
precio de oro. Se trata del agua, de la electricidad, es decir, de servicios
básicos; 2) comunidades enteras que protestan no solo porque estas compañías
llegan a implantarse en su territorio sino porque el Estado no ha hecho que se
respete su voluntad, que ha quedado plasmada abrumadoramente en procesos de
consulta estipulados en convenios internacionales que el país ha firmado; 3) el
gobierno, que sin parar mientes, reprime a estas poblaciones defendiendo los
privilegios de las transnacionales.
Esta vía autoritaria, abiertamente
represiva y, por lo tanto, violenta, en la que el Ejército juega un importante
papel, es la expresión exacerbada de lo que el neoliberalismo acarrea en su
propia naturaleza: la imposición a sangre y fuego de los intereses corporativos
del gran capital transnacional que busca asentarse y engordar en todos los
rincones del planeta.
Pongan en remojo sus barbas los
europeos.
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