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sábado, 10 de agosto de 2013

La reelección presidencial

En el caso de las revoluciones pacíficas, como la que hoy vivimos en  Ecuador, resulta indispensable crear un mecanismo democrático para asegurar su pervivencia. Y ese mecanismo es la posibilidad de la reelección presidencial indefinida. Usándolo, el pueblo soberano podrá sostener el proceso de cambios en marcha o poner fin a esta experiencia en el momento en que lo desee.

Jorge Núñez Sánchez / El Telégrafo (Ecuador)

Ha vuelto a la palestra política el tema de la reelección indefinida, que es apasionante y concita el interés general de la ciudadanía. No es mi intención analizar el cómo y por qué se ha retomado este debate, sino enfocar directamente el asunto desde la teoría política.

En los sistemas democráticos, la regla básica es que el poder surge de la voluntad popular, expresada por medio de elecciones periódicas. Así, es el pueblo quien elige a sus gobernantes, representantes o administradores seccionales, para que gobiernen o actúen durante un período determinado.

Además de poner límite temporal al ejercicio de las funciones públicas, la existencia de períodos fijos para los cargos de elección popular garantiza la alternabilidad en el poder, al permitir que nuevas gentes participen en el gobierno de un país o localidad. Mas nada impide, según la teoría, que un pueblo elija una y otra vez a un mandatario o representante al que reconoce méritos.

El asunto de la reelección también tiene opositores teóricos y prácticos. Desde la teoría se considera que esto afecta la separación de poderes y, ya en el plano práctico, hay aspirantes a la función que buscan imponer límites a esa forma de continuidad en el mando.

Esto ha determinado que unos pocos países prohíban absolutamente la reelección presidencial, que varios otros la permitan, pero no de forma inmediata, que muchos otros la permitan de modo inmediato, pero no de manera indefinida (Alemania, Argentina, Brasil, EE.UU., Rusia, Portugal) y que algunos permitan la reelección presidencial indefinida, entre ellos España, Finlandia, Francia, Suiza y Venezuela.

Empero, más allá de la teoría, hay realidades que imponen cambios en los usos políticos y aun en los sistemas constitucionales. Tal fue el caso de Franklin D. Roosevelt en los Estados Unidos, que fue electo presidente por cuatro ocasiones (1932, 1936, 1940 y 1944).

La clave de ese fenómeno estuvo en que su país, golpeado por la gran recesión de los años treinta, logró salir adelante gracias a su política desarrollista (New Deal), que implicó una gran inversión pública en carreteras, hidroeléctricas, escuelas, mejoramiento agrícola y planes de modernización de las regiones pobres, como el Valle del Tennessee. Se trató, según sus propias palabras, de “una revolución pacífica, llevada a cabo sin violencia y sin el derrumbe del imperio de la ley”.

El caso de Roosevelt es un buen ejemplo de reelección prácticamente indefinida, pues duró hasta la muerte del líder en 1945. Pero demuestra algo más, que es la necesidad que existe de dar continuidad a un proceso de cambio, mediante la posibilidad de reelección de la figura que lo encarna y lidera.

Parafraseando al politólogo argentino Ernesto Laclau, no se trata de eternizar a alguien en el mando, pero sí de darle oportunidad al pueblo para que culmine un importante proceso de cambios, por este medio absolutamente democrático.

Han existido revoluciones armadas que, para consolidarse y desarrollar sus objetivos, han creado sistemas de gobierno de largo aliento. En el caso de las revoluciones pacíficas, como la que hoy vivimos en  Ecuador, resulta indispensable crear un mecanismo democrático para asegurar su pervivencia. Y ese mecanismo es la posibilidad de la reelección presidencial indefinida. Usándolo, el pueblo soberano podrá sostener el proceso de cambios en marcha o poner fin a esta experiencia en el momento en que lo desee.

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