Páginas

sábado, 30 de noviembre de 2013

Francisco, el dios mercado y la economía de la muerte

¿Cómo influirá el ideario político-económico expuesto por el Papa Francisco, en el imaginario de unos pueblos, como los latinoamericanos, donde el binomio fe y cultura constituye uno de los pilares de la construcción de nuestras identidades, de nuestra historia, de las insurgencias y dominaciones, y  hasta de nuestras utopías?

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica 

¡El dinero debe servir y no gobernar!”, Francisco I

Entre muchas otras cosas, la política es el arte del tiempo y sus circunstancias. El ajedrez de los momentos: de la lectura crítica y el aprovechamiento oportuno –que no oportunista- del aquí y del ahora. “Lo real es lo que no se ve”, decía José Martí, o visto de otra manera, lo real es el propósito mayor que se impulsa aunque no sea tan evidente para la mayoría. Algo de eso está haciendo el Papa Francisco –más allá de las reservas que todavía rodean su mandato-; y su exhortación pastoral Evangellii Gaudium (La alegría del Evangelio), publicada el pasado martes, así lo demuestra.

El documento, calificado por algunos analistas como un programa de reforma de la Iglesia Católica, también confronta, y denuncia como portadores de muerte, los dogmas ideológicos y económicos del sistema global, que tan oficiosamente difunden y legitiman los publicistas e intelectuales a sueldo del capitalismo neoliberal.

Los argumentos que expone el Papa Francisco en el capítulo segundo, titulado En la crisis del compromiso comunitario, no tienen desperdicio: primero, proclama que “hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata”; y luego,  alerta sobre la “confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando" (Evangelii Gaudium, pp. 45-46).

Para el Papa, la actual crisis financiera, entre sus muchas causas, tiene una profunda, de origen antropológico: “¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (Evangelii Gaudium, p. 47).

Las desigualdades sociales y la concentración de la riqueza en unos pocos, signo distintivo del capitalismo neoliberal  que impera en nuestro tiempo, también fueron censuradas en el mensaje de Francisco: “Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas”. Y en una sociedad de mercado como esta, sin controles políticos ni éticos, ni más ley que la oferta y la demanda, todo es objeto de consumo y de codicia. Así lo expresa el Papa: “El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta” (Evangelii Gaudium, pp. 47-48).

A los líderes mundiales, el Papa les pide un cambio radical de rumbo:  ¡El dinero debe servir y no gobernar! (…) Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano” (Evangelii Gaudium, p. 49). Y les lanza una advertencia: “Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz” (Evangelii Gaudium, pp. 49-50).

En la perspectiva de nuestra realidad latinoamericana, cabe hacernos algunas preguntas a partir de la insólita fuerza de las palabras del mensaje papal: ¿quiénes hicieron posible un mundo injusto y desalmado como el que critica Francisco? ¿Quiénes accionaron los engranajes de la locura de un sistema económico y social que excluye indiscriminadamente, y que lanza a las personas, sin ningún reparo, a la guerra de todos contra todos, del sálvese quien pueda? En nuestros países, fueron esa legión de gobernantes y tecnócratas devotos de la teoría del derrame; hombres y mujeres de misa y comunión obligatoria todos los domingos, y sin cargos de conciencia, quienes dirigieron los procesos de reforma y modernización neoliberal de las economías y los Estados, con resultados estadísticamente desastrosos y éticamente censurables.

Como paradoja de la condición humana, muchos de ellos y ellas recibieron su formación académica, filosófica y moral en escuelas y universidades católicas. Y en sus cruzadas electorales fueron bendecidos por distintos grupos religiosos y financieros, mas en la práctica, sus decisiones y conductas se alejaron cósmicamente de los principios elementales del evangelio de Jesucristo.

¿Cómo asumirá ahora la derecha latinoamerica, y los tránsfugas del centro y de la izquierda, estas palabras del Papa argentino? Esos personajes engominados que peregrinan al Vaticano, buscando una fotografía con el pontífice para exhibirla en sus despachos y en sus campañas, ¿podrán impulsar políticas públicas inspiradas en la crítica al capitalismo que enuncia –y denuncia- la exhortación apostólica?

Más importan aún, ¿cuánto aire podrán dar las ideas de Evangelii Gaudium a los proyectos posneoliberales de nuestra región, no pocas veces atrapados en la inercia y las resistencias al cambio, en las contradicciones y el desgaste inevitable de la confrontación con el statu quo? ¿Cómo influirá  el ideario político-económico expuesto por el Papa Francisco en el imaginario de unos pueblos, como los latinoamericanos, donde el binomio fe y cultura –no pocas veces despreciado o poco comprendido por la intelectualidad y por los movimientos políticos- constituye uno de los pilares de la construcción de nuestras identidades, de nuestra historia, de las insurgencias y dominaciones, y  hasta de nuestras utopías?

En fin, son muchas preguntas que solo obtendrán respuestas en el tiempo y la construcción histórica. Pero la política, qué duda cabe, también es la capacidad de echar a andar las ideas, y el Papa Francisco, gambeteando todo intento por encasillarlo –de sus defensores y de sus detractores- está haciendo una contribución que podría ser decisiva para el futuro de los condenados de la tierra, de las luchas sociales y el futuro de la humanidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario