Tal vez la otra historia,
la no oficial, de este país, y los ejemplos de resistencia que ofrece, asustan
tanto a los poderosos que necesitan prohibir libros, vigilar a desobedientes
actuales y potenciales, y clausurar plazas para que la gente no cuente más
historias peligrosas.
David Brooks / LA JORNADA
El historiador Howard Zinn. |
Howard Zinn, el gran
historiador rebelde y popular (en todos sentidos), aún asusta a los poderosos,
no obstante que murió en 2010. Justo con la noticia de su muerte, el entonces
gobernador de Indiana, Mitch Daniels, buscó asegurar que la obra de Zinn no
contaminara las escuelas de su estado. Sobre todo, el gobernador deseaba
prohibir la obra más conocida de Zinn, A People’s History of the United
States, que ofrece una versión de la historia “desde abajo” y que es el
texto más vendido (más de un millón de ediciones) y usado en escuelas y
universidades a lo largo del país.
En un intercambio de
correos con altos funcionarios de educación de su estado, obtenido
recientemente por la agencia Ap, Daniels escribió: “ese terrible académico
antiestadunidense por fin ha muerto”, y al describir su texto clásico como una
obra “de desinformación que malinterpreta la historia estadunidense en cada
página”, pregunta a los encargados de la educación: “¿alguien me puede asegurar
que no está en uso en ninguna parte de Indiana? Si lo está, ¿cómo podemos
deshacernos de él antes de que más jóvenes sean obligados a consumir una
versión totalmente falsa de nuestra historia?” Al revelarse esto, provocó ira
entre el mundo académico no sólo por el intento de suprimir el trabajo, sino
porque Daniels recientemente asumió el puesto de rector de la Universidad
Purdue, una de las más importantes de Indiana.
Hace una semana, la
Asociación Estadunidense de Historiadores emitió una declaración en la que
asienta: “deploramos el espíritu e intento” de los correos y afirma que “los
intentos de seleccionar textos particulares para suprimirlos en el currículum
de una escuela o universidad no tienen cabida en una sociedad democrática”.
En respuesta a la
divulgación y publicación de sus correos, Daniels defendió y reiteró su
posición en una declaración a Ap hace una semana: “No deberíamos enseñar de
manera falsa la historia estadunidense en nuestras escuelas”, y agregó que Zinn
“falsificó a propósito la historia estadunidense”. Continuó: “Tenemos una ley
que requiere supervisión estatal de libros de texto para defender contra
fraudes como Zinn, y fue alentador encontrar que ningún distrito escolar (de
Indiana) había impuesto este libro a sus estudiantes”.
La semana pasada, una
carta firmada por 90 profesores de Purdue fue enviada a su nuevo rector, en la
que denuncian que su posición es contraria a todo principio de libertad
académica, y defienden el trabajo de Zinn, incluso informando sobre el uso de
su obra en esa universidad y recordando que fue destacado integrante de la
Asociación Estadunidense de Historiadores y profesor emérito de la Universidad
de Boston hasta su muerte, y que la gran mayoría de expertos en historia no
disputan los hechos en el trabajo de Zinn, aunque podrían diferir de sus
conclusiones. (Ver la carta).
Pero lo de Zinn no es
aislado. Intentos de autoridades por suprimir el trabajo de intelectuales,
artistas y escritores no es fenómeno nuevo en este país. Vale recordar la gran
disputa en Arizona el año pasado, ante intentos de políticos por desmantelar y
suprimir los “estudios chicanos”, como el intento de prohibir los trabajos de
Paulo Freire y más. Acompaña la locura durante años de suprimir las teorías de
Darwin en las escuelas públicas en estados como Kansas, bajo mando de
fundamentalistas cristianos.
El periodista Chris
Hedges (premio Pulitzer por sus reportajes de guerra para el New York Times),
feroz crítico de lo que considera políticas represivas, escribió recientemente
que “el estado de seguridad y vigilancia, después de aplastar al movimiento
Ocupa y erradicar sus campamentos, ha montado una campaña implacable y en gran
medida clandestina para negar cualquier espacio público a cualquier agrupación
o movimiento que pudiera generar otro levantamiento popular”, y afirma que
sistemáticamente se está negando el derecho a la libre expresión y de
asociación.
“La meta del Estado
corporativo es criminalizar la disidencia democrática popular antes de que
estalle otra erupción popular. El vasto sistema de vigilancia detallado en las
revelaciones de Edward Snowden… asegura que ninguna acción o protesta pueda
ocurrir sin el previo conocimiento de nuestro aparato de seguridad interna.
Este conocimiento anticipado ha permitido a los sistemas de seguridad interna
bloquear y anticiparse a ocupar espacios públicos, como también realizar
hostigamiento, interrogaciones, intimidación, detenciones y arrestos
preventivos antes de que puedan realizarse protestas. Hay una palabra para este
tipo de sistema político: tiranía”, escribió Hedges en Truthdig.org
Zinn se dedicaba a
denunciar y desnudar la hipocresía oficial, tal como hacen otros. Al parecer es
una tarea incesante. Pero Zinn también se dedicaba a resucitar la memoria
colectiva de rebeliones, resistencia y nobleza en nombre de la justicia y
contra las políticas económicas, sociales y bélicas de las cúpulas a lo largo
de la breve historia de este país, para educar y/o despertar a los que desean
cambiar el futuro.
El historiador y filósofo
político Cornel West (quien ha estado en el profesorado de Harvard y Princeton
y ahora en el Union Theological Seminary), comentó en el programa Democracy
Now que el ataque contra el historiador es “un elogio a Howard Zinn, porque
demuestra el poder de su trabajo”. Agregó que es peligroso, pero necesario,
“decir la verdad sobre el pasado y presente estadunidense, y tenemos que
hacerlo de tal manera que se relacione con la gente ordinaria, especialmente
los jóvenes. Hay mucha esperanza entre los jóvenes. Están cansados de toda esta
hipocresía, mendacidad y criminalidad” en este país.
Tal vez la otra historia,
la no oficial, de este país, y los ejemplos de resistencia que ofrece, asustan
tanto a los poderosos que necesitan prohibir libros, vigilar a desobedientes
actuales y potenciales, y clausurar plazas para que la gente no cuente más
historias peligrosas.
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