Debemos
recuperar un sentido latinoamericano propio del ecologismo profundo, no del
impuesto o del cliché propagandístico. La literatura es una gran fuente de
inspiración que recupera la fuerza telúrica y la razón antigua de nuestros
pueblos.
Fander Falconí / El Telégrafo
La
literatura latinoamericana ha tenido mucha sensibilidad para retratar al
ecologismo. Varios autores han abordado el tema del ecologismo -no
necesariamente con ese nombre-, de las relaciones de los seres humanos con la
naturaleza o el paisaje, teniendo al
ambiente como un fuerte telón de fondo de sus historias.
Desde
diversos ángulos han construido poderosos relatos que nos dejaron marcados
desde la juventud, cuando leímos sus novelas por primera vez, y pasaron desde
entonces a formar parte de nuestras vidas.
Aparte
de nuestro “Don Goyo” (1930), el gran relato del ecuatoriano Demetrio Aguilera
Malta, otra gran novela es “Mamita Yunai”, de Carlos Luis Fallas, publicada en
Costa Rica, en 1941. No habla de ecología, pero salen a la luz conflictos
ecológicos. Esa novela nos cuenta que la empresa transnacional United Fruit, el
monstruo verde, les pagaba más a los “regadores de veneno”, cuando hacían
huelgas. Pablo Neruda recogió a uno de los personajes para hacerlo vivir
nuevamente, esta vez en su gran poema “Canto General”.
Miguel
Ángel Asturias, en 1949, publicó en Guatemala “Hombres de maíz”, una de sus
obras cumbre, a la que hoy encontramos asociada con la ecología política y los
problemas de “land grabbing” (acaparamiento de tierras). Una comunidad indígena
maya está amenazada por personas ajenas que buscan su explotación comercial. La
novela contrapone lo que es necesario para la subsistencia y, al mismo tiempo,
lo que es sagrado para los campesinos indígenas (agroecológicos, diríamos
ahora), frente a la mentalidad y las prácticas de quienes ven en la tierra y el
maíz a otras más de sus mercancías para acumular dinero. El maíz es hoy un
producto comercial, un “commodity” destinado a venderse en mercados lejanos;
todas sus mazorcas son iguales, tienen el mismo color y forma. Se ha perdido lo
que ahora llamamos biodiversidad.
El
campesino protagonista de la novela pertenece -dice el autor- a esos mayas que
hacen la siembra racional y limitada a sus necesidades. Los comerciantes
acaparadores de tierras intensifican su cultivo para enriquecerse y así
empobrecen la tierra. Pierden el patrimonio natural de la antigua nación maya
por el enriquecimiento a corto plazo.
Miguel
Ángel Asturias, premio Nobel de Literatura en 1967, apela al realismo mágico,
describe las aventuras y reencarnaciones de muchos personajes mitológicos, y
también del héroe campesino Gaspar Ilom, un ecologista de novela asesinado por
el capitalismo.
Pero
hay muchos otros héroes conocidos o anónimos de la vida real, que han muerto
defendiendo sus chacras y su agua limpia, contra el avance de las fronteras
productivas del capitalismo. En América Latina han existido muchos casos;
precisamente en Guatemala, en época reciente (1982), cientos de campesinos
perdieron su vida en la masacre de río Negro, por resistirse a la construcción
de la represa hidroeléctrica de Chixoy.
Otra
gran novela ecologista es la del peruano José María Arguedas, “Todas las
sangres” (publicada en 1964), que narra la problemática de la minería de plata.
Debemos
recuperar un sentido latinoamericano propio del ecologismo profundo, no del
impuesto o del cliché propagandístico. La literatura es una gran fuente de
inspiración que recupera la fuerza telúrica y la razón antigua de nuestros
pueblos.
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