Aunque han partido de circunstancias
diferentes y se han expresado en contextos distintos, los movimientos de esta
semana en Brasil están emparentados con los de los indignados españoles, o los
de los jóvenes turcos. Estos movimientos muestran su disconformidad teniendo
como telón de fondo, como “ambiente de ápoca”, una situación que se enmarca en
lo que podríamos llamar un panorama futuro de corte apocalíptico.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA- Costa Rica
Las protestas sociales se apoderaron de las grandes ciudades de Brasil. |
Hay un malestar generalizado en la
gente, que no se limita a América Latina pero se expresa en ella, que provoca
amplias movilizaciones sociales. Este malestar está provocado por situaciones
puntuales, pero que catalizan una disconformidad difusa presente en el todo social. Los que reaccionan en primer
lugar son los jóvenes, que complementan la manifestación pública en la calle
con formas de convocatoria y difusión inéditas, asociadas a las nuevas tecnologías
que forman parte de su universo cultural.
Nos estamos refiriendo a movimientos
como el de Brasil de los últimos días, que desconciertan por varias razones: 1)
porque se da en un Brasil que ha venido teniendo logros importantes en el
ámbito de lo social desde el gobierno del PT con Lula Da Silva a la cabeza; 2)
porque no cuentan con una agenda de reivindicaciones clara y unificada y 3)
porque se resisten a que participen fuerzas políticas organizadas en partidos,
tratando de salvaguardar una independencia que sienten que resguarda lo que la
gente realmente quiere.
Aunque han partido de circunstancias
diferentes y se han expresado en contextos distintos, los movimientos de esta
semana en Brasil están emparentados con los de los indignados españoles, o los
de los jóvenes turcos. Estos movimientos muestran su disconformidad teniendo
como telón de fondo, como “ambiente de ápoca”, una situación que se enmarca en
lo que podríamos llamar un panorama futuro de corte apocalíptico en varios
sentidos.
En primer lugar, en el sentido
ambiental, en donde cada vez son más evidentes los cambios que se están
produciendo en el clima, lo que contribuye a provocar una sensación de que algo
terrible está por venir, lo que pone entre paréntesis cualquier plan humano, social
y personal, a largo plazo.
Siempre en este sentido ambiental, la
terrible contaminación de los alimentos con agroquímicos y la presencia de
elementos tóxicos en el ambiente, que provocan una cada vez mayor incidencia de
enfermedades como el cáncer.
En segundo lugar, el papel de los
grandes poderes fácticos, que hacen y deshacen en el mundo de acuerdo a
intereses de transnacionales y grupos de poder económico y político, que
siempre terminan reforzando su estatus
en detrimento de la cada vez más deteriorada situación de la gente.
En tercer lugar un clima de avorazado
enriquecimiento que desfalca el Estado sin miramiento, y en el que prevalece el
cinismo de los involucrados, que saben utilizar posiciones en el aparato de
estado y en los partidos políticos asociados al poder.
En cuarto, la incapacidad o la
indiferencia para la resolución de estos (y otros) problemas centrales de la
época, mientras se profundizan las condiciones para que, no solo no se
resuelvan, sino continúen y se acentúen en el futuro.
Por estas y muchas otras razones, en el
mundo y, por lo tanto, también en América Latina, prevalece una especie de
necesidad de que, como decían los argentinos a inicios de la primera década del
siglo XXI, “se vayan todos”, aunque no se sepa quién o quiénes reemplazarán a
los que se vayan, ni qué podrán hacer para sacar al mundo de la situación casi
límite en la que se encuentra.
Por eso, porque existe ese malestar
difuso de telón de fondo, cualquier chispa prende la pradera, y son los que
tienen el futuro por delante los que primero y más vehementemente protestan.
Dan golpes y patadas a diestra y siniestra, y no saben cuál es la solución de
los problemas que los inquietan, pero están hartos de lo que pasa y quieren que
las cosas cambien.
Es el movimiento de los hartos.
Puede no ser apocalíptico. Lo será si la protesta no se canaliza desde una coherente organización. Ella demanda, por lo demás, una ideología, no dogmática, pero clara: hacia la erradicación del capitalismo, la supresión de la sociedad de consumo, la armonía con la Naturaleza. La producción, distribución y consumo de lo necesario. El destierro de lo superfluo y contaminante. Métodos? Muchos. Al momento, los más idóneos: la resistencia, el boicot, el empoderamiento progresivo desde el colectivo social.
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