Palabras en la presentación de Las izquierdas
latinoamericanas en tiempos de crear, de Nils Castro (Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana) en la XXII Feria Internacional del Libro, en La Cabaña, 16
de febrero de 2013.
Fernando Martínez
Heredia
Este libro de Nils Castro pretende algo muy ambicioso,
pero le agradezco mucho hacerlo, porque el problema principal que expone es
fundamental para todos los latinoamericanos, incluyendo, naturalmente, a los
cubanos. No saldremos adelante si reducimos este problema a las respuestas
pragmáticas y fragmentarias que puedan darse frente a sus manifestaciones, ni
apelando a ingenierías políticas o administraciones de crisis. Nils ha pensado
en grande, pero frente al tema que desarrolla, si tuviera otra posición los
resultados serían nulos o inútiles.
Hizo muy bien en pedirnos a Germán y a mí que
presentáramos este magnífico libro suyo, porque los tres nos hemos pasado la
vida pensando y trabajando por la causa de la liberación de nuestro continente.
Además de ofrecernos sus comentarios y criterios en una profunda y abarcadora
exposición que comparto, Germán nos ha situado a todos respecto a quién es este
hermano nuestro. Eso me deja más libre para reaccionar ante una lectura que me
ha resultado apasionante, al mismo tiempo que me ha aportado conocimientos y
provocado pensamientos que van al encuentro de sus tesis y argumentos. Por eso,
y por el breve tiempo que debemos utilizar, partiré de que muy pronto ustedes
tendrán el libro en sus manos, para insistir solamente en algunos de sus
aspectos y, a la vez, dialogar con él, que me parece una forma válida de honrar
mejor sus calidades.
El planteamiento principal es expuesto con gran claridad y
precisión en “Para empezar”, el primero de los 44 breves capítulos que componen
la obra. Lo sintetizo a continuación. Las victorias electorales de las
izquierdas en un buen número de países en la etapa reciente expresan que la
actitud sociopolítica de grandes masas de la población latinoamericana ha
cambiado amplia y duraderamente. Pero esto no es consecuencia de revoluciones
sociales, y sucede sin que las propuestas políticas y programáticas de las
izquierdas hayan tenido tiempo y ocasión para reformularse a la luz de sus
experiencias, ni de las necesidades y opciones actuales de los pueblos. Son
expresiones de rechazo a las políticas neoliberales y la dedicación principal
de los gobiernos ha sido la de reparar los daños heredados de todo el largo
período neoliberal, pero no comparten un proyecto común.
Es necesario superar la carencia doctrinaria, metodológica
y programática, presente desde que han sido descartadas varias de las creencias
ideológicas de izquierda; y es urgente construir y desarrollar propuestas
teóricas, metodológicas y políticas indispensables para abordar con eficacia
los problemas, las necesidades y las incertidumbres de nuevo tipo que han
aparecido y se agregan a las existentes. Los principios básicos y los objetivos
trascendentes de las izquierdas no han cambiado, y siguen contando con un
importante acervo teórico. Pero es preciso renovar los instrumentos culturales,
teóricos y prácticos requeridos para implementar esos principios y cumplir
dichos objetivos, esto es, para realizarlos efectivamente. Las condiciones
llamadas subjetivas aún distan de alcanzar el punto al que habían arribado en
los años setenta. No basta demostrar que la izquierda administra lo ya
existente mejor que la derecha, sino que hace falta un proyecto estratégico
común para transformarlo y remplazarlo. Y ese proyecto debe ser producido por
nosotros mismos.
Pero el autor a la vez se pregunta si las izquierdas pueden
sustraerse al deber inmediato de aliviar las condiciones de vida de los
pueblos. Si no deben asumir la oportunidad ‑‑y la responsabilidad‑‑ de gobernar el subdesarrollo mejor que las derechas, para
aliviar la situación de “los pobres de la tierra”, instruirlos,
concientizarlos, ayudarlos a organizarse y proponerse mayores metas y, a la
vez, en otro plano, para recuperar autodeterminación nacional, abrir mayores
vías al desarrollo de las fuerzas productivas y la integración latinoamericana,
profundizar la democratización y reconstruir el entramado social, la identidad,
las relaciones de solidaridad y cooperación del sujeto social.
Entre tantos aspectos valiosos, la obra contiene una bien
meditada y detallada reconstrucción histórica de movimientos y corrientes
políticas opuestos a los modos tradicionales de dominación en nuestro
continente, de cada época del siglo XX que revisa. Nils parte del José Martí de
Nuestra América, pieza maestra de quien a mi juicio es el primer pensador que
expuso una interpretación de América y del mundo desde una concepción
anticolonialista, moderna e inclusiva del mundo del trabajo. Esta parte es muy
sanamente ajena a las distorsiones y prejuicios de tantas interpretaciones del
proceso histórico latinoamericano desde las ópticas sucesivas del movimiento
comunista internacional, que nos confundieron o perjudicaron durante décadas, y
que todavía son consumidas.
