Desde la perspectiva de la teología
latinoamericana, la Iglesia que tiene futuro es la que asuma los retos de la
historia; que opte por los pobres (porque los conoce, los ama y no evade la
realidad de las víctimas de este mundo); una Iglesia del “buen samaritano; una
Iglesia del “buen pastor” (que sepa dar la vida, acompañar, comprender y
animar); una Iglesia, en fin, que promueva lo humano desde al amor y la
justicia.
Carlos
Ayala Ramírez* / ALAI
En estos días de expectativas sobre la
elección del nuevo papa, se ha vuelto a hablar con cierto énfasis de las
condiciones que deberán cumplirse si la Iglesia quiere proyectarse hacia el
futuro generando credibilidad y esperanza en el mundo de hoy. En principio, hay
que reiterar el aspecto fundante de la realidad cristiana: la fe viva en Jesús
de Nazaret. Para los primeros cristianos, la fe en Jesús significó seguimiento,
es decir, identificación voluntaria con su causa y su modo de vivir. Jesús los
llamó a compartir su pasión por Dios y su disponibilidad total al servicio de
su reino. Discípulos y discípulas dieron una respuesta aprendiendo el arte del
amor por la vida, la compasión por los que sufren y la pasión por la liberación
de todo mal. Esta es la primera condición: esforzarnos por poner el relato de
Jesús en el corazón de los creyentes y en el centro de todo el magisterio de la
Iglesia.
Esto, que parece obvio, no hay que darlo
por descontando en el comportamiento institucional de la Iglesia. Ya el
conocido teólogo suizo Hans Küng ha expuesto cuatro condiciones que deberán
cumplirse si la Iglesia ha de tener futuro en el actual milenio. En primer
lugar, no debe volver la vista atrás y enamorarse de la Edad Media, ni de la
época de la Reforma, ni de la Ilustración, sino ser una Iglesia enraizada en su
origen cristiano. En segundo lugar, no debe ser patriarcal, anclada en imágenes
estereotipadas de las mujeres, sino una Iglesia de participación que combine el
ministerio con el carisma y acepte a las mujeres en todo nivel. En tercer
lugar, no debe ser confesionalmente estrecha y ceder a la exclusividad
confesional, sino ser una Iglesia ecuménicamente abierta. Y, en cuarto lugar,
no debe ser eurocentrista, ni favorecer en modo exclusivista las demandas
cristianas, ni mostrar un imperialismo romano, sino ser una Iglesia universal y
tolerante, con capacidad para aprender de otras religiones y garantizar la
autonomía adecuada para las iglesias nacionales, regionales y locales.
Küng también sostiene que una Iglesia
católica renovada de acuerdo con el Evangelio de Jesús debería apoyar
prioritariamente, entre otras, las siguientes causas: un orden social mundial
justo e incluyente (en el que los seres humanos gocen de iguales derechos y
convivan en solidaridad mutua); un orden mundial plural (que posibilite la
reconciliación entre la diversidad de culturas y tradiciones); una comunidad
renovada de hombres y mujeres en la Iglesia y en la sociedad (en la cual las
mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres); un orden mundial que
avance en la consecución de la paz (en el cual se incentive la solución
pacífica de los conflictos); y un nuevo orden mundial que sea respetuoso con la
naturaleza.
Desde la perspectiva de la teología
latinoamericana, la Iglesia que tiene futuro es la que asuma los retos de la
historia (que cargue con la contundencia de lo real); que opte por los pobres
(porque los conoce, los ama y no evade la realidad de las víctimas de este
mundo); que se comprenda como pueblo de Dios (que propicie la participación de
laicos y laicas en su vida y misión); una Iglesia del “buen samaritano” (que
sea movida a misericordia por el sufrimiento del otro); una Iglesia del “buen
pastor” (que sepa dar la vida, acompañar, comprender y animar); una Iglesia, en
fin, que promueva lo humano desde al amor y la justicia.
Ahora bien, este modo de ser iglesia
requiere un perfil de liderazgo. Liderazgo que tiene que ver más con el
servicio que con el poder. Jesús fue muy claro en este sentido al afirmar que
“los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y los grandes
los oprimen. Entre ustedes, nada de eso; el que quiera llegar a ser grande, que
se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero, que se haga
sirviente de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a
servir y a dar su vida por muchos” (Mc 10, 42-45). El mensaje es contundente:
los gobernantes y los poderosos utilizan el poder para abusar y oprimir al
pueblo; por el contrario, Jesús instituye el servicio como requisito
fundamental de un liderazgo de nuevo tipo. En su movimiento, todos deben ser
servidores, especialmente de los pobres, enfermos y excluidos.
Sin embargo, el ejercicio del poder en
la Iglesia no siempre se ha caracterizado por este modo de ser de Jesús. Con
frecuencia, se ha expresado en términos de dominación, centralización,
marginación, triunfalismo y subyugación. A eso suenan, por ejemplo, las
palabras de Juan Pablo II al descartar “para siempre” la posibilidad de que
mujeres puedan recibir la orden sacerdotal. O la acusación que hizo el cardenal
Ratzinger a la teología de la liberación en 1984, sobre supuestas graves
desviaciones debidas al marxismo, aunque sin hacer justicia ni al marxismo ni a
la teología de la liberación.
No obstante, en los documentos de
Medellín surge una nueva voluntad, más cercana al espíritu de Jesús, cuando se
afirma lo siguiente: “Queremos que nuestra Iglesia latinoamericana esté libre
de ataduras temporales, de connivencias y de prestigio ambiguo; que ‘libre de
espíritu respecto a los vínculos de la riqueza’, sea más transparente y fuerte
su misión de servicio; que esté presente en la vida y las tareas temporales,
reflejando la luz de Cristo, presente en la construcción del mundo”.
