La cultura de un pueblo aborigen
costarricense está en peligro de extinción. El libro de crónicas Aún somos
cabécares, publicado en San José por la editorial de la Universidad San Judas
Tadeo, denuncia esta situación crucial.
Aquí le adelantamos el prólogo.
Guillermo
González Campos / Especial para Con Nuestra América
El
libro se presentará el próximo 28 de octubre a las 6:30 pm en la sede de dicha
universidad, en Rohmoser. Entrada libre. Más información al teléfono: 2291-3932
Portada del libro editado por Guillermo González y Froilán Escobar. |
Cuando
empezás a subir por la montaña, te percatás de que esa enorme planicie sembrada
de silopacas no es otra cosa que la llanura de Shára, aquella que fue vilmente robada a los indígenas por
Francisco de Paula Gutiérrez Peña en 1852 para crear una hacienda a la que puso
por nombre Moravia en honor del expresidente Juan Mora. Cuando seguís subiendo
la penosa cuesta, vislumbrás la quebrada Platanillo (Tsipírí), ahí cerca está el lugar donde Bernardo Augusto Thiel, el
lazarista alemán que fue el segundo obispo de Costa Rica, vio a principios de
1882 los restos del antiguo camino colonial de “Tierra Adentro”.
Fue en ese
sitio donde tuvo que sentarse a descansar agotado por una montaña que los
indígenas aún hoy suben y bajan sin inmutarse. Entonces bajás y llegás al río
Chirripó: un imponente caudal de agua que baja recio retando la mirada. Más
hacia allá, siguiendo la rivera de este río, está el sitio donde se ubicó el
famoso presidio de San Mateo de Chirripó, creado por los españoles en 1613. Este
persistió casi un siglo hasta que fue destruido en la rebelión que Pablo
Presbere lideró en 1709, la cual logró alejar a la invasión de los frailes
franciscanos y soldados españoles por más de un siglo. El choque del agua con
las piedras del río adormece. Solo así, arruinado por el cansancio y haciendo
esfuerzos por recuperar la respiración, podés comprender el milagro. Sí,
milagro. Pues solo de hecho portentoso puede calificarse el que todavía hoy,
tras 470 años de invasión foránea, esta región se encuentre poblada de
indígenas que aún hablan su lengua e intentan por todos los medios mantener su
cultura y tradiciones.
Chirripó,
entonces, es un milagro tristemente incomprendido. Mientras la situación
cultural y lingüística de restantes zonas indígenas de Costa Rica muestra
claras evidencias de deterioro, en esta región, los cabécares han llevan a cabo
una proeza de resistencia cultural sin parangón en la historia costarricense.
Los datos del último censo lo confirman. En el 2011, solo la mitad de los bribris
se declaró hablante de su lengua. Entre los guatusos del norte de Alajuela, el
porcentaje de hablantes no llega al 70 %. Sin embargo, en Chirripó, más del 96
% de los indígenas dice hablar cabécar. Cualquiera que vaya al territorio se
dará cuenta de que es cierto. Yo mismo lo noto cada vez que los visito. Veo con
un nudo que no me pasa por la garganta cómo reciben clases en español y, al
recreo, salen del aula a jugar hablando su lengua materna, la que comenzaron a
aprender en los pechos de sus madres, la que solo pueden usar entre ellos,
porque en las escuelas, en los centros de salud, en las instituciones de
Turrialba y casi en todo lado la lengua oficial de comunicación es el español.
Ante esto, no te podés quedar callado. No te podés quedar mirando como todos
los días se trabaja en la destrucción de una cultura, en la destrucción de una
persistencia que ha durado casi quinientos años.
La
historia de este milagro comienza, casi con toda probabilidad, hace 20 000
años, cuando los antepasados de los indígenas americanos comenzaron a cruzar el
estrecho de Bering e iniciaron el poblamiento de América. Ahí venían los
abuelos de los cabécares (y los nuestros también, porque no debemos olvidar
nunca que, a pesar de lo que diga la ideología imperante, nuestra realidad
genética se funda en el mestizaje). Los estudios del ADN mitocondrial (aquel
que heredamos de nuestras madres) han logrado confirmar que los cabécares, así
como la mayoría de sus parientes (bribris, borucas, guatusos, etc.) poseen los
haplogrupos A y B, dos de los más frecuentes en los indígenas del norte de
América. Estos estudios, además, han llegado a confirmar la hipótesis del
lingüista Adolfo Constenla de que el desarrollo de estos pueblos se debe a una
evolución propia ocurrida en tierras centroamericanas y no, como se sospechaba
antes, al producto de diferentes migraciones.
