Los gobiernos posneoliberales han logrado volverse hegemónicos en cada
uno de nuestros países. De ahí su legitimidad y su capacidad de enfrentamiento
de los problemas que tienen por delante, así como sus formas de renovación para
seguir dando continuidad a sus programas de prioridad de las políticas
sociales, de los procesos de integración regional y del rol del Estado como
inductor del crecimiento económico.
Emir Sader / Página12
América Latina no podía funcionar. Fue creada por los colonizadores
para no funcionar, para ser eternamente subalterna al mundo “civilizado”. Para
entregarle sus materias primas y su fuerza de trabajo superexplotada y honrar a
sus señores europeos. América Latina fue colonizada para ser colonia y sentirse
colonizada y supeditarse a las metrópolis y al Imperio.
Aun más, cuando las alternativas parecían desaparecer, sólo le
quedaría a América Latina imitar, de forma mecánica, el modelo único consagrado
por el centro del capitalismo. Y así fue por un tiempo. América Latina fue el
continente con más gobiernos neoliberales y el de sus modalidades más
radicales.
Una ola devastadora que liquidó, entre otros, al Estado social chileno
y a la autosuficiencia energética de Argentina, además de dejar al continente
como una región intranscendente en el plano internacional, de bajo perfil,
subordinada a las potencias del centro del sistema, intensificando aun más la
desigualdad y miseria entre nosotros.
Pero de repente, el fracaso de los gobiernos neoliberales generó la
elección de una serie de gobiernos que se han elegido con el compromiso de
superar ese modelo y construir sociedades más justas, menos desiguales,
soberanas en el plano internacional.
Fue así como la región se ha vuelto la única en el mundo con gobiernos
antineoliberales que, además, han pasado a construir procesos de integración
regional autónomos respecto de Estados Unidos. Aun cuando surgió la profunda y
prolongada crisis económica –que recién cumplió cinco años de duración– en los
países del centro del capitalismo, esos países latinoamericanos
antineoliberales no han dejado de expandir sus economías y, sobretodo, de
combatir la miseria y la desigualdad.
Entre sus adversarios –en la derecha y en la ultraizquierda–
inicialmente ese fenómeno generó desconcierto. No era posible que con la
recesión mundial –que siempre había arrastrado a todos nuestros países al
estancamiento y retroceso–, países como Argentina, Bolivia, Brasil, Uruguay,
Ecuador y Venezuela resistieran a la crisis.
Después de haber denunciado a esos gobiernos como propagadores de
ilusiones, han tenido que aceptar que nuestra situación es distinta a la de los
países del centro del sistema y de aquéllos, en la región, cuyos gobiernos
mantenían sus orientaciones neoliberales. Ya no podían decir que las
situaciones favorables de nuestros países se debían a un marco internacional
favorable, porque ese marco había cambiado radicalmente.
Hubo quienes cerraron los ojos a los grandes avances sociales de
países del continente más desigual en el mundo, queriendo descalificar sus
políticas, reduciendo las orientaciones de esos gobiernos a lo que consideran
modelos exportadores basados en la devastación de los recursos naturales. Como
resultado, todos los que propugnan esos planteos han sido rechazados por los
pueblos de esos países que los han reducido a fuerzas sin ningún apoyo popular
ni expresión política.
Las aves de rapiña seguían esperando indicios de problemas que
pudieran –aun después de una década del éxito de las políticas posneoliberales
de esos gobiernos– comprobar sus aciagas previsiones. Se ha formado una
coalición internacional entre fuerzas de derecha y de ultraizquierda para
atacar a los gobiernos progresistas de América latina, porque el éxito de
líderes como Hugo Chávez, Lula, Dilma, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales,
Rafael Correa, Pepe Mujica, entre otros, hacía insostenibles sus posiciones.
Bastaba que surjan problemas en alguno de esos países cualquiera que
fuera su razón –incluso las presiones recesivas continuadas desde el centro del
sistema– para que se renovaran los artículos en la prensa o las previsiones de
opositores sin apoyo popular, diciendo que finalmente se agotaba el modelo
alternativo de crecimiento con distribución de renta de esos gobiernos.
Porque era insostenible para ellos que Carlos Andrés Perez, Acción
Democrática, y Coppei fracasaran, y que Hugo Chávez funcionara. Que Cardoso
hubiera fracasado y Lula funcionara. Que sus queridos Carlos Menem y De la Rúa
hubieran fracasado espectacularmente y que Néstor y Cristina hayan funcionado.
Que Sánchez de Lozada hubiera salido del gobierno expulsado por el pueblo para
refugiarse en EE.UU. y Evo Morales funcione. Que los gobiernos de derecha, en
Uruguay, hayan fracasado y los del Frente Amplio funcionen. Que lo mismo pase
en Ecuador, con el éxito de Rafael Correa.
Ya no son gobiernos efímeros, todos ya se han reelegido y/o elegido a
sus sucesores y siguen teniendo posibilidades de seguir con sus gobiernos o
elegir sus sucesores promoviendo una segunda década posneoliberal en América Latina.
Sin embargo, según la receta neoliberal y la de la ultraizquierda,
esos gobiernos no podían funcionar. Tenían que fracasar para demostrar la
verdad del “pensamiento único” y del Consenso de Washington. Los gobiernos
populares de amplia alianza política no podían consolidarse y obtener gran y
renovado apoyo popular. Porque serían dirigidos por líderes que habrían
“traicionado” la confianza popular. Sin embargo, en la realidad, los pueblos
los han escogido y reafirmado como sus líderes.
Esa situación se ha consolidado de tal forma que las oposiciones en
cada país no encuentran espacio ni liderazgos ni plataformas alternativas. O
callan sobre lo que harían en caso de que triunfaran, o confiesan que volverían
a las fórmulas neoliberales: menos Estado, duro ajuste fiscal, privatizaciones,
política externa de vuelta a la subordinación a los EE.UU.
Es que los gobiernos posneoliberales han logrado volverse hegemónicos
en cada uno de nuestros países. De ahí su legitimidad y su capacidad de enfrentamiento
de los problemas que tienen por delante, así como sus formas de renovación para
seguir dando continuidad a sus programas de prioridad de las políticas
sociales, de los procesos de integración regional y del rol del Estado como
inductor del crecimiento económico y garantía de los derechos sociales de
todos. Negando a todos los que creían que América Latina no podía resultar.
* Intelectual brasileño. Autor de “El Nuevo Topo. Los caminos de la
izquierda latinoamericana” (Siglo XXI).
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