Haya de la Torre y el aprismo, Trotsky y los trotskismos,
el peronismo, el MNR boliviano, el trabalhismo brasileño, y otros, son
analizados en sí y en las valoraciones que de ellos tuvieron las izquierdas.
Otros capítulos desarrollan en detalle y plantean valoraciones acerca de un
gran número de movimientos, ideas, situaciones y procesos de la segunda mitad
del siglo XX. A veces quisiera pedirle más datos, o discutir la procedencia de
alguna afirmación, aunque Nils ha tenido buen cuidado de exponer siempre
matices, ambigüedades y contradicciones. Pero el resultado general es un aporte
muy notable al conocimiento de una historia que debe concurrir, como parte de
la memoria, a la pugna tremenda que está en curso en la actualidad en América
Latina.
Nils arguye que los modelos ideológicos estructurados de
las izquierdas no nacían de las experiencias y pensamientos latinoamericanos,
ni podían expresar nuestros proyectos. Se detiene, con mucha razón, en la
cuestión de las relaciones entre emancipación nacional y liberación social.
Dedica varios capítulos a los procesos del tercer cuarto del siglo XX, sin
descuidar nunca las valoraciones de las relaciones con la izquierda a escala
mundial que caracterizan a este libro. Rescato una afirmación suya: en los años
sesenta y setenta compartíamos a escala de la región un conjunto de objetivos
que tenían puntos en común, aunque es cierto que no se lograron los resultados
esperados. Pero en los años noventa, dice, había más razones para levantarse en
armas que en los setenta, y sin embargo ya no había un proyecto que impulsara y
respaldara la actuación. El tsunami neoliberal, añade, chocó contra un muro que
ya se encontraba rajado por dentro.
Esa reflexión me recuerda una imagen que utilicé hace
tiempo, la del tren de las revoluciones, el que, a diferencia de los usuales,
pasa una vez cada veinte años. Hasta el final del siglo pasado, si uno no se
había preparado previamente, el tren lo aplastaba, o simplemente se le veía
pasar sin poder montarse en él. Y me pregunto: ¿cómo será ahora?
Nils dedica el último tercio de la obra a la política
reciente. Las izquierdas electorales han obtenido numerosos triunfos o hecho
notables papeles, dice, pero también enumera los límites que en numerosos
aspectos padecen los gobiernos progresistas que existen en nuestro continente.
Entonces inquiere: “¿cómo asegurar la continuidad y profundización de la
perspectiva progresista? Esta pregunta obliga a traer a escena otro repertorio
de asuntos por considerar, al que paso a paso nos asomaremos a continuación”.
En los capítulos siguientes despliega un análisis muy riguroso y rico en
detalles, matices y enunciados de posiciones, logros, insuficiencias y
conflictos, acerca de estas realidades que constituyen el teatro de los eventos
y las posibilidades de la América Latina y el Caribe contemporáneos. En forma
telegráfica aludo a algunas de las cuestiones que plantea en esta parte, sólo
para ilustrar al futuro lector.
Aborda los dilemas de la cuestión democrática: ¿qué tanto
de concentración o descentralización del poder, de pluralidad del debate o de
autoridad decisoria, de persuasión o de fuerza, se debe ejercer ‑‑y por cuánto tiempo‑‑ para garantizar que los cambios se hagan realidad con la
debida eficacia, sin que sus adversarios los puedan revertir? ¿Qué tan pronto
el debate se debe abrir a la participación de nuevos actores para estimular que
dichos cambios produzcan nuevos desarrollos? El proyecto tiene que ser
democrático y lo más participativo posible, al mismo tiempo que debe continuar
enfrentando las urgencias y resolver las necesidades sociales principales, como
la de igual salud y educación para todos. A partir de ahí es que se podrá
rediscutir el concepto mismo de democracia y buscar qué tipo de democracia
queremos.
El debate se debe trasladar al interior de los partidos.
Hay que desarrollar una nueva cultura política. Hoy las izquierdas pueden
obtener la mayoría, pero no disponen aún de una hegemonía político‑cultural.
El proyecto debe nacer de nuestras aspiraciones y
experiencias. Una de las mayores necesidades será tener un buen diálogo entre
las distintas corrientes populares y de izquierda. Ningún sectarismo produce un
modelo nuevo. Ha emergido otra generación de latinoamericanos y tenemos que
hacer un debate más plural; es necesario cambiar el lenguaje. Existe una
multitud de jóvenes descontentos con el sistema, pero que no buscan una
solución en la actividad política. El Movimiento de los Sin Tierra brasileño
ilustra un camino posible, porque cumple su papel de organizador social y
cultural.
La emergencia de los procesos progresistas ha cambiado la
correlación de fuerza norte-sur en el continente. Una vía de acción es
recuperar soberanía y también construir mecanismos de colaboración regional,
como Unasur y la Celac.