Así
pues, la mayoría de los indígenas costarricenses, los cabécares entre ellos,
tiene su origen en una población ancestral de cazadores recolectores que se
instaló hace varios milenios en Centroamérica. Venían del norte, cazando los
grandes animales que en aquel tiempo existían y recolectando frutas. Siguiendo
la propuesta de Adolfo Constenla, cuyo trabajo de recuperación, preservación y
mantenimiento del patrimonio cultural indígena de nuestro país es posiblemente
el trabajo científico más importante que haya tenido Costa Rica en los últimos
cuarenta años, habría que suponer que esta población inicial, ubicada
seguramente al norte del Istmo centroamericano, se comenzó a fracturar a partir
del 8000 a. C., cuando cambian significativamente las condiciones climáticas,
se extingue la megafauna del Pleistoceno y los indígenas se ven obligados a
modificar su alimentación. De este proceso nacieron tres grupos de lenguas y
culturas hermanas: las lencas, las misumalpas y las chibchenses. Los cabécares
pertenecen a esta última familia, la cual se mantuvo compacta por cuatro mil
años. Luego, poco antes del desarrollo extensivo de la agricultura en el 2000
a. C., hubo una nueva fragmentación que produjo las cuatro ramas de la estirpe
chibchense: el paya, idioma del sur de Honduras; el grupo vótico, al que
pertenece el guatuso; el grupo ítsmico, en el que se incluyen, entre otros, el
bribri, el cabécar, el boruca, el cuna; y las lenguas magdalénicas habladas en
Colombia.
No
son estos buenos tiempos para las lenguas chibchas. En lo que va del siglo, se
han muerto los últimos hablantes fluidos de dos de ellas: el boruca, lengua de
la Zona Sur de nuestro país, y el rama, idioma de la costa atlántica
nicaragüense. En Costa Rica, además, se extinguió el térraba, una variante
lingüística del idioma naso, el cual pervive en Panamá bajo el nombre de
teribe. Las restantes lenguas van por el mismo camino. No parece haber
salvación para ellas, ni siquiera para el cabécar. La variante sureña del
cabécar hablada en Ujarrás, por ejemplo, muestra claros signos de deterioro. El
diagnóstico no es favorable: muy posiblemente se extinguirá en los próximos
cincuenta años.
Cuando
estás ahí sentado en una piedra junto al río Chirripó no podés evitar que todos
estos pensamientos te asalten. Y junto a ellos viene la impotencia de no saber
qué hacer. Mientras estoy ahí me confirman que es cierto, que hace unas semanas
murió el Kë́kë́pa Carlos Luis.
Vivía muy cerca de aquí, subiendo hacia el norte por la rivera del río
Chirripó. Él era el último anciano cabécar que conocía los cantos ancestrales.
Por dicha, dejó dos aprendices, dos esperanzas de continuidad. Aun así, la
última vez que lo vi se lamentaba. Sufría mucho porque ninguno de sus nietos
quiso aprender. No se interesaban por la cultura cabécar, no quisieron aprender
los cantos, las historias, la sabiduría ancestral. Según me contó, solo se
interesaban por “lo evangélico”.
En
Chirripó, la religión es un factor nefasto. Es la principal promotora y
causante de la destrucción cultural. En el siglo XVII, fueron los franciscanos
enviados por propaganda fide, nefasta
institución que aun hoy sigue existiendo; hoy, en cambio, el proceso lo llevan
a cabo un montón de iglesias pequeñas que junto con los padres católicos buscan
acabar con los pocos cargos tradicionales que subsisten en Chirripó y las pocas
creencias que perduran en la comunidad indígena. Quizá lo peor sea el irrespeto
con los tratan. Sin ningún empacho dicen que Sibö es satánico, que los rituales son idolatría, que viven en el
pecado y deben cambiar para “salvarse”. No hay manera de que estos ignorantes
entiendan que las creencias espirituales de los cabécares no son supercherías,
sino un riquísimo conglomerado de signos, historias y rituales a través de los
cuales ellos interpretan y entienden el mundo. Es un mundo religioso tan
valioso y complejo como el de cristianos, budistas, musulmanes, etc.
Actualmente,
la cultura cabécar se fundamenta en cuatro pilares: la lengua, los cargos
tradicionales, la tradición oral y las prácticas rituales, que abarcan cantos,
historias y bailes, y el sistema familiar clánico. Todos ellos están en peligro
de perderse.
