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sábado, 14 de septiembre de 2013

Ecologismo y literatura latinoamericana

Debemos recuperar un sentido latinoamericano propio del ecologismo profundo, no del impuesto o del cliché propagandístico. La literatura es una gran fuente de inspiración que recupera la fuerza telúrica y la razón antigua de nuestros pueblos.

Fander Falconí / El Telégrafo

La literatura latinoamericana ha tenido mucha sensibilidad para retratar al ecologismo. Varios autores han abordado el tema del ecologismo -no necesariamente con ese nombre-, de las relaciones de los seres humanos con la naturaleza o el paisaje, teniendo al  ambiente como un fuerte telón de fondo de sus historias.

Desde diversos ángulos han construido poderosos relatos que nos dejaron marcados desde la juventud, cuando leímos sus novelas por primera vez, y pasaron desde entonces a formar parte de nuestras vidas.

Aparte de nuestro “Don Goyo” (1930), el gran relato del ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta, otra gran novela es “Mamita Yunai”, de Carlos Luis Fallas, publicada en Costa Rica, en 1941. No habla de ecología, pero salen a la luz conflictos ecológicos. Esa novela nos cuenta que la empresa transnacional United Fruit, el monstruo verde, les pagaba más a los “regadores de veneno”, cuando hacían huelgas. Pablo Neruda recogió a uno de los personajes para hacerlo vivir nuevamente, esta vez en su gran poema “Canto General”.

Miguel Ángel Asturias, en 1949, publicó en Guatemala “Hombres de maíz”, una de sus obras cumbre, a la que hoy encontramos asociada con la ecología política y los problemas de “land grabbing” (acaparamiento de tierras). Una comunidad indígena maya está amenazada por personas ajenas que buscan su explotación comercial. La novela contrapone lo que es necesario para la subsistencia y, al mismo tiempo, lo que es sagrado para los campesinos indígenas (agroecológicos, diríamos ahora), frente a la mentalidad y las prácticas de quienes ven en la tierra y el maíz a otras más de sus mercancías para acumular dinero. El maíz es hoy un producto comercial, un “commodity” destinado a venderse en mercados lejanos; todas sus mazorcas son iguales, tienen el mismo color y forma. Se ha perdido lo que ahora llamamos biodiversidad.

El campesino protagonista de la novela pertenece -dice el autor- a esos mayas que hacen la siembra racional y limitada a sus necesidades. Los comerciantes acaparadores de tierras intensifican su cultivo para enriquecerse y así empobrecen la tierra. Pierden el patrimonio natural de la antigua nación maya por el enriquecimiento a corto plazo.

Miguel Ángel Asturias, premio Nobel de Literatura en 1967, apela al realismo mágico, describe las aventuras y reencarnaciones de muchos personajes mitológicos, y también del héroe campesino Gaspar Ilom, un ecologista de novela asesinado por el capitalismo.

Pero hay muchos otros héroes conocidos o anónimos de la vida real, que han muerto defendiendo sus chacras y su agua limpia, contra el avance de las fronteras productivas del capitalismo. En América Latina han existido muchos casos; precisamente en Guatemala, en época reciente (1982), cientos de campesinos perdieron su vida en la masacre de río Negro, por resistirse a la construcción de la represa hidroeléctrica de Chixoy.

Otra gran novela ecologista es la del peruano José María Arguedas, “Todas las sangres” (publicada en 1964), que narra la problemática de la minería de plata.

Debemos recuperar un sentido latinoamericano propio del ecologismo profundo, no del impuesto o del cliché propagandístico. La literatura es una gran fuente de inspiración que recupera la fuerza telúrica y la razón antigua de nuestros pueblos.

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