¿Qué perfil de papa, pues, requiere una
Iglesia renovada en el espíritu de la buena noticia de Jesús? Pedro, líder de
la primera comunidad de Jerusalén, dejó una huella que sigue siendo referente
en este sentido. A los ancianos, responsables y pastores de la comunidad, los
exhorta a poner en práctica ciertas características de su propio modo de
liderazgo: “Apacienten el rebaño de Dios cada cual en su lugar; cuídenlo no de
mala gana, sino con gusto, a la manera de Dios; no piensen en ganancias, sino
háganlo con entrega generosa; no actúen como si pudieran disponer de los que
están a su cargo, sino más bien traten de ser un modelo para su rebaño. Así
cuando aparezca el Pastor supremo, recibirán en la Gloria una corona que no se
marchita” (1 Pe, 5, 2-4).
De ese legado de Pedro, el teólogo
Leonardo Boff, en palabras actuales, apunta los siguientes rasgos que debería
tener el nuevo papa: debe ser un pastor cercano a los fieles y a todos los
seres humanos sin exclusión; deberá tener como lema las palabras de Jesús: “Si
alguno viene a mí, yo no le echaré fuera”; deberá ser un hombre profundamente
espiritual y abierto a todos los caminos religiosos para mantener viva la
presencia misteriosa de Dios; debe ser un hombre de profunda bondad, con ternura
por los humildes y con firmeza profética para denunciar a los que explotan y
dominan a sus hermanos. Y desde una vía negativa, Boff señala que no debe ser
un hombre de poder ni institucional, porque donde hay poder no existe el amor y
la misericordia desaparece; no debe ser un hombre de Occidente, sino del vasto
mundo globalizado, que sienta pasión por los pobres y escuche el grito de
sufrimiento de la tierra; finalmente, no debe ser un hombre de certezas, sino
alguien que anime a todos a buscar los mejores caminos de humanización. Podemos
decir, pues, que una Iglesia renovada en el espíritu de Jesús y con un
liderazgo de servicio sí tiene futuro.
*Director de Radio YSUCA, de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de El Salvador.
Dentí un alivio, cuando supe que Ratzinger había renunciado. Causó tanto dolor a teólogos, sacerdotes y religiosas...por su postura anti iglesia popular y enemigo de la Teol de la Liberación.
ResponderEliminarSí debemos orar y ser perseverantes en la opción por y con los pobres en el espíritu de Jesús. Lo demás es pura vanidad.
EL CRISTIANISMO Y LA IRRACIONALIDAD SON SINÓNIMOS.
ResponderEliminarCreer es cuestión de gusto y no es afectado por la verdad o falsedad objetiva de lo que se cree.
Mas importante que "en lo que se cree" es "el por que de ello".
Querer creer significa no importar el continuar siendo ignorante.
Querer saber significa esforzarse para liberarse de la ignorancia.
La espiritualidad y la religión son 2 cosas muy distintas.
La espiritualidad viene de adentro, es natural, espontánea y se siente. La religión viene de afuera, es artificial, especulativa (cuyas reglas son: el proficiente embaucador gana y está terminantemente prohibido razonar) y por ser creada por el intelecto es hecha: para conveniencia de este, como medio de subsistencia para algunos listos con el negocio de proveer una cierta seguridad mental ante lo desconocido (una piedra, así y sea ficticia, crea un sentimiento de seguridad en la corriente de la vida y se le puede añadir la seguridad que la manada proporciona), como medio de obtención del Poder y de todo lo que a este se le antoje, etc.. Se basa en la ignorancia de sus creyentes.
Para el bienestar (felicidad) del ser humano la religión es tan necesaria como para un pez una bicicleta.
Espiritualidad es estar enamorad@ de la Naturaleza o del Universo (ampliación de la anterior).
Es un gran error el excluirnos de la concepción de la Naturaleza o del Universo (como si estuviéramos fuera de ellos).
Espiritualidad es simplemente ser lo que REALMENTE somos.
La manifestación espiritual no se expresa "haciendo", sino "siendo".
En asuntos espirituales no hay nada que se pueda buscar de afuera.
La palabra dios, limita algo del resto y por consiguiente es inapropiada para referirse con esta a lo Infinito o a algo omnipresente.
Siendo ilimitad@, l@ más Suprem@ del Universo, no puede tener forma ni género.
La palabra dios es de origen patriarcal e implica machismo.
La separación (mental) de "dios" y el mundo es la causa de todos los males.
El hombre piensa acerca de "dios" en vez de experienciarlo, ya que está hasta dentro de uno.
Es irracional pensar que exista un dios (cualquiera que sea su concepción) bueno o justo, en un mundo caracterizado por las injusticias y el sufrimiento.
Es irracional que LOS POBRES crean en un dios JUSTO y AMOROSO.
Es irracional que LOS RICOS crean en un dios que vino a este mundo a luchar CONTRA LOS RICOS o poderosos (sus valores).
Es irracional, que un dios considerado lo máximo o lo más perfecto que existe, haya hecho una criatura tan imperfecta como el humano que es la causa de todos los males de la Tierra, planeta que más apropiadamente debiera llamarse Agua (además es sinónimo de vida).
Es irracional, que creyentes de un dios "sabelotodo" que haya escogido vivir en un "reino", prefieran vivir en una "república".
Es irracional creer que no hay problema que un buen milagro no pueda resolver.
LA IGNORANCIA ES EL VERDADERO ENEMIGO.