¿Llegaremos a presentar
la Metafísica de Aristóteles, o el Quijote de Cervantes, o la teoría de la
relatividad o el Capital de Marx, también en Power Point? ¿Será que eso torna
temas complejos en menos aburridos y más light, o estamos alimentando la
cultura de la inmediatez superficial y la cápsula?
Marcelo Colussi /
Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Que el desarrollo científico-técnico surgido en Europa y luego expandido
por todo el mundo en estos dos últimos siglos ha sido fabuloso y cambió la
historia de la humanidad de una manera sin precedentes, es incontrastable. Los
cimientos intelectuales de ese cambio -la moderna ciencia matemática que se
mueve por conceptos- llegaron para quedarse, y su impronta en la cultura humana
ya no puede tener retrocesos. En esa línea, entonces, son pensables
descubrimientos, inventos e innovaciones sin un límite preciso: ¿se llegará a
producir vida artificial?, ¿a viajar en el tiempo?, ¿a acumular tanto poder
destructivo como para terminar con el sistema solar o la galaxia completa? Tal
como se perfila hoy el desarrollo de nuestra capacidad productiva, todo esto es
pensable -¡y posible!-.
Ahora bien, despejemos rápidamente un espejismo: cuando hablamos de un
desarrollo casi sin límites de la revolución científico-técnica moderna,
debemos tener muy claro dos cosas: a) que la misma está al servicio de la gran
industria, del gran capital, y b) justamente por lo anterior, sus beneficios no
llegan a la totalidad de los seres humanos. Por el contrario, si bien la
potencialidad de la acción humana hoy por hoy podría resolver de cuajo
problemas que aún continúan siendo endémicos (el hambre, muchas enfermedades,
el trabajo forzado, muchas formas de los miedos más primitivos), la realidad
nos confronta con que los avances de las ciencias no se reparten con equidad.
Hablando de espejismos, entonces, cuando mencionamos el desarrollo de la
tecnología moderna, no olvidemos que una cuarta parte de la humanidad no
dispone de energía eléctrica, y un 20 % no tiene acceso a servicios de agua
potable. Ni mencionemos ya que las dos primeras causas de muerte, pese a la
diosa-ciencia, siguen siendo el hambre y las diarreas. Y la tercera causa es la
violencia (dos muertos por minutos a nivel mundial por un arma de fuego, lo cual
lleva a preguntar entonces por el sentido del desarrollo tecnológico: ¿sirve
para matarnos?, ¿para perpetuar injusticias que nos matan?).
Se habla hoy con insistencia de la "era de las comunicaciones",
pero ante ello no debe dejar de recordarse que un tercio de la población del
planeta está a no menos de una hora de marcha del teléfono más próximo; y el
Internet apenas si lo usan un 10 % de los habitantes del orbe (lo usan
-¿usamos?-, no olvidarlo, entre un 25 y un 30 % de los casos, para consultar
pornografía).
Los seres humanos
vivimos de espejismos, de ensoñaciones. Y la ciencia lo sabe. En los albores de
la psicología social, a principios del Siglo XX, ya Gustave Le Bon lo
anticipaba: "La masa no tiene conciencia de sus actos; quedan abolidas
ciertas facultades y puede ser llevada a un grado extremo de exaltación. La
multitud es extremadamente influenciable y crédula, y carece de sentido
crítico". Y todo el
desarrollo de distintas ciencias sociales no hizo sino corroborar y ampliar ese
saber posteriormente; la sociología, la semiótica, la psicología de la
comunicación, lo saben y lo enseñan con claridad meridiana. Pero más aún lo
saben los factores de poder. Si
no, no sería posible el auge impresionante y siempre creciente de los medios de
comunicación de masas, uno de los grandes y más notorios símbolos de la
explosión científico-técnica del siglo XX, siempre al servicio de los poderes
opresores: "En la sociedad
tecnotrónica el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de
ciudadanos incoordinados, que caen fácilmente en el radio de acción de
personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las
técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón"
(Zbigniew Brzezinsky, asesor presidencial de James Carter e ideólogo ultra
conservador, mentor de los tristemente célebres Documentos de Santa Fe).
