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sábado, 10 de agosto de 2013

(Re)Elecciones: entre el posneoliberalismo y la restauración oligárquica

Profundizar la construcción de alternativas posneoliberales, o dar paso al regreso de los gobiernos neoliberales: tal es la disyuntiva que marcará los próximos procesos electorales en nuestra América.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

El expresidente Tabaré Vázquez será el candidato del
Frente Amplio de Uruguay para las elecciones de 2014.
El tema de la reelección presidencial y la alternancia en el poder en los sistemas políticos latinoamericanos, que miran siempre como referentes a los modelos liberal-burgueses, vuelve a ocupar el escenario de los debates en medios de comunicación y círculos académicos. El regreso a la escena electoral de los expresidentes Michelle Bachelet y Tabaré Vázquez en Chile y Uruguay, respectivamente, o la gravitación permanente de Lula da Silva en Brasil, como un posible salvavidas del Partido de los Trabajadores, alimenta especulaciones y análisis.  

No faltan los inquisidores de la derecha que ven en la aspiración de Evo Morales a un nuevo mandato en Bolivia; en el desafío lanzado por Alianza País a la oposición ecuatoriana –especialmente a la de Guayaquil- para aprobar un acuerdo que permita la reelección indefinida; y hasta en una hipotética reforma constitucional de Cristina Fernández en Argentina (que los atemoriza como pesadilla de la infancia), la pretensión de los “populistas” de eternizarse en el poder. Los censores podrían decir lo mismo de la sempiterna obsesión de Álvaro Uribe para volver al Palacio de Nariño en Colombia, pero prefieren guardar silencio sobre el hijo predilecto del Comando Sur.

No nos interesa, por ahora,  profundizar en los entretelones de cada uno de los casos mencionados, a los que incluso podríamos agregar las aspiraciones presidenciales de Xiomara Castro en Honduras, candidata del partido LIBRE y esposa del depuesto presidente Manuel Zelaya, porque creemos que la cuestión de fondo es otra y reclama una lectura diferente: lo que está en juego en ese ajedrez de movimientos políticos es la posibilidad de que el posneoliberalismo latinoamericano -en sus distintas expresiones- tome un nuevo aire de continuidad, o por el contrario, que ceda terreno peligrosamente a la restauración neoliberal.

Tras más de una década en el poder, los gobiernos progresistas y nacional-populares ya han conocido el desgaste y las tensiones propias de la administración de la cosa pública. Protestas, manifestaciones, huelgas, reclamos y descontentos, enfrentan su discurso y sus programas políticos con la realidad de la gestión cotidiana de los problemas y la solución de las necesidades inmediatas. Nada fuera de lo común en el ejercicio del poder, pero que sí constituye un factor que presiona a las izquierdas latinoamericanas de cara a su futuro.

Si bien hasta prestigiosos organismos internacionales, como UNESCO, FAO y CEPAL, reconocen el inobjetable compromiso de estos gobiernos con los sectores más pobres, los eternamente excluidos por la oligarquía y las víctimas del neoliberalismo en el altar del mercado, también desde otros sectores se les cuestiona por no impulsar transformaciones más radicales en materia de su modelo de desarrollo y su matriz energética, ambos dependientes todavía de los emprendimientos extractivistas y del consumo de combustibles fósiles. Es lo que han planteado, por ejemplo, los ambientalistas y movimientos ecologistas tras la última cumbre del ALBA en Ecuador, y en lo que vienen insistiendo intelectuales como Alberto Acosta y Eduardo Gudynas. Idénticas discusiones tienen lugar en Argentina y Brasil, en Colombia, Perú y Chile, en México y toda América Central.

El asunto, como se puede apreciar, traspasa las categorizaciones tradicionales entre izquierdas y derechas, y se instala, más bien, en el orden de la cultura y del desarrollo histórico, por un lado, de las relaciones las ideas económicas y las formas específicas de organizar la producción de bienes y mercancías; y por el otro, las relaciones entre naturaleza y sociedad. Es decir, se trata de un poderoso sustrato ideológico que explica, en buena medida, por qué nuestra de inserción en el sistema internacional y la búsqueda de El Dorado del desarrollo sigue todavía los patrones y modalidades dominantes desde el siglo XVI.

Seguramente no han sido ni serán todo lo que sociedades cada vez más informada (y no pocas veces desinformada por el poder mediático del capital), educada y diversa esperaría de ellos, más aún cuando se invocan las banderas de la revolución, pero lo cierto es que los gobiernos progresistas y nacional-populares sí que representan un salto cualitativo en la política de los últimos 40 años al menos. Además, abrieron caminos inéditos en nuestra región, especialmente para la acción de los movimientos sociales, y dieron espacios a temas y debates emergentes que van perfilando un rostro diferente para nuestra América: la descolonización, el antiimperialismo, la soberanía y la construcción del mundo multipolar, la democratización de los medios de comunicación, la nueva integración regional, los derechos humanos en todo su amplio espectro de realización, y la confrontación crítica con el capitalismo (aunque aún no logremos superarlo), son algunas de las señas de identidad del nuevo tiempo latinoamericano.

Por supuesto, quedan muchas tareas pendientes. Lo que no dejó hecho Bolívar, “sin hacer está hasta hoy”, había escrito José Martí. Nada más cierto que eso. Pero pretender que la puesta al día con el rezago acumulado, así como la concreción de los nuevos sueños, sean acometidos únicamente por la actual generación, por las organizaciones políticas y los dirigentes que han llegado al poder en este siglo XXI, sería tanto una ingenuidad como un gesto abierto de incomprensión de las claves del cambio de época: porque todo lo conquistado en esta década y un poco más, se alcanzó gracias a la movilización y las luchas populares que depusieron gobiernos neoliberales y antinacionales, y que encumbraron a nuevos liderazgos.

Fue el protagonismo del pueblo, la organización de los de abajo, sus idas y vueltas a veces sin horizonte de triunfo y esperanza, las que rompieron las cadenas de la hegemonía neoliberal. Y solo por esa senda, diversa como es, se podrán construir las urgentes  alternativas que en el mediano y largo plazo, en nuestra América y el mundo entero, podrán dar origen a una civilización y una cultura nuevas.

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