La
lengua cabécar, como se dijo, pertenece a la estirpe chibchense, que abarca una
enorme cantidad de lenguas desde el sur de Honduras hasta Colombia. Chirripó es
el territorio donde mejor se conserva. Es muy difícil encontrar un indígena que
no la hable, aunque los hay, sobre todo entre aquellos que viven fuera del
territorio o se han casado con “blancos” (hispanomestizos). El principal
problema que enfrenta la lengua es su oralidad. Actualmente, el cabécar es una
lengua exclusivamente oral y los esfuerzos por fijarla por escrito no han dado
muy buenos resultados.
Cuando
vos todos los días tenés un periódico que leer, no podés entender el valor de
tener en las manos un texto en cabécar. Una de las cosas que nunca olvidaré fue
la frase lapidaria que al respecto me dijo un indígena: “Profe, para qué
aprender a leer cabécar si no hay nada que leer”. Y es cierto. Los textos son
poquísimos. Hasta hace poco solo se podía leer el Nuevo Testamento escrito en
un mamarracho de sistema ortográfico. Hoy, existen más textos, pero la mayoría
de ellos han sido transcritos muy mal y su lectura es difícil. De hecho, en
general, ni siquiera los maestros de lengua cabécar de las escuelas saben
escribir correctamente su idioma. El caos ortográfico es descomunal y he sido
testigo de cómo una persona no puede leer ni siquiera lo que ella misma ha
escrito. Todo esto es un problema porque coloca al cabécar en franca desventaja
frente al español, la cual se presenta como una lengua estable, como una lengua
con un sistema fijo de escritura, como una lengua con presencia en los medios
de comunicación, como la lengua de la enseñanza, o sea, como la lengua que debo
aprender para poder sobrevivir.
¡Y
la escuela! Podrías resumirlo en tres palabras: “No aporta nada”. En la última
década Chirripó ha vivido una invasión educativa sin precedentes, provocada,
más que nada, por los alarmantes datos revelados en el censo del año 2000, el
cual constató la situación de abandono institucional en que se encontraba todo
el territorio. Ese año se determinó que la mitad de la población indígena de la
zona era analfabeta. En Costa Rica, esta realidad golpeó duro. Cuando te creés
el mejor país de la región, te tragás el cuentazo de la democracia y la paz y
pensás que esto es la Suiza centroamericana, seguramente duele, y mucho, saber
que existe una región como Chirripó cuyo estado de abandono es tal que la mitad
de las personas no sabe leer ni escribir y la mortalidad infantil es ocho veces
superior a la de cualquier otro sitio del país. La respuesta fue fundar
escuelas. En la región, en el año 2000 había solo 12 escuelas. Doce años
después, hay dos circuitos escolares que, en total, suman 74 centros de
educación primaria e incluyen cuatro liceos rurales. Hoy día más de dos mil
niños cabécares tienen acceso a la primaria y la tasa de analfabetismo
disminuyó dramáticamente (solo la quinta parte de la población es analfabeta
según el último censo). Pero es alfabetización en español. Las clases de lengua
cabécar son solo tres lecciones semanales. A ellas se suman dos más de cultura
tradicional y nada más… Si a esto le sumamos lo precario de los materiales
didácticos, el ausentismo de los estudiantes y las borracheras de algunos
maestros, te ves obligado a concluir que el aporte es poco.
¡Tantas
cosas te impresionan cuando venís aquí! En mis peores pesadillas sigue
apareciendo una de las imágenes más duras que vi cuando empecé a venir a
Chirripó. Había subido dos horas por una cuesta, de esas cuestas empinadas, que
no te avisan, que se ponen duras desde el puro inicio. Llegué a un colegio con
la lengua afuera. Era día de examen. Los muchachos indígenas resolvían la
prueba de inglés. Me detuve un momento a ver el texto. Se titulaba Christmas in USA. Es la cruel realidad
que te abofetea la cara: en los colegios indígenas de Chirripó no hay espacio
ni para Sibö ni para Sulá ni para la Niña Tierra, pero sí hay
espacio para galletas que los gringos comen en navidad.