No
muy distinto al reino animal, la imagen nos atrapa, nos subyuga. Imagen,
hipnosis, espejismo constituyen un continuum
que desemboca en la fascinación, la cual es, sustancialmente, la ausencia de
pensamiento, de análisis, de crítica. El auge de la cultura de la imagen, que
marcó la segunda mitad del siglo XX y parece no tener fin, determina en muy
buena medida la manera en que concebimos nuestra realidad. En otros términos: importa más la presentación que el contenido.
Se vende cualquier cosa (productos necesarios o innecesarios, candidatos
políticos o religiones, se vende la felicidad, se vende el paraíso y la gloria,
etc., la lista es interminable) más por su colorido, por la cosmética con que
se la recubre, por la superficialidad ruidosa y hedonista con que se la
presenta, que por sus cualidades reales. En esa lógica entra la cultura del Power Point.
Hoy
por hoy, este programa para presentaciones con elementos multimediales ideado y
comercializado por el gigante Microsoft, es ya un ícono obligado en lo tocante
al mundo de los negocios, el del ámbito académico y el de las comunicaciones en
general.
El
avance tecnológico resuelve problemas, facilita las cosas, torna todo más
sencillo; a veces. A veces con costos
excesivos (recordemos el desastre medioambiental en curso, ocasionado por el
mismo "progreso" que nos trajo también, a no dudarlo, tantos
beneficios). Pero a veces también, y esto podemos verlo fundamentalmente en el
campo de las comunicaciones -ámbito donde estamos tan cerca del circuito de la
hipnosis, del espejismo irreflexivo-, el modelo en juego en el desarrollo
científico-técnico refuerza y aprovecha desde la lógica del poder nuestra
humana condición de ser manipulables, tontos, banales, boquiabiertas e
infinitamente influenciables.
Sin
dudas se podrá decir que la aparición de la aplicación Power Point debe ser
saludada como un interesante aporte al desarrollo: facilita las presentaciones,
las hace más amenas, va contra el aburrimiento de tediosos discursos. Quizá.
Pero no es menos cierto que también refuerza nuestra capacidad de fascinarnos
con los ojos desorbitados y con la baba chorreándonos. Quien se fascina, claro
está, no piensa. ¿Llegaremos a presentar la Metafísica
de Aristóteles, o el Quijote de
Cervantes, o la teoría de la relatividad o el Capital de Marx, también en Power Point? ¿Será que eso torna temas
complejos en menos aburridos y más light,
o estamos alimentando la cultura de la inmediatez superficial y la cápsula?
(hay que decir tip para estar a la
moda). ¿Es el Power Point un síntoma que hemos entrado de lleno en la cultura
del manual, del instructivo banal y ligero? El Tao Te King o la Fenomenología
del Espíritu, por ejemplo, o el Hamlet,
pueden trocarse así en el "Manual
para pensar lo humano, su historia y su sentido en el universo" (en 3
diapositivas), o en el "Manual del
sentido trágico de la vida" (en 4 diapositivas con efectos sonoros).
En
otros términos: ¿ayuda positivamente este nuevo instrumento, o ratifica el
triunfo de la imagen a costa del análisis razonado? Quizá todo esto no es sino
una estúpida exageración: el programa Power Point es una herramienta, y
nada más; de cómo se use la herramienta depende el impacto. Pero quizá no: tal
vez muestra el mundo que el desarrollo científico-técnico y su aplicación por
los poderes fácticos van construyendo -pareciera que sin vía de retorno, o al
menos con esa intención para algunos: explotando
de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y
controlar la razón.
Excelente artículo. Leí su versión resumida en uno de los diarios de Guatemala, e inmediatamente lo fotocopié y lo distribuí entre algunos colegas universitarios. Acá en este pequeño país se dan casos de profesores que no pueden articular palabra frente a sus alumnos cuando no les funciona el Power Point.
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