Intervención
en la mesa redonda organizada por el Instituto de Investigaciones Científicas
Avanzadas y Servicios de Alta Tecnología, en la Ciudad del Saber, para debatir
el libro “Analfabetismo Ecológico. El conocimiento en tiempos de crisis”, del
científico y ambientalista panameño Rodrigo Tarté (1936 – 2012).
Guillermo
Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Para los
colaboradores científicos de INDICASAT,
en la Ciudad del
Saber.
Es
justo y necesario -y grato, por lo mismo– que los colaboradores científicos
de este Instituto hayan convocado a la discusión del último libro de Rodrigo
Tarté, que no en balde lleva por título Analfabetismo
Ecológico. El conocimiento en tiempos de crisis. Lamed Mendoza y Luis De
León, que me han precedido en el uso de la palabra, han presentado aquí comentarios
muy valiosos sobre la estructura y el alcance de lo planteado por Rodrigo.
Apoyándome en lo que han dicho, yo quisiera referirme más bien a la
circunstancia y el significado de su aporte al ambientalismo en Panamá.
Al
respecto, empezaría por decir que este libro tiene el mérito indudable de haber
llevado hasta su límite más extremo las posibilidades explicativas de una
perspectiva analítica de la crisis ambiental global sustentada en las ciencias
naturales, y de haberlo hecho manteniendo esa perspectiva abierta al dialogo
con otros campos del saber. Y ese mérito resalta aún más si se lo considera
tanto en las posibilidades que abre para una participación aún más productiva
de la comunidad científica en la forja de una cultura y una práctica nuevas en
el movimiento ambientalista, como en lo que implicó de lucha tenaz contra la
tendencia a la especialización y el aislamiento, tan comunes en la formación
científica que recibió el autor.
Tres
factores al menos contribuyeron a forjar este logro. Uno fue, sin duda, el
legado de la militancia social y política de Rodrigo en su juventud, en lucha
siempre contra las manifestaciones más tempranas de muchos de los problemas que
hoy se exacerban en nuestra sociedad. Otro fue su labor al frente del Instituto
de Investigaciones Agropecuarias de Panamá, del Centro Agronómico Tropical de
Investigación y Enseñanza, de la Fundación Natura, de la Dirección Académica de
la Fundación Ciudad del Saber, y del Centro Internacional de Desarrollo
Sostenible de la Ciudad del Saber, que supo ejercer siempre en contacto cercano
con los problemas concretos de la gestión de la producción de ambientes
concretos en circunstancias concretas. Y otro, quizás de una importancia que no
alcanzamos a comprender en todo su alcance, fue su ejercicio constante, casi
renacentista, de su curiosidad científica y de su vocación artística. Porque
Rodrigo, en efecto, tuvo más de Galileo Galilei que de Louis Pasteur.
El
límite al que arriba el libro en su planteamiento de la crisis global, por otra
parte, no deriva ni de su fundamentación en las ciencias naturales, ni de las
carencias que pueda tenido la formación de Rodrigo en el campo de las
Humanidades y las ciencias sociales. Ese límite emerge más del marco de
referencia histórico y filosófico que sustenta el conjunto de una reflexión tan
bien documentada como fecunda. Me refiero aquí, por supuesto, a la geocultura
liberal dominante en el sistema mundial entre 1850 y 1950, en la cual tuvo
lugar la formación profesional y cultural del autor.
En
este sentido, al crisis a que se refiere el libro - y el modo en que se refiere
a ella - hace parte de la crisis del propio marco de referencia que sustenta el
análisis. Y eso se expresa, a su vez, en la dificultad para integrar en un
mismo conjunto explicativo los distintos aspectos de la crisis global y, en
particular, las interacciones de esos aspectos entre si. Así, por ejemplo,
desde otra perspectiva - más y menos reciente que la de Rodrigo, por cierto -
no existen tres crisis distintas, y ni siquiera tres crisis en una.
Lo
que encaramos hoy, en efecto, es una crisis ambiental global, que ella expresa
el agotamiento de una modalidad de relacionamiento de los seres humanos entre
si y con su entorno natural en desarrollo desde fines del siglo XVIII. Esta
crisis es la de la única economía global creada por la especie humana en su
historia, que enfrenta hoy la disyuntiva de organizar sus relaciones con la
naturaleza en torno a economía distinta, o encarar el riesgo cierto de su
propia extinción.
