Entrevista a Rubén del Valle, Presidente
del Consejo Nacional de Artes Plásticas y de la Comisión Organizadora de la Bienal de
La Habana.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Rubén,
¿Cuáles son las tareas fundamentales de la organización que tú diriges?
Rubén del Valle |
En primer lugar, la aplicación de la
política cultural en el terreno de las artes visuales en Cuba. Es decir, está
relacionado con todo lo que tiene que ver con la enseñanza y la producción artística
y la formación del público, es decir, con la relación entre el creador y los
más diversos públicos que existen en el paisaje cultural. Estas serían las tres
líneas fundamentales en el marco del cual desarrollamos nuestro trabajo.
La
cultura cubana, en términos generales, tiene un papel fundamental en la
presencia de Cuba en el mundo. ¿A qué se debe eso: hay una política específica
en esa dirección, a la calidad de la cultura cubana?
Yo creo que Cuba es un país que, al ver
su historia, ha tenido un movimiento artístico, un movimiento cultural muy
sólido. La Revolución llega al poder y hereda una gran tradición cultural en la
literatura, en la pintura, en la escultura. La Revolución puso en su proyecto
que la cultura es un elemento central a partir del concepto martiano de que hay
que ser culto para ser libre, en el sentido que un hombre culto es un hombre no
manipulable, un hombre que ve la vida, al mundo, con un prisma más crítico, más
participativo, más activo. Y dentro de los líderes de la Revolución Cubana -me
refiero a Fidel y al mismo Che Guevara- el tema de la cultura ha tenido un
lugar central.
Por lo tanto, se potenció enormemente la
formación de talentos, que anteriormente se daba de manera más espontánea, con
la creación de un sistema de enseñanza artística que creo que es uno de los más
ricos en América Latina e, incluso, del mundo. Se preocupó también de que la
formación no fuera patrimonio de las élites políticas o económicas, sino de
tratar cada vez más de fomentar el acceso al arte como un derecho básico,
elemental, incluso como un elemento esencial en el proyecto emancipatorio de la
nación. Yo creo que esa tradición con la que esto hizo conjunción proviene
incluso desde la colonia, atraviesa el siglo XX y entronca luego con este
impulso socializador que le da la Revolución al tema de la cultura, lo que
provoca todo esto que tenemos hoy en Cuba y que, por lo tanto, no es un milagro
sino que es fruto de un trabajo, de una política.
Siendo
Cuba un país socialista, y habiendo el antecedente que hubo en las artes
plásticas en el campo socialista, específicamente en la Unión Soviética, en
torno al realismo socialista, ¿por qué en Cuba no se dio esa situación?
Yo creo que incluso desde los inicios de
la Revolución –y eso se puede constatar cuando uno se aproxima a los debates
que se dieron en ese momento histórico- siempre hubo una preocupación de la
intelectualidad cubana por alejarse de esos esquemas del realismo socialista,
tomando en cuenta aquella experiencia negativa que se dio en la Unión Soviética
con las vanguardias artísticas, que fueron totalmente baldadas por un criterio
reduccionista de la cultura. Por eso siempre hubo, por parte del campo
intelectual cubano, esa preocupación de distanciarse críticamente de esa
perspectiva. Y hubo también una percepción de la dirección política desde
tempranas fechas como el año 1961, de decir que no habría una sola dirección,
que habría libertad de formas total, y que la política cultural de la
Revolución iba a respaldar la libertad formal. Cuando uno lee El socialismo y el hombre en Cuba,
documento esencial del Che, uno ve que se habla y critica, incluso desde una
perspectiva política, el realismo socialista, el cual consideraba que no era
socialista; hablaba de los intelectuales que no debían ser “dóciles
asalariados” del aparato estatal sino que debían ser críticos, participativos,
preocuparse por indagar, buscar, y yo creo que esa suerte de conjunción de una
vanguardia artística que se negó a asumir esos códigos, y de una vanguardia
política que favoreció la experimentación, la libertad formal en la creación,
hizo posible incluso que en los años en que se trató, por coyuntura histórica,
de aplicar los códigos del realismo socialista en la política cultural, fueron
años bastante efímeros. Eso se dio en lo que se denominó “el quinquenio gris,
cuando esa tendencia se instaura como política lo que, por suerte, con la
creación del Ministerio de Cultura, se erradicó.