“El
currículum está descontextualizado”, me dijo uno de los maestros de la región
una vez. “¿Y por qué no lo cambian?”, inquirí yo de una forma ingenua. El
maestro escupió en la tierra y me respondió: “En San José no dejan”. Él mismo
fue testigo de eso. Dice que lo llamaron del MEP para ver cómo arreglaban el
“problema” de la educación indígena, pero cuando llegó a San José le
advirtieron: “Puede agregar todo lo que quiera, pero no quite nada”. ¡Y cómo
agregar algo si a duras penas se cumple con lo que actualmente piden! Para uno,
que está aquí sentado a la par de una de estas heliconias impresionantes que
los hispanomestizos llaman “platanillo” y los cabécares pó̱, resulta de verdad desconcertante saber qué exactamente es
“San José”. Uno no sabe si es el ministro, si es la colección de brontosaurios
del Consejo Superior de Educación o alguno de esos asesores de educación que
parecen sacados de un cuento de Cortázar. En todo caso, algo es claro, “San
José”, es decir, el centralismo, tiene la culpa de que todos los años se violen
los derechos de los niños (y digamos también las niñas, pa’ que suene bonito).
Porque así es: cada vez que un niño cabécar es alfabetizado en español le están
violando uno de los derechos más sagrados: el aprender en su propia lengua.
Quizás vos no lo entendás, porque tu maestra te hablaba en español. Vos solo
tenés que imaginártelo. Pero así es: llegás el primer día de clases a la
escuela y te hablan y enseñan en una lengua que no solo no es la tuya, sino que
no se parece gramaticalmente en nada a lo que hablás. Es como si al llegar a la
escuela, a nosotros nos hubieran alfabetizado en húngaro. Claro, repetís varias
veces un mismo grado escolar, pero no importa, porque cuando tenés quince
terminás la escuela, hablando húngaro por supuesto.
En
un inicio, la fundación de tantas escuelas produjo un impacto serio en la
comunidad. Se requirieron una gran cantidad de maestros y muchos de ellos no
tenían una conciencia clara de la delicada misión que se les estaba
encomendando. Llegaron muchos ignorantes que despreciaron la cultura y el
idioma. El peor legado de esa época fue la institucionalización del licor como
forma de prestigio. ¡Captalo! ¡Es fácil de entender! El indio toma chicha,
bebida poco embriagante y sin prestigio; en cambio, los que tienen plata toman
guaro (sí, el guaro Cacique, el mismo que fabrica el Estado en la FANAL). Y en
esa época los que tenían plata eran los maestros. Era común ver al supervisor
del circuito escolar caído de borracho en un caño. Incluso en algo muy parecido
a un cuento rulfiano, cuatro maestros juntaron plata y compraron la única
cantina de Grano de Oro para que el supervisor tomara gratis…
A
veces te sentís impotente, “ahuevado”, como los barcos esos que se estancan en
la arena. En esos momentos, como bien lo dijo el poeta mexicano David Huerta,
“el mundo es una mancha en el espejo”. Es muy probable que los del MEP sintieran
eso hace algunos años y decidieron jugar a ser Poncio Pilatos. Desde entonces,
para ser maestro en Chirripó, se requiere la autorización de la Asociación de
Desarrollo. Si el maestro se porta mal,
no es culpa mía, vos lo autorizaste.
En
la historia nacional de la insensatez, el año 1977 tiene una relevancia
particular: ese año se aprobó la “Ley indígena”, la número 6172. Quien la
redactó olvidó que cada pueblo indígena de nuestro país es diferente, que no se
los puede meter a todos en el mismo saco, que necesariamente deben respetarse
las condiciones particulares que cada uno posee. Nada de eso se consideró. Se
ignoraron las estructuras políticas tradicionales de cada pueblo y se impuso
como “gobierno local” de cada territorio indígena a una Asociación de
Desarrollo Integral. La puesta en marcha
en estas asociaciones ha sido difícil. Como es de esperar para la mayoría de
indígenas, estas no tenían ningún valor, pues son una estructura foránea.
Además, la mayoría no logra dominar el complejo aparato burocrático que
DINADECO les exige para poder funcionar. En general, su representatividad
comunal es muy poca. En Chirripó, un tipo se apoderó por más de veinte años de
la asociación y la usó únicamente para su beneficio personal. Llegó incluso a
echar de las asambleas a su opositores para lograr votaciones unánimes. A pesar
de tanta marginalidad y abandono, los indígenas aún tienen una tarea pendiente:
empezar a pensar como colectividad, como un pueblo que debe buscar acciones que
beneficien a todos y no solo solucionar sus necesidades individuales más
perentorias.
