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sábado, 22 de diciembre de 2012

Con Chávez y la Revolución Bolivariana, ahora

Apoyar a Chávez y la Revolución Bolivariana en esta hora significa comprender, también, que gracias a sus luchas y sacrificios por primera vez en doscientos años América Latina camina hacia la realización de su misión histórica: la de hacer posible, con su presencia activa, libre e independiente, el equilibrio del mundo frente a los apetitos insaciables del imperialismo.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

El liderazgo de Chávez: pieza fundamental del cambio
en América Latina en el siglo XXI.
Como ha ocurrido durante más de una década, Venezuela ocupa hoy, una vez más, el centro de atención del debate internacional y las miradas expectantes de sus amigos y enemigos en nuestra América y más allá. En efecto, el estado de salud del presidente Hugo Chávez –que conmueve a millones de personas en todo el mundo-, la batalla que sostiene contra el cáncer en Cuba y la posibilidad real de un relevo en la conducción de la Revolución Bolivariana si no puede asumir el nuevo mandato presidencial el próximo 10 de enero, abrieron un debate que trasciende las coordenadas internas de la política venezolana y emplaza a toda la región con al menos dos preguntas ineludibles: ¿Cuál será el futuro de la ruta posneoliberal emprendida por los pueblos y gobiernos latinoamericanos desde principios del siglo XXI? ¿Cómo afectará una eventual ausencia de Chávez al sistema de alianzas forjado en torno a iniciativas como el ALBA, la UNASUR, la CELAC y más recientemente al MERCOSUR?

No es tarea sencilla la de avanzar algunas respuestas, sobre todo porque los escenarios son inciertos, la información se maneja con la reserva y prudencia del caso, y porque al mismo tiempo que el mandatario venezolano enfrenta su destino contra el cáncer, los procesos políticos en el resto de América Latina siguen adelante, encarando sus propios desafíos: así ocurre en Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Uruguay, donde la tensión propia de las próximas elecciones presidenciales o legislativas, de los cambios y reformas económicas en curso, de la gestión política de los programas progresistas y de las disputas internas con los sectores más beligerantes de la reacción oligárquica (medios de comunicación, grupos económicos, partidos), se artícula con un franco interés por el desarrollo de los acontecimientos en torno a la salud de Chávez. Es que existe una clara conciencia del papel central que desempeña Venezuela, en todos los órdenes, como eje que sostiene, junto a Brasil y Argentina, el nuevo posicionamiento regional y global de América Latina.

Sin embargo, en medio de las dudas -normales y entendibles- de quienes se interrogan sobre la continuidad del chavismo sin Chávez, el pueblo venezolano dio el pasado domingo, en las elecciones regionales, una lección más de madurez y compromiso revolucionario: el Partido Socialista Unido (PSUV) obtuvo un triunfo contundente en 20 de 23 estados, y en algunos casos, con candidatos que hasta hace muy poco tiempo ocupaban cargos relevantes en el gobierno bolivariano y en la estructura del PSUV (como Tarek El Aissami, Aristóbulo Izturiz, Ramón Rodríguez Chacín, Henry Rangel Silva y Ramón Carrizalez, a quienes se suma el vicepresidente Nicolás Maduro), lo que envía una señal muy importante tanto sobre la consistencia de la Revolución en el tiempo, como sobre la emergencia de cuadros dirigentes capaces de asumir las tareas de dirección.

En su análisis de estos comicios, y de la coyuntura en que tuvieron lugar, el politólogo argentino Atilio Borón expone dos argumentos que compartimos y que alumbran en esta hora decisiva. Por un lado, considera que las elecciones regionales demuestran que “las transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales que tuvieron lugar a lo largo de catorce años de hegemonía chavista han tenido un calado tan hondo que aún en ausencia del líder histórico y fundador del movimiento sus voceros y sucesores están en condiciones de derrotar ampliamente a sus adversarios”. Y por el otro, lanza una hipótesis: “el proceso bolivariano habría pasado un punto de no retorno, constituyendo una sólida y perdurable mayoría electoral suficientemente blindada ante los ocasionales sinsabores de la coyuntura o las frustraciones provocadas por algunas decepcionantes (y puntuales) experiencias de gobierno” (ALAI, 17-12-2012).

Para quienes consideramos que la irrupción del movimiento bolivariano en Venezuela y en nuestra América tiene trascendencia histórica, el legado de Chávez ya es parte fundamental del camino abierto de la emancipación y la liberación latinoamericana y caribeña,  de nuestra segunda independencia. Y lo es precisamente porque representa un parteaguas, una respuesta original y alternativa cuando parecía que nada ni nadie podría detener el avance demoledor del pensamiento único neoliberal y los planes de dominación que artículaban los Estados Unidos y los organismos financieros internacionales. En ese escenario tan desalentador, Chávez asumió desde la oscura década de los años noventa, contra todas las adversidades –incluido un presidente criminal y genocida en los Estados Unidos- un liderazgo regional que supo entroncar las reivindicaciones y las banderas de las luchas populares, nacionales, progresistas y antiimperialistas del continente americano y del llamado Tercer Mundo. Y sin titubear, levantó la dignidad de los pueblos, pisoteada una y mil veces por el neoliberalismo.

Por eso, apoyar a Chávez en esta hora, expresar a viva voz nuestra solidaridad con la Revolución Bolivariana, significa comprender, también, que gracias a sus luchas y sacrificios por primera vez en doscientos años América Latina camina hacia la realización de su misión histórica, esa que ya José Martí había advertido a finales del siglo XIX: la de hacer posible, con su presencia activa, libre e independiente, el equilibrio del mundo frente a los apetitos insaciables del imperialismo que no conoce más ley que la de su fuerza bruta.

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