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sábado, 30 de noviembre de 2013

La guerra civil en Colombia se aproxima a su fin

La guerra civil llega a su fin, como dijo TS Eliot en su famoso refrán, no con una explosión, sino con un gemido. Pero son agotadores 65 años de guerra civil. Uno se pregunta cuánta gente joven en Colombia podría reconocer siquiera el nombre de Jorge Eliécer Gaitán.

Immanuel Wallerstein / LA JORNADA

En Colombia ha habido una guerra civil continua desde 1948. Ahora, parecería que finalmente llega a su fin. Y está llegando a su fin del modo en que terminaron casi todas las otras guerras civiles que duraron largo tiempo. Un diferente contexto geopolítico, combinado con una profunda sensación de agotamiento de ambos lados, está permitiendo que prevalezca un arreglo de compromiso, incierto e imperfecto. Este final es comparable a otros finales semejantes en Irlanda del Norte y Sudáfrica. Es algo que no está ocurriendo aún y puede no ocurrir por algún tiempo en Afganistán, Siria o Egipto.

La guerra civil colombiana comenzó con el asesinato del candidato a la presidencia por el Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, de quien se pensó que podría ganar las elecciones de 1948. En ese entonces Colombia era un país en gran medida agrícola, en gran medida católico. Había dos partidos reconocidos ampliamente: el Partido Liberal Colombiano y el Partido Conservador Colombiano. Los nombres mismos replicaban una división clásica entre izquierda y derecha. También reflejaban la clásica división entre las fuerzas católicas y las librepensadoras.

Durante los siguientes 10 años las fuerzas militares de los dos partidos se involucraron en luchas continuas, particularmente en las áreas rurales, por el control de la tierra. Fue frecuente que los soldados capturados fueran asesinados en formas extremadamente crueles, sobre todo por parte de las fuerzas del partido conservador. El resultado fueron 200 mil personas muertas en un periodo que llegó a ser conocido como La violencia. Para 1958 los conservadores habían ganado más o menos, e impusieron un arreglo a los liberales.

La calma restaurada no duró mucho. Para 1964 emergió un movimiento político marxista-leninista desde dentro del relativamente pequeño Partido Comunista Colombiano y comenzó a efectuar acciones guerrilleras contra el sistema. Tomó el nombre de Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC. Los primeros años de la década de 1960 fueron momentos en que movimientos semejantes emergieron en muchos países latinoamericanos. Las FARC resultaron ser un movimiento que tuvo la capacidad de sobrevivir largo tiempo; hasta hoy, de hecho. Fueron muchas sus altas y bajas. Lo importante es que transformaron la guerra civil hasta hacerla girar en torno a divisiones más fundamentales que la inicial confrontación entre liberales y conservadores. De hecho, la emergencia de las FARC pareció acercar a los liberales a una coalición de facto con los conservadores para oponerse a la guerrilla.

En los 60, Estados Unidos consideraba a las FARC el tipo de fuerza a la que combatían por todo el mundo y le brindó al gobierno colombiano su apoyo político y militar.

Con el colapso de la Unión Soviética, Estados Unidos enfocó su atención a lo que consideraba como una guerra contra las drogas. Aquí también Colombia resultó crucial, dado que era un punto de producción y tránsito de drogas, particularmente de cocaína. Tras el 11 de septiembre de 2011, Estados Unidos (y otros países occidentales) etiquetó a las FARC como organización terrorista.

Hubo un intento serio de ponerle fin a la guerra políticamente. En 1984 el presidente Belisario Betancur entró en un pacto con las FARC, lo que permitió a éstas competir en las elecciones como Unión Patriótica (UP). Pero hubo tantos líderes activos de la UP que fueron asesinados por las fuerzas ultraderechistas y por los agentes del Estado, que los miembros de las FARC volvieron a la guerrilla activa hacia 1986. Este sabotaje del pacto, perpetrado por la extrema derecha, ha pesado en todas las subsecuentes negociaciones.

El presidente colombiano en el periodo 2002-2010, Álvaro Uribe, se negó a la idea de las negociaciones y lanzó máximas acciones militares contra las FARC, incluido el hecho de cruzar la frontera a los países vecinos donde y cuando él pensara que los líderes de las FARC se escondían. Cuando terminó su periodo lo sucedió su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. A Santos lo consideraban el personaje de línea dura tras de Uribe. Resultó ser quien está dispuesto a negociar.

Lo que para Santos cambió es el contexto geopolítico. Estados Unidos no pudo proporcionar la atención militar que antes estaba ofreciendo debido a su propia decadencia geopolítica. Santos, que sin duda es uno de los mejores amigos de Estados Unidos en América Latina, se hizo consciente del surgimiento de las fuerzas de izquierda y centro-izquierda en América Latina. Estaba de lo más interesado en conservar los vínculos económicos con Estados Unidos y pareció pensar que trabajando desde dentro, más que contra las estructuras autónomas sudamericanas y latinoamericanas, podría tener más posibilidades de espacio para lo que él considera lo más importante. Se volvió receptivo entonces a los ofrecimientos del presidente Hugo Chávez, de Venezuela, e inclusive de Cuba, para mediar. Las negociaciones parecían ser el mejor camino.

En tanto, las FARC no sólo sufrían del vaciamiento de su fuerza, sino de fatiga extrema, y repentinamente se dispusieron a las negociaciones una vez más. Estas negociaciones han estado ocurriendo por algún tiempo en La Habana. El 6 de noviembre, el presidente Santos anunció en la televisión que el gobierno y las FARC habían acordado un segundo punto en la agenda de negociaciones. El primer punto, el desarrollo agrario, se había resuelto a finales de mayo.

El segundo y crucial punto está relacionado con el desarme y la participación en la política electoral. Santos dijo que un acuerdo fundamental se había logrado en este segundo punto. Enfatizó que Colombia ahora ya no necesitaría otro medio siglo de guerra civil. El representante de las FARC accedió. Hay otro tercer punto sobre narcotráfico, pero nadie duda de que esto se resolverá.

La oposición al acuerdo ya fue verbalizado en voz alta por el ex presidente Uribe. Pero la opinión pública ya no está de su lado. Y tampoco parece que Estados Unidos se vaya a oponer al acuerdo por venir, puesto que no quiere socavar la posición del presidente Santos, al que todavía considera un muy buen amigo suyo. Tampoco las voces de la izquierda, interna o internacionalmente, son propensas a sabotear el acuerdo.


¿Qué tan bueno es este arreglo para Santos, que es todavía un neoliberal conservador, o para las FARC, que son todavía una fuerza de izquierda? Es muy pronto para decirlo. Pero parece ser que existe gran probabilidad de que el pacto se mantenga. La guerra civil llega a su fin, como dijo TS Eliot en su famoso refrán, no con una explosión, sino con un gemido. Pero son agotadores 65 años de guerra civil. Uno se pregunta cuánta gente joven en Colombia podría reconocer siquiera el nombre de Jorge Eliécer Gaitán.

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