Debo advertir que la política cultural
no debe verse como algo homogéneo, dictado como una línea, sino como una suerte
de campo en el que existen tensiones con diversas líneas de pensamiento donde
de vez en cuando puede salir a flote la tendencia del realismo, pero la suerte
es que el tiempo en el que esta tendencia prevaleció fue muy breve, por lo que
incluso cuando llegó a aplicarse como línea dominante había zonas, como la Casa
de las Américas, el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC)
o el ballet, que no aplicaron esa filosofía, esa política cultural y fueron,
incluso, núcleos de resistencia internos a la instauración de esa política del
Consejo Nacional de Cultura que, incluso, podríamos caracterizar como
reaccionaria, contraria a la esencia de lo que una visión marxista, incluso
leninista, considera que debe ser una política cultural. Prevaleció, al fin, la
tendencia a la búsqueda y a la experimentación que se ha ampliado todavía más
en nuestros días.
Durante
los años 80, las artes plásticas jugaron un papel importante dentro del campo
cultural cubano. Yo diría que no solo desde el punto de vista estético sino que
también político. Conversemos sobre eso.
Es una etapa que algunos críticos llaman
del renacimiento del arte cubano, que ciertamente dinamizó toda la estructura
no solamente de las artes plásticas sino en general la estructura del campo
cultural en Cuba. No había exclusivamente una finalidad estética, sino que
había un sentido de cuestionamiento de los límites del arte, de la relación del
arte con la vida, con la política, con la ideología; era un proceso que se
enmarcaba en uno más amplio de rectificación de ideas que se llevaba a cabo en
todo el país, de aproximarse, entre otras, a las ideas paradigmáticas del Che,
de buscar un socialismo participativo, más democrático, más crítico. El arte tuvo entonces una explosión, puso en
crisis, incluso, a la “institución arte”, que se encontraba aún muy
circunscrito a las instituciones tradicionales, a los museos, a las galerías, y
trató constantemente de tensionar los límites de la creación; copó las calles;
copó, incluso, los medios de comunicación: en esa época se podían leer en el
periódico Gramma polémicas y debates sobre esos temas, la misma televisión
vivió su etapa de oro pues estaba imbuida en un espíritu de experimentación, de
vanguardia. Fue, indiscutiblemente, una época de oro de la cultura cubana que,
lamentablemente, tiene como una especie de corte con la caída del campo
socialista, con la entrada del país en el período especial, con la terrible
crisis económica que vivimos en esos años, con la salida del país de un grupo
significativo de los protagonistas de aquella aventura hacia el exterior; pero
aún con esa situación, Cuba salió adelante de una forma tal que posiblemente
pocos países en el mundo estarían en la capacidad de emularla; en esos años de
terrible crisis económica salió del país casi una generación completa del
escenario artístico nacional y, de manera natural e inmediata, entró en el
escenario protagónico otra generación que venía atrás y se estaba en esos
momentos formando en las escuelas y prácticamente no hubo ningún vacío en
cuanto a creación artística.
Y
esa nueva generación, en relación a esto que estamos hablando, de creatividad,
de impulso, de actitud crítica, ¿qué nuevas posiciones trajo?
Yo creo que hay una continuación y una
ruptura. Yo creo que continúa con una profunda vocación social, crítica, de
indagación y cuestionamiento, pero lo hace ya de forma más velada a través de
la metáfora. Es decir, la generación de los 80 utiliza más la literalidad, la crítica
directa, no siempre la metáfora, lo que se catalogó entonces de “ver el arte a
través del prisma de la vida”. Esta nueva generación tiene una percepción,
repito, más metafórica, con mensajes que se tienen que buscar a través del
tropo, del símbolo. Es una generación que se preocupa mucho más por la factura,
por el bien hacer en el arte, que está continuamente dialogando con lo que está
pasando en el arte del mundo en este momento, lo cual está relacionado con la
inclusión de Cuba en el mercado del arte internacional, con la presencia de
artistas nuestros muy jóvenes en los eventos que se están produciendo en el
mundo. Pero hay una continuidad, una herencia de lo que estaba pasando, de esa
vocación social, de esa vocación crítica, aunque son hijos de su tiempo: si
bien la generación de los 80 negaba totalmente el mercado del arte, esta
generación penetra en ese mercado pero desde un discurso muy propio, muy
cubano, muy identificable por su profunda vocación humanista, lo que en los
grandes circuitos del espectáculo y el arte mundiales no siempre pasa,
decantándose más por lo vacuo y donde las grandes ideas y valores de la
humanidad no están necesariamente presentes.
Otro
hito muy importante, y que pone a Cuba en el panorama mundial de las artes
plásticas es la Bienal de La Habana, que tiene ciertas características
específicas y diferenciadoras en relación con otras bienales que han ido
surgiendo como hongos en todo el mundo. Háblanos un poco de ella.
A raíz de la desaparición de Wifredo
Lam, en una conversación que tiene Fidel con su viuda, se especula sobre qué se
podría hacer para mantener la viva su memoria, la promoción de su obra, y se
decide crear el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, y una de las misiones
que le dan a este Centro es precisamente la generación de un evento que
sirviera de puente a los artistas del en aquel tiempo llamado Tercer Mundo. Hay
que ubicarse en los años 83-84, cuando estaban en auge los movimientos de
liberación en América Latina, en África, el Movimiento de los Países no
Alineados del cual Cuba había sido recientemente su presidente. En aquel
momento prácticamente no se hablaba del arte de América Latina, de África y de
Asia. Se hablaba de artistas que desde Europa, como el propio Lam, habían
trascendido, pero era un pequeño grupo; por lo tanto, se decidió crear un
espacio de encuentro y proyección de los artistas del Tercer Mundo. Con ese
espíritu se realizaron las dos primeras bienales, y a partir de la tercera la
dirección del Centro decide que la Bienal dejará de tener un carácter
competitivo en donde participaban de manera libre artistas de muchos países, y
pasaba a convocarse bajo un tema central. Desde entonces, la Bienal ha
discursado sobre los principales problemas que se han venido sucediendo a
través de los años y que suceden en el momento en que se realiza el evento, que
va desde los desafíos de la descolonización a raíz de los debates que se
produjeron por el quinto centenario de la llegada de Colón a América, o los
desafíos planteados por temas relacionados con la identidad, o los relacionados
con la comunicación, los relacionados con la relación del arte con la vida, los
relacionados con las culturas urbanas, la globalización hasta esta última, que
tuvo que ver con las prácticas artísticas y los imaginarios. La verdad es que
la Bienal marcó un modelo –no lo decimos nosotros, lo dicen los críticos
internacionales- de evento que no se repetía con otros que se realizaban en
aquel momento. Hoy hay más de doscientas bienales en el mundo, cuando en aquel
momento era prácticamente solo la Bienal de Venecia, la de Sao Paulo, la
Documenta de Kassel y la de Estambul en Turquía, y en ninguno de esos eventos,
incluido Sao Paulo que buscaba una proyección del arte brasileño, tenía una
perspectiva que privilegiara la presencia de artistas latinoamericanos,
caribeños, africanos y asiáticos. A partir de la presencia permanente de la
Bienal de La Habana se inició un proceso fuerte de proyección de estos artistas
en el mundo.
Es
decir que jugó un papel importante en la promoción y visibilización de artistas
del Tercer Mundo.
Durante la última Bienal se presentaron
varios libros donde varios críticos refieren precisamente a esta ventana que
contribuyó a abrir la Bienal de La Habana. Por otro lado, ha servido en el
ámbito nacional para crear una oportunidad excepcional que tiene el público
cubano de encontrar aquí en Cuba lo mejor de la producción artística internacional.
Creo que esas dos características, la de proyectar el arte de lo que en aquel
momento se conocía como Tercer Mundo, y la de poner en contacto a los cubanos
con el arte mundial han sido sus aportes fundamentales.
Ahora ese Tercer Mundo al que hoy
llamaríamos el Sur, ya no lo vemos solo como un Sur geográfico, pues aún en los
países desarrollados encontramos fenómenos característicos del Sur, por lo que
el evento ha ido ampliando cada día más su perspectiva y, entonces, ya
participan artistas no solo africanos, de América Latina y el Caribe sino
también artistas de países del Norte como Austria o Estados Unidos, por
ejemplo, que no se encuentran incluidos en el mainstream, siempre desde una perspectiva de diálogo, de
interacción horizontal a través de distintas actividades como talleres en donde
tienen la oportunidad de interactuar con la gente en la calle que es una de las
riquezas fundamentales de este evento, siendo esta una de sus características
que más llaman la atención y valoran los artistas extranjeros que nos visitan:
la manera en cómo la ciudad se involucra con el evento. Ese ha sido uno de los
motivos por los cuales la Bienal persiste en esa vocación.
Para
terminar, Rubén, ¿qué tendencias identificas en la plástica cubana
contemporánea?
Es una pregunta difícil. Yo creo que hoy
en día la plástica cubana se caracteriza por una gran diversidad formal, por
una gran confluencia generacional. O sea, si bien en los 80 había una especie
de zonas específicas que podían ser identificadas como el arte cubano, ya hoy
en día eso no es así; hoy incluso la política cultural favorece la diversidad
para evitar exclusiones tendenciosas y por eso podemos encontrar artistas como
Antonio Vidal o Alirio Benítez, que son maestros del arte cubano, ya con más de
70 años de vida y con una amplísima producción artística desde los años 40 y
50, hasta artistas que están todavía estudiando en nuestras escuelas de arte,
en donde lo mismo hay muchísima videoinstalación como performance, pintura o
grabado. Así que si yo intentara
caracterizar todo eso yo diría que lo que hoy vivimos es una gran pluralidad de
formas, de estilos, de tendencias en el arte.
Muy interesante propuesta tiene la bienal .
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