Las
atrocidades de la ley de 1977 siguen vigentes. Su sustituta, la Ley de
Desarrollo Autónomo de los Pueblos Indígenas, nunca se aprobó. Como el viejo
coronel de García Márquez, ha esperado veinte años para ser discutida. Y no te
hagás ilusiones: no se va a discutir. En agosto del 2010, en el acto más vil
que se haya visto en la Suiza centroamericana, los indígenas fueron desalojados
por la policía a palos de la Asamblea Legislativa por pedir un poco de
atención. Ni siquiera pedían que se aprobara el proyecto, solo solicitaban que
se iniciara su discusión.
Por
eso, dejar el nombramiento de los maestros a la Asociación no fue la mejor
decisión. Aún día, muchos indígenas no se sienten representados por ella.
Incluso los del otro lado del río Chirripó han planteado la idea de crear su
propia asociación, pues las asambleas suelen hacerse de este lado del río y a
los de más allá, los que viven a uno o dos días de camino, se les hace difícil
asistir. Como decía el maestro Bernal Herrera: “Mae, incluso en la marginalidad
hay marginados”. La exclusión no tiene límites, no perdona ni al mismo
excluido.
Pero
a pesar de todo, las cosas van mejorando. Ya no hay tantos maestros borrachos.
Y la mayoría, si no tenía conciencia, ya la ha ido desarrollando. Ahí, en medio
de la montaña, entre las lluvias inclementes, entendés que tu labor no es
destruir, sino construir, al igual que lo hizo Sibö al principio de los tiempos.
Jë yö… jë yö… jo jo këi…
jë yö… jë yö… jo jo këi…
jë yö këi… jë yö këi... jë yö
këi...
Es
Freddy cantando un sorbón titulado Í̱shäkä́
bulukälí, el ‘Canto de la tierra’. Cuando lo oís es como un regreso a los principios del mundo. Es el rito
primordial de renovación, la vuelta a los orígenes que nos recuerda Eliade. El sorbón es un
canto tradicional cabécar acompañado de danza. Se baila de dos maneras: en
círculo (que puede ser abierto o cerrado) y en fila. El sorbón se interpreta,
sobre todo, durante la inauguración de un rancho, al darse la cosecha del maíz
y cuando va a realizarse una gira a San José Cabécar. En la danza participan
tanto hombres como mujeres. La interpretación la
dirige un cantor principal (el bulu wä́),
el cual interpreta la mayor parte del canto, aunque existen partes corales.
Aproximadamente, hay unos treinta cantos distintos de sorbón. Cada canto tiene
el nombre de uno de los animales que participó en la fiesta de inauguración del
mundo que hizo Sibö al principio de
los tiempos. El sorbón es hermoso, no se puede bailar solo, tenés que reunirte
con varios para poder bailarlo. El trabajo cooperativo, he ahí la principal
enseñanza que nos dejó Sibö en el
amanecer de la existencia.
Yaaa këi no̱dëi…
dur këi na̱ dëka̱…
jirkë blu ki dëi…
tlai ka̱ Siböë dëi…
Shi ta̱ dër këi…
Cuentan los mayores, ellos cuentan que Itsó kë́klä
fue el principal ayudante de Sibö en
la construcción de su casa (el mundo en que
vivimos). Dicen que Sibö fue a buscarlo al mundo de abajo, pues
Itsó se había hecho ahí una casa muy bonita
y él quería una parecida. Sibö entendía que él solo no podía hacer
su casa, necesitaba quien lo ayudara. Pero Itsó no quería ayudarlo, solo al final,
Sibö logró convencerlo. Entonces dicen los mayores que él lo ayudó a traer
materiales desde el inframundo como las amarras y colaboró en poner los postes. También lo ayudaron en esta tarea Tsuí kë́klä, Pjú̱ kë́klä, Yábulu,
Tolók kë́klä, Tkäbë́klä, Súrkuku kë́klä, entre otros. Por su ayuda, Itsó
tuvo el honor de cantar de primero en la fiesta de inauguración del mundo, la
casa de Sibö. Su canto es el mismo bulu sikë́ que Freddy canta con tanto empeño. Hoy día, en toda inauguración de un rancho, este canto
debe entonarse primero que todos los demás.
Miles de años… eso fue lo que tomó la conformación de
todas estas historias y todos estos cantos. No lo podés entender fácilmente.
Necesitás años para aprender los cantos y no te alcanzará la vida para conocer
todas las historias. Los cantos se encuentran compuestos en una lengua ritual,
no es el cabécar común que habla la gente, es un cabécar sagrado que muy pocos
conocen. Y las historias no se cuentan de cualquier manera. Hay una forma de
contar, se llama estructura paralelística y aprenderla toma su tiempo.
Justamente por eso las historias y los cantos se están perdiendo. La cultura
cabécar es oral, se sostiene en la memoria. Los narradores de historias, los
médicos indígenas, los enterradores, en fin, todos ellos se forman escuchando a
sus maestros. Necesitás un discípulo joven, con ganas, dispuesto a prender y…
con tiempo. Pero la vida actual no te deja tiempo, en este mundo del Internet y
la televisión el día se acorta. Poco entonces buscan aprender. Es algo que ya
ha pasado. Me cuenta don Virgilio que el último ksäklä o
cantor funerario de Chirripó murió a
principios de la década de los cuarenta. Murió joven y trágicamente. No le dio
tiempo de pasar sus conocimientos a nadie más. Ahora, en los entierros, ya
nadie toca el teponaztli.
Así
parece que ocurrirá con los jawáwá,
con los bikákláwá, con los jówá y los sätë́blawá, únicos cargos que en este momento quedan. Y lo mismo
les ocurrirá a sus contrapartes femeninas: la siáta̱mi̱, la na̱má̱i̱ta̱mi̱,
la jóta̱mi̱ y la yátiä. Solo parecen haber dos caminos: la pérdida total o, lo que quizás es peor,
la folclorización, como el campesino bonachón
costarricense, con su chonete y su cutacha, tan inexistente como la
inteligencia de aquellos que aún persisten en vestirse como él y representarlo.
Pero
aún estamos a tiempo. En Chirripó, el destino nos regala una gran oportunidad.
Una oportunidad para aprender, para enriquecernos culturalmente, para cooperar
con los cabécares en la preservación de su mundo espiritual y material; en fin,
una oportunidad para acercarnos a ellos y decirles con toda sinceridad: ¡ Sá
kianá̱ ditsä́ tsá̱tkä!
Es necesario tomar conciencia de que Costa Rica es un país con muchas culturas y muchas lenguas. Y todas tienen que ser aceptadas, respetadas, cuidadas y comprendidas.
ResponderEliminarQué importante es la función de este libro porque nos muestra la realidad de un pueblo que no desea desaparecer. Además,es de los primeros libros de crónicas que se hacen en nuestro país.
Excelente aporte.
Es necesario tomar conciencia de que Costa Rica es un país con muchas culturas y muchas lenguas. Y todas tienen que ser aceptadas, cuidadas y comprendidas.
ResponderEliminarLa función de este libro es importante porque nos muestra la realidad de un pueblo que se resiste a desaparecer. Además es de los primeros libros de crónicas que se hacen en nuestro país.
Excelente aporte.
Esta realidad abofetea la instalada creencia de una identidad limitada al “Güipipía” “La Negrita” y el “chonete”, muestra nuestra verdadera Costa Rica multiétnica, plurilingüe y multicultural. Permite evidenciar la ceguera tica, la que forza la creencia de homogeneidad y que asume que los indígenas son cosa pasada, personajes de los libros de historia, que merecen ser recordados sólo el 12 de octubre o en las postales turísticas. Esta realidad muestra que los indígenas son presente y el flagelo de sus costumbres sigue vigente. Su agonizante cultura milenaria lucha por sobrevivir a una violación que muchos prefieren llamar “modernización”.
ResponderEliminarKarol Pérez
Este libro debe tener resonancia, porque aborda frontalmente el problema de las amenazas con las que lidian el pueblo cabécar, al igual que el resto de las etnias indígenas costarricenses.
ResponderEliminarAlgunas de estas etnias han perdido del todo su lengua, pero otras, como los cabécares, ofrecen resistencia a negarse a sí mismos.
Además, es la primera vez en Costa Rica que se aborda el tema indígenas desde la crónica periodística en profundidad, por lo que constituye un valioso aporte al ejercicio del periodismso nacional
¿Dónde puedo comprar este libro?
ResponderEliminar¿Dónde puedo comprar este libro? Me interesa mucho.
ResponderEliminarLinz, el libro se puede conseguir en la Universidad Federada San Judas Tadeo. 200 metros este y 200 norte de Plaza Mayor en Rohmoser.
ResponderEliminarEl libro tiene el valor de 4 mil colones. Además, estás invitada a la presentación del libro el próximo lunes 28 de octubre a las 6:30 p.m. en la Universidad.