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sábado, 17 de agosto de 2013

Estados Unidos: Historias peligrosas

Tal vez la otra historia, la no oficial, de este país, y los ejemplos de resistencia que ofrece, asustan tanto a los poderosos que necesitan prohibir libros, vigilar a desobedientes actuales y potenciales, y clausurar plazas para que la gente no cuente más historias peligrosas.

David Brooks /  LA JORNADA

El historiador Howard Zinn.
Howard Zinn, el gran historiador rebelde y popular (en todos sentidos), aún asusta a los poderosos, no obstante que murió en 2010. Justo con la noticia de su muerte, el entonces gobernador de Indiana, Mitch Daniels, buscó asegurar que la obra de Zinn no contaminara las escuelas de su estado. Sobre todo, el gobernador deseaba prohibir la obra más conocida de Zinn, A People’s History of the United States, que ofrece una versión de la historia “desde abajo” y que es el texto más vendido (más de un millón de ediciones) y usado en escuelas y universidades a lo largo del país.

En un intercambio de correos con altos funcionarios de educación de su estado, obtenido recientemente por la agencia Ap, Daniels escribió: “ese terrible académico antiestadunidense por fin ha muerto”, y al describir su texto clásico como una obra “de desinformación que malinterpreta la historia estadunidense en cada página”, pregunta a los encargados de la educación: “¿alguien me puede asegurar que no está en uso en ninguna parte de Indiana? Si lo está, ¿cómo podemos deshacernos de él antes de que más jóvenes sean obligados a consumir una versión totalmente falsa de nuestra historia?” Al revelarse esto, provocó ira entre el mundo académico no sólo por el intento de suprimir el trabajo, sino porque Daniels recientemente asumió el puesto de rector de la Universidad Purdue, una de las más importantes de Indiana.

Hace una semana, la Asociación Estadunidense de Historiadores emitió una declaración en la que asienta: “deploramos el espíritu e intento” de los correos y afirma que “los intentos de seleccionar textos particulares para suprimirlos en el currículum de una escuela o universidad no tienen cabida en una sociedad democrática”.

En respuesta a la divulgación y publicación de sus correos, Daniels defendió y reiteró su posición en una declaración a Ap hace una semana: “No deberíamos enseñar de manera falsa la historia estadunidense en nuestras escuelas”, y agregó que Zinn “falsificó a propósito la historia estadunidense”. Continuó: “Tenemos una ley que requiere supervisión estatal de libros de texto para defender contra fraudes como Zinn, y fue alentador encontrar que ningún distrito escolar (de Indiana) había impuesto este libro a sus estudiantes”.

La semana pasada, una carta firmada por 90 profesores de Purdue fue enviada a su nuevo rector, en la que denuncian que su posición es contraria a todo principio de libertad académica, y defienden el trabajo de Zinn, incluso informando sobre el uso de su obra en esa universidad y recordando que fue destacado integrante de la Asociación Estadunidense de Historiadores y profesor emérito de la Universidad de Boston hasta su muerte, y que la gran mayoría de expertos en historia no disputan los hechos en el trabajo de Zinn, aunque podrían diferir de sus conclusiones. (Ver la carta).

Pero lo de Zinn no es aislado. Intentos de autoridades por suprimir el trabajo de intelectuales, artistas y escritores no es fenómeno nuevo en este país. Vale recordar la gran disputa en Arizona el año pasado, ante intentos de políticos por desmantelar y suprimir los “estudios chicanos”, como el intento de prohibir los trabajos de Paulo Freire y más. Acompaña la locura durante años de suprimir las teorías de Darwin en las escuelas públicas en estados como Kansas, bajo mando de fundamentalistas cristianos.

El periodista Chris Hedges (premio Pulitzer por sus reportajes de guerra para el New York Times), feroz crítico de lo que considera políticas represivas, escribió recientemente que “el estado de seguridad y vigilancia, después de aplastar al movimiento Ocupa y erradicar sus campamentos, ha montado una campaña implacable y en gran medida clandestina para negar cualquier espacio público a cualquier agrupación o movimiento que pudiera generar otro levantamiento popular”, y afirma que sistemáticamente se está negando el derecho a la libre expresión y de asociación.

“La meta del Estado corporativo es criminalizar la disidencia democrática popular antes de que estalle otra erupción popular. El vasto sistema de vigilancia detallado en las revelaciones de Edward Snowden… asegura que ninguna acción o protesta pueda ocurrir sin el previo conocimiento de nuestro aparato de seguridad interna. Este conocimiento anticipado ha permitido a los sistemas de seguridad interna bloquear y anticiparse a ocupar espacios públicos, como también realizar hostigamiento, interrogaciones, intimidación, detenciones y arrestos preventivos antes de que puedan realizarse protestas. Hay una palabra para este tipo de sistema político: tiranía”, escribió Hedges en Truthdig.org

Zinn se dedicaba a denunciar y desnudar la hipocresía oficial, tal como hacen otros. Al parecer es una tarea incesante. Pero Zinn también se dedicaba a resucitar la memoria colectiva de rebeliones, resistencia y nobleza en nombre de la justicia y contra las políticas económicas, sociales y bélicas de las cúpulas a lo largo de la breve historia de este país, para educar y/o despertar a los que desean cambiar el futuro.

El historiador y filósofo político Cornel West (quien ha estado en el profesorado de Harvard y Princeton y ahora en el Union Theological Seminary), comentó en el programa Democracy Now que el ataque contra el historiador es “un elogio a Howard Zinn, porque demuestra el poder de su trabajo”. Agregó que es peligroso, pero necesario, “decir la verdad sobre el pasado y presente estadunidense, y tenemos que hacerlo de tal manera que se relacione con la gente ordinaria, especialmente los jóvenes. Hay mucha esperanza entre los jóvenes. Están cansados de toda esta hipocresía, mendacidad y criminalidad” en este país.

Tal vez la otra historia, la no oficial, de este país, y los ejemplos de resistencia que ofrece, asustan tanto a los poderosos que necesitan prohibir libros, vigilar a desobedientes actuales y potenciales, y clausurar plazas para que la gente no cuente más historias peligrosas.

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