La guerra civil llega a
su fin, como dijo TS Eliot en su famoso refrán, no con una explosión, sino con
un gemido. Pero son agotadores 65 años de guerra civil. Uno se pregunta cuánta
gente joven en Colombia podría reconocer siquiera el nombre de Jorge Eliécer
Gaitán.
Immanuel Wallerstein / LA JORNADA
En Colombia ha habido
una guerra civil continua desde 1948. Ahora, parecería que finalmente llega a
su fin. Y está llegando a su fin del modo en que terminaron casi todas las
otras guerras civiles que duraron largo tiempo. Un diferente contexto
geopolítico, combinado con una profunda sensación de agotamiento de ambos
lados, está permitiendo que prevalezca un arreglo de compromiso, incierto e
imperfecto. Este final es comparable a otros finales semejantes en Irlanda del
Norte y Sudáfrica. Es algo que no está ocurriendo aún y puede no ocurrir por
algún tiempo en Afganistán, Siria o Egipto.
La guerra civil
colombiana comenzó con el asesinato del candidato a la presidencia por el
Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, de quien se pensó que podría ganar las
elecciones de 1948. En ese entonces Colombia era un país en gran medida
agrícola, en gran medida católico. Había dos partidos reconocidos ampliamente:
el Partido Liberal Colombiano y el Partido Conservador Colombiano. Los nombres
mismos replicaban una división clásica entre izquierda y derecha. También
reflejaban la clásica división entre las fuerzas católicas y las
librepensadoras.
Durante los siguientes
10 años las fuerzas militares de los dos partidos se involucraron en luchas
continuas, particularmente en las áreas rurales, por el control de la tierra.
Fue frecuente que los soldados capturados fueran asesinados en formas
extremadamente crueles, sobre todo por parte de las fuerzas del partido
conservador. El resultado fueron 200 mil personas muertas en un periodo que
llegó a ser conocido como La violencia. Para 1958 los conservadores habían
ganado más o menos, e impusieron un arreglo a los liberales.
La calma restaurada no
duró mucho. Para 1964 emergió un movimiento político marxista-leninista desde
dentro del relativamente pequeño Partido Comunista Colombiano y comenzó a
efectuar acciones guerrilleras contra el sistema. Tomó el nombre de Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC. Los primeros años de la década de
1960 fueron momentos en que movimientos semejantes emergieron en muchos países
latinoamericanos. Las FARC resultaron ser un movimiento que tuvo la capacidad
de sobrevivir largo tiempo; hasta hoy, de hecho. Fueron muchas sus altas y
bajas. Lo importante es que transformaron la guerra civil hasta hacerla girar
en torno a divisiones más fundamentales que la inicial confrontación entre
liberales y conservadores. De hecho, la emergencia de las FARC pareció acercar
a los liberales a una coalición de facto con los conservadores para oponerse a
la guerrilla.
En los 60, Estados
Unidos consideraba a las FARC el tipo de fuerza a la que combatían por todo el
mundo y le brindó al gobierno colombiano su apoyo político y militar.
Con el colapso de la
Unión Soviética, Estados Unidos enfocó su atención a lo que consideraba como
una guerra contra las drogas. Aquí también Colombia resultó crucial, dado que
era un punto de producción y tránsito de drogas, particularmente de cocaína.
Tras el 11 de septiembre de 2011, Estados Unidos (y otros países occidentales)
etiquetó a las FARC como organización terrorista.
Hubo un intento serio
de ponerle fin a la guerra políticamente. En 1984 el presidente Belisario
Betancur entró en un pacto con las FARC, lo que permitió a éstas competir en
las elecciones como Unión Patriótica (UP). Pero hubo tantos líderes activos de
la UP que fueron asesinados por las fuerzas ultraderechistas y por los agentes
del Estado, que los miembros de las FARC volvieron a la guerrilla activa hacia
1986. Este sabotaje del pacto, perpetrado por la extrema derecha, ha pesado en
todas las subsecuentes negociaciones.
El presidente
colombiano en el periodo 2002-2010, Álvaro Uribe, se negó a la idea de las
negociaciones y lanzó máximas acciones militares contra las FARC, incluido el
hecho de cruzar la frontera a los países vecinos donde y cuando él pensara que
los líderes de las FARC se escondían. Cuando terminó su periodo lo sucedió su
ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. A Santos lo consideraban el personaje
de línea dura tras de Uribe. Resultó ser quien está dispuesto a negociar.
Lo que para Santos
cambió es el contexto geopolítico. Estados Unidos no pudo proporcionar la
atención militar que antes estaba ofreciendo debido a su propia decadencia
geopolítica. Santos, que sin duda es uno de los mejores amigos de Estados
Unidos en América Latina, se hizo consciente del surgimiento de las fuerzas de
izquierda y centro-izquierda en América Latina. Estaba de lo más interesado en
conservar los vínculos económicos con Estados Unidos y pareció pensar que trabajando
desde dentro, más que contra las estructuras autónomas sudamericanas y
latinoamericanas, podría tener más posibilidades de espacio para lo que él
considera lo más importante. Se volvió receptivo entonces a los ofrecimientos
del presidente Hugo Chávez, de Venezuela, e inclusive de Cuba, para mediar. Las
negociaciones parecían ser el mejor camino.
En tanto, las FARC no
sólo sufrían del vaciamiento de su fuerza, sino de fatiga extrema, y
repentinamente se dispusieron a las negociaciones una vez más. Estas
negociaciones han estado ocurriendo por algún tiempo en La Habana. El 6 de
noviembre, el presidente Santos anunció en la televisión que el gobierno y las
FARC habían acordado un segundo punto en la agenda de negociaciones. El primer
punto, el desarrollo agrario, se había resuelto a finales de mayo.
El segundo y crucial
punto está relacionado con el desarme y la participación en la política
electoral. Santos dijo que un acuerdo fundamental se había logrado en este
segundo punto. Enfatizó que Colombia ahora ya no necesitaría otro medio siglo
de guerra civil. El representante de las FARC accedió. Hay otro tercer punto
sobre narcotráfico, pero nadie duda de que esto se resolverá.
La oposición al acuerdo
ya fue verbalizado en voz alta por el ex presidente Uribe. Pero la opinión
pública ya no está de su lado. Y tampoco parece que Estados Unidos se vaya a
oponer al acuerdo por venir, puesto que no quiere socavar la posición del
presidente Santos, al que todavía considera un muy buen amigo suyo. Tampoco las
voces de la izquierda, interna o internacionalmente, son propensas a sabotear
el acuerdo.
¿Qué tan bueno es este
arreglo para Santos, que es todavía un neoliberal conservador, o para las FARC,
que son todavía una fuerza de izquierda? Es muy pronto para decirlo. Pero
parece ser que existe gran probabilidad de que el pacto se mantenga. La guerra
civil llega a su fin, como dijo TS Eliot en su famoso refrán, no con una
explosión, sino con un gemido. Pero son agotadores 65 años de guerra civil. Uno
se pregunta cuánta gente joven en Colombia podría reconocer siquiera el nombre
de Jorge Eliécer Gaitán.
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