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sábado, 5 de octubre de 2013

América Latina: La continuidad posneoliberal

Los gobiernos posneoliberales han logrado volverse hegemónicos en cada uno de nuestros países. De ahí su legitimidad y su capacidad de enfrentamiento de los problemas que tienen por delante, así como sus formas de renovación para seguir dando continuidad a sus programas de prioridad de las políticas sociales, de los procesos de integración regional y del rol del Estado como inductor del crecimiento económico.

Emir Sader / Página12

América Latina no podía funcionar. Fue creada por los colonizadores para no funcionar, para ser eternamente subalterna al mundo “civilizado”. Para entregarle sus materias primas y su fuerza de trabajo superexplotada y honrar a sus señores europeos. América Latina fue colonizada para ser colonia y sentirse colonizada y supeditarse a las metrópolis y al Imperio.

Aun más, cuando las alternativas parecían desaparecer, sólo le quedaría a América Latina imitar, de forma mecánica, el modelo único consagrado por el centro del capitalismo. Y así fue por un tiempo. América Latina fue el continente con más gobiernos neoliberales y el de sus modalidades más radicales.

Una ola devastadora que liquidó, entre otros, al Estado social chileno y a la autosuficiencia energética de Argentina, además de dejar al continente como una región intranscendente en el plano internacional, de bajo perfil, subordinada a las potencias del centro del sistema, intensificando aun más la desigualdad y miseria entre nosotros.

Pero de repente, el fracaso de los gobiernos neoliberales generó la elección de una serie de gobiernos que se han elegido con el compromiso de superar ese modelo y construir sociedades más justas, menos desiguales, soberanas en el plano internacional.

Fue así como la región se ha vuelto la única en el mundo con gobiernos antineoliberales que, además, han pasado a construir procesos de integración regional autónomos respecto de Estados Unidos. Aun cuando surgió la profunda y prolongada crisis económica –que recién cumplió cinco años de duración– en los países del centro del capitalismo, esos países latinoamericanos antineoliberales no han dejado de expandir sus economías y, sobretodo, de combatir la miseria y la desigualdad.

Entre sus adversarios –en la derecha y en la ultraizquierda– inicialmente ese fenómeno generó desconcierto. No era posible que con la recesión mundial –que siempre había arrastrado a todos nuestros países al estancamiento y retroceso–, países como Argentina, Bolivia, Brasil, Uruguay, Ecuador y Venezuela resistieran a la crisis.

Después de haber denunciado a esos gobiernos como propagadores de ilusiones, han tenido que aceptar que nuestra situación es distinta a la de los países del centro del sistema y de aquéllos, en la región, cuyos gobiernos mantenían sus orientaciones neoliberales. Ya no podían decir que las situaciones favorables de nuestros países se debían a un marco internacional favorable, porque ese marco había cambiado radicalmente.

Hubo quienes cerraron los ojos a los grandes avances sociales de países del continente más desigual en el mundo, queriendo descalificar sus políticas, reduciendo las orientaciones de esos gobiernos a lo que consideran modelos exportadores basados en la devastación de los recursos naturales. Como resultado, todos los que propugnan esos planteos han sido rechazados por los pueblos de esos países que los han reducido a fuerzas sin ningún apoyo popular ni expresión política.

Las aves de rapiña seguían esperando indicios de problemas que pudieran –aun después de una década del éxito de las políticas posneoliberales de esos gobiernos– comprobar sus aciagas previsiones. Se ha formado una coalición internacional entre fuerzas de derecha y de ultraizquierda para atacar a los gobiernos progresistas de América latina, porque el éxito de líderes como Hugo Chávez, Lula, Dilma, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, Pepe Mujica, entre otros, hacía insostenibles sus posiciones.

Bastaba que surjan problemas en alguno de esos países cualquiera que fuera su razón –incluso las presiones recesivas continuadas desde el centro del sistema– para que se renovaran los artículos en la prensa o las previsiones de opositores sin apoyo popular, diciendo que finalmente se agotaba el modelo alternativo de crecimiento con distribución de renta de esos gobiernos.

Porque era insostenible para ellos que Carlos Andrés Perez, Acción Democrática, y Coppei fracasaran, y que Hugo Chávez funcionara. Que Cardoso hubiera fracasado y Lula funcionara. Que sus queridos Carlos Menem y De la Rúa hubieran fracasado espectacularmente y que Néstor y Cristina hayan funcionado. Que Sánchez de Lozada hubiera salido del gobierno expulsado por el pueblo para refugiarse en EE.UU. y Evo Morales funcione. Que los gobiernos de derecha, en Uruguay, hayan fracasado y los del Frente Amplio funcionen. Que lo mismo pase en Ecuador, con el éxito de Rafael Correa.

Ya no son gobiernos efímeros, todos ya se han reelegido y/o elegido a sus sucesores y siguen teniendo posibilidades de seguir con sus gobiernos o elegir sus sucesores promoviendo una segunda década posneoliberal en América Latina.

Sin embargo, según la receta neoliberal y la de la ultraizquierda, esos gobiernos no podían funcionar. Tenían que fracasar para demostrar la verdad del “pensamiento único” y del Consenso de Washington. Los gobiernos populares de amplia alianza política no podían consolidarse y obtener gran y renovado apoyo popular. Porque serían dirigidos por líderes que habrían “traicionado” la confianza popular. Sin embargo, en la realidad, los pueblos los han escogido y reafirmado como sus líderes.
Esa situación se ha consolidado de tal forma que las oposiciones en cada país no encuentran espacio ni liderazgos ni plataformas alternativas. O callan sobre lo que harían en caso de que triunfaran, o confiesan que volverían a las fórmulas neoliberales: menos Estado, duro ajuste fiscal, privatizaciones, política externa de vuelta a la subordinación a los EE.UU.

Es que los gobiernos posneoliberales han logrado volverse hegemónicos en cada uno de nuestros países. De ahí su legitimidad y su capacidad de enfrentamiento de los problemas que tienen por delante, así como sus formas de renovación para seguir dando continuidad a sus programas de prioridad de las políticas sociales, de los procesos de integración regional y del rol del Estado como inductor del crecimiento económico y garantía de los derechos sociales de todos. Negando a todos los que creían que América Latina no podía resultar.

* Intelectual brasileño. Autor de “El Nuevo Topo. Los caminos de la izquierda latinoamericana” (Siglo XXI).

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