Lo
planteado por Rodrigo no cuestiona esta otra visión. Por el contrario, le
ofrece valiosos elementos de fundamentación. La diferencia mayor entre ambas
visiones corresponde, quizás, a la distinta valoración de lo político como
factor en el desarrollo y en las posibilidades de solución de los problemas
creados por el desarrollo desigual y combinado de la economía global realmente
existente.
Rodrigo
fue un intelectual por demás consecuente con lo mejor de su propia formación. Y
esto incluyó, siempre, una lealtad ejemplar a las grandes conquistas logradas
por la Humanidad tras la Segunda Guerra Mundial. Una de esas conquistas, de
enorme peso en la geocultura global, correspondió al potencial de la ciencia y
la tecnología para identificar, caracterizar y proponer medios para encarar los
grandes problemas que emergían del desarrollo del sistema mundial, desde la
crisis de contaminación develada por el Club de Roma en la década de 1960,
hasta la necesidad de hacer sostenible el desarrollo, planteada por la
Organización de las Naciones Unidas en la de 1980. Otra fue la de la existencia
misma de un sistema internacional, forjado a partir de la organización de todas
las sociedades humanas en Estados nacionales, un fenómeno inédito en la
historia de nuestra especie antes de la década de 1950.
Ese
sistema esta en crisis hoy, y difícilmente puede ser la fuente de la solución a
problemas que el mismo a contribuido a crear. Y sin embargo, tampoco podemos
prescindir de él. Al respecto, aun si no se compartiera la esperanza de Rodrigo
en la capacidad del sistema internacional para generar las iniciativas de
salida a la crisis que él caracteriza con tanta claridad, tampoco cabe dudar de
que su libro deja planteada una agenda clara y bien sustentada de tareas ante
las cuales se definirá la viabilidad futura -o la ausencia de esa viabilidad-
del sistema internacional realmente existente.
Desde
la perspectiva de las Humanidades, y en particular desde la historia ambiental,
el ambiente es el producto de las intervenciones humanas en los sistemas
naturales, mediante procesos de trabajo socialmente organizados. En este
sentido, cada sociedad tiene un ambiente que le es característico y, por lo
mismo, si deseamos un ambiente distinto tendremos que encarar la tarea de
forjar una sociedad diferente.
Vistas
las cosas así, la crisis ambiental global se nos presenta no sólo como una
circunstancia de riesgo, sino y sobre todo - gracias al enorme progreso del
conocimiento en todos los ámbitos del saber humano -, como una oportunidad para
trascender y superar las formas de organización social que nos han llevado a
esta situación, y establecer aquellas otras que nos permitan aplicar el
conocimiento a la solución de las amenazas a la sostenibilidad del desarrollo
de la especie que somos. Entender aquel
riesgo, y percibir y comprender esa oportunidad para encararla con todo el
poder del conocimiento, será mucho mas sencillo gracias al aporte de Rodrigo.
Quisiera
concluir con una reflexión de otro orden. En su Dialéctica de la Naturaleza, un libro tan obsoleto en tantos
sentidos debido no sólo al progreso de la ciencia, sino además al compromiso
subyacente de su autor con la racionalidad entonces novedosa del positivismo,
Federico Engels se refiere al proceso de evolución como uno que se despliega en
formas cada vez mas complejas de organización de la materia. En ese proceso,
dice, la materia alcanza en el cerebro humano la complejidad que le permite
pensarse a si misma, y permite con ello a la Humanidad el acceso a una
situación de conciencia de la naturaleza.
Esa
posibilidad alcanzó una expresión magnifica justamente aquí, en la comunidad
científica panameña, en la obra última, mayor y más trascendente de nuestro
colega y compatriota Rodrigo Tarté. Aquí, todos estamos en deuda impagable con
él, y el modo en que asumamos esa deuda definirá en una medida decisiva lo que
la ciencia pueda hacer por Panamá en los años por venir.
Ciudad del Saber, Panamá, 31 de octubre de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario