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sábado, 3 de noviembre de 2012

Panamá: Rodrigo con nosotros.

Intervención en la mesa redonda organizada por el Instituto de Investigaciones Científicas Avanzadas y Servicios de Alta Tecnología, en la Ciudad del Saber, para debatir el libro “Analfabetismo Ecológico. El conocimiento en tiempos de crisis”, del científico y ambientalista panameño Rodrigo Tarté (1936 – 2012).

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

Para los colaboradores científicos de INDICASAT,
en la Ciudad del Saber.

Es justo y necesario -y grato, por lo mismo– que los colaboradores científicos de este Instituto hayan convocado a la discusión del último libro de Rodrigo Tarté, que no en balde lleva por título Analfabetismo Ecológico. El conocimiento en tiempos de crisis. Lamed Mendoza y Luis De León, que me han precedido en el uso de la palabra, han presentado aquí comentarios muy valiosos sobre la estructura y el alcance de lo planteado por Rodrigo. Apoyándome en lo que han dicho, yo quisiera referirme más bien a la circunstancia y el significado de su aporte al ambientalismo en Panamá.

Al respecto, empezaría por decir que este libro tiene el mérito indudable de haber llevado hasta su límite más extremo las posibilidades explicativas de una perspectiva analítica de la crisis ambiental global sustentada en las ciencias naturales, y de haberlo hecho manteniendo esa perspectiva abierta al dialogo con otros campos del saber. Y ese mérito resalta aún más si se lo considera tanto en las posibilidades que abre para una participación aún más productiva de la comunidad científica en la forja de una cultura y una práctica nuevas en el movimiento ambientalista, como en lo que implicó de lucha tenaz contra la tendencia a la especialización y el aislamiento, tan comunes en la formación científica que recibió el autor.

Tres factores al menos contribuyeron a forjar este logro. Uno fue, sin duda, el legado de la militancia social y política de Rodrigo en su juventud, en lucha siempre contra las manifestaciones más tempranas de muchos de los problemas que hoy se exacerban en nuestra sociedad. Otro fue su labor al frente del Instituto de Investigaciones Agropecuarias de Panamá, del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza, de la Fundación Natura, de la Dirección Académica de la Fundación Ciudad del Saber, y del Centro Internacional de Desarrollo Sostenible de la Ciudad del Saber, que supo ejercer siempre en contacto cercano con los problemas concretos de la gestión de la producción de ambientes concretos en circunstancias concretas. Y otro, quizás de una importancia que no alcanzamos a comprender en todo su alcance, fue su ejercicio constante, casi renacentista, de su curiosidad científica y de su vocación artística. Porque Rodrigo, en efecto, tuvo más de Galileo Galilei que de Louis Pasteur.

El límite al que arriba el libro en su planteamiento de la crisis global, por otra parte, no deriva ni de su fundamentación en las ciencias naturales, ni de las carencias que pueda tenido la formación de Rodrigo en el campo de las Humanidades y las ciencias sociales. Ese límite emerge más del marco de referencia histórico y filosófico que sustenta el conjunto de una reflexión tan bien documentada como fecunda. Me refiero aquí, por supuesto, a la geocultura liberal dominante en el sistema mundial entre 1850 y 1950, en la cual tuvo lugar la formación profesional y cultural del autor.

En este sentido, al crisis a que se refiere el libro - y el modo en que se refiere a ella - hace parte de la crisis del propio marco de referencia que sustenta el análisis. Y eso se expresa, a su vez, en la dificultad para integrar en un mismo conjunto explicativo los distintos aspectos de la crisis global y, en particular, las interacciones de esos aspectos entre si. Así, por ejemplo, desde otra perspectiva - más y menos reciente que la de Rodrigo, por cierto - no existen tres crisis distintas, y ni siquiera tres crisis en una.

Lo que encaramos hoy, en efecto, es una crisis ambiental global, que ella expresa el agotamiento de una modalidad de relacionamiento de los seres humanos entre si y con su entorno natural en desarrollo desde fines del siglo XVIII. Esta crisis es la de la única economía global creada por la especie humana en su historia, que enfrenta hoy la disyuntiva de organizar sus relaciones con la naturaleza en torno a economía distinta, o encarar el riesgo cierto de su propia extinción.

Lo planteado por Rodrigo no cuestiona esta otra visión. Por el contrario, le ofrece valiosos elementos de fundamentación. La diferencia mayor entre ambas visiones corresponde, quizás, a la distinta valoración de lo político como factor en el desarrollo y en las posibilidades de solución de los problemas creados por el desarrollo desigual y combinado de la economía global realmente existente.

Rodrigo fue un intelectual por demás consecuente con lo mejor de su propia formación. Y esto incluyó, siempre, una lealtad ejemplar a las grandes conquistas logradas por la Humanidad tras la Segunda Guerra Mundial. Una de esas conquistas, de enorme peso en la geocultura global, correspondió al potencial de la ciencia y la tecnología para identificar, caracterizar y proponer medios para encarar los grandes problemas que emergían del desarrollo del sistema mundial, desde la crisis de contaminación develada por el Club de Roma en la década de 1960, hasta la necesidad de hacer sostenible el desarrollo, planteada por la Organización de las Naciones Unidas en la de 1980. Otra fue la de la existencia misma de un sistema internacional, forjado a partir de la organización de todas las sociedades humanas en Estados nacionales, un fenómeno inédito en la historia de nuestra especie antes de la década de 1950.

Ese sistema esta en crisis hoy, y difícilmente puede ser la fuente de la solución a problemas que el mismo a contribuido a crear. Y sin embargo, tampoco podemos prescindir de él. Al respecto, aun si no se compartiera la esperanza de Rodrigo en la capacidad del sistema internacional para generar las iniciativas de salida a la crisis que él caracteriza con tanta claridad, tampoco cabe dudar de que su libro deja planteada una agenda clara y bien sustentada de tareas ante las cuales se definirá la viabilidad futura -o la ausencia de esa viabilidad- del sistema internacional realmente existente.

Desde la perspectiva de las Humanidades, y en particular desde la historia ambiental, el ambiente es el producto de las intervenciones humanas en los sistemas naturales, mediante procesos de trabajo socialmente organizados. En este sentido, cada sociedad tiene un ambiente que le es característico y, por lo mismo, si deseamos un ambiente distinto tendremos que encarar la tarea de forjar una sociedad diferente.

Vistas las cosas así, la crisis ambiental global se nos presenta no sólo como una circunstancia de riesgo, sino y sobre todo - gracias al enorme progreso del conocimiento en todos los ámbitos del saber humano -, como una oportunidad para trascender y superar las formas de organización social que nos han llevado a esta situación, y establecer aquellas otras que nos permitan aplicar el conocimiento a la solución de las amenazas a la sostenibilidad del desarrollo de la especie que somos.  Entender aquel riesgo, y percibir y comprender esa oportunidad para encararla con todo el poder del conocimiento, será mucho mas sencillo gracias al aporte de Rodrigo.

Quisiera concluir con una reflexión de otro orden. En su Dialéctica de la Naturaleza, un libro tan obsoleto en tantos sentidos debido no sólo al progreso de la ciencia, sino además al compromiso subyacente de su autor con la racionalidad entonces novedosa del positivismo, Federico Engels se refiere al proceso de evolución como uno que se despliega en formas cada vez mas complejas de organización de la materia. En ese proceso, dice, la materia alcanza en el cerebro humano la complejidad que le permite pensarse a si misma, y permite con ello a la Humanidad el acceso a una situación de conciencia de la naturaleza.

Esa posibilidad alcanzó una expresión magnifica justamente aquí, en la comunidad científica panameña, en la obra última, mayor y más trascendente de nuestro colega y compatriota Rodrigo Tarté. Aquí, todos estamos en deuda impagable con él, y el modo en que asumamos esa deuda definirá en una medida decisiva lo que la ciencia pueda hacer por Panamá en los años por venir.

Ciudad del Saber, Panamá, 31 de octubre de 2012. 

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