Motivado por el reclamo fundamental que nos hace este
libro, expreso algunas de mis opiniones. En el pensamiento latinoamericano
actual existen varias corrientes y perspectivas diferentes entre los
partidarios o simpatizantes de cambios a favor de las mayorías; algunas de
aquellas, incluso, se contradicen y polemizan.
Esta situación tan positiva parecía imposible hace solo
quince años, cuando regía prácticamente a escala mundial un pensamiento al que
se solía llamar “único”, aunque lo que pretendían –y siguen pretendiendo--sus
impulsores es más bien que no haya ningún pensamiento, que sean olvidados el
pasado y el futuro, las ideas de progreso y las de socialismo, y los afanes en
busca del desarrollo de los países del que ya no llaman Tercer Mundo. En un
mundo unipolar, con los instrumentos económicos, políticos, militares y
culturales principales en manos del imperialismo norteamericano, nuestra región
debía aceptar como hechos naturales su predominio y su neolengua, el reino del
neoliberalismo, los recortes de las soberanías y el empobrecimiento, la pérdida
de los avances sociales logrados y la miseria de las mayorías. En cada país,
los gobernantes y los poderosos en la economía interna debían ser los cómplices
y subalternos de ese orden vigente.
Un pensamiento opuesto a ese sistema, o resistente ante
sus aspectos más nefastos, se mantuvo en el continente durante aquella etapa
tan oscura, hizo análisis y denuncias y acompañó en su brega a movimientos
sociales. Pero constituía una minoría cercada por la corriente principal y el
control casi totalitario de la información, la opinión y la reproducción de
ideas ejercido por los dominantes.
En lo que va de este siglo, ha sido el mundo de los hechos
el que ha primado en América Latina. No hubo un previo crecimiento brusco de
novedades en los contenidos, las teorías, los métodos del pensamiento social,
ni hubo una revuelta intelectual. Tampoco el pensamiento social pronosticó que
en tan breve plazo podrían salirse países del continente del control tan
completo que tenía el imperialismo, e incluso formarse poderes populares en
algunos de ellos. Ahora la praxis está requiriendo al pensamiento aprovechar
los medios con que cuenta y lanzarse al ruedo del gran laboratorio social que
constituyen las realidades, los conflictos, los condicionamientos y los
proyectos actuales latinoamericanos.
Solamente una praxis intencionada, organizada, capaz de
manejar los datos fundamentales, las valoraciones, las opciones, la pluralidad
de situaciones, posiciones y objetivos, de condicionantes y de políticas que
están en juego, será capaz de enfrentar esos retos con probabilidades de
triunfar. Eso hace imprescindible el desarrollo de un pensamiento social que se
vuelva apto para ayudar y participar, analizar y elaborar síntesis, contradecir
o influir, prever futuros y recuperar legados, desde dentro de los procesos
mismos y no como una conciencia crítica externa a ellos. Es decir, un
pensamiento social que combine la autonomía y la conciencia de su especificidad
con el involucramiento en las causas populares, la creación con la divulgación
para concientizar, la independencia con el acompañamiento.
Quisiera llamar la atención, por último, a que ya resulta
imperativo que nos comuniquemos mucho más, que hagamos sistemática la
información a los demás de lo que cada uno hace, y la discusión entre todos de
los resultados, las ideas, las diferentes perspectivas y los proyectos. La
creación y el desarrollo de instrumentos suficientes para que esa comunicación
sea constante y eficaz podría ser decisiva para multiplicar la fuerza, el
alcance y la influencia de este movimiento del conocimiento y las ideas, y
también podría ser un paso de gran trascendencia hacia la integración
continental.
Positivo que Atilio Borón se interese por la creación de nuevas teorías requeridas para que los procesos progresistas trasciendan de apagar el incendio neoliberal a consolidar la superación de la pobreza y el desarrollo de los países latinoamericanos. Esto es lo que entiendo de la presentación que hace el compañero cubano Fernando Martínez Heredia del libro "Las izquierdas latinoamericanas en tiempos de crear" del panameño Nils Castro.
ResponderEliminarLos 3 planteando el "ombligo" ideológico latinoamericano, buscando extrapolar teorías que solo se han practicado en los últimos años, por los gobiernos progresistas, tratando de reinventar la rueda que ya han logrado probar en otros países del mundo. Porque se trata primero de superar la pobreza y luego no permitir el acomodamiento que ha auspiciado el retorno al librecambismo, en Europa por ej., sino continuar construyendo progreso en aras de preservar la vida el mayor tiempo posible en el universo.
Mi aporte a esta indispensable discusión: Una vía Progresista al Socialismo https://docs.google.com/file/d/0Bxq0G4ENfO0ubDVVaWRJNGZYa1E/edit?usp=sharing … lo pueden descargar.