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sábado, 14 de diciembre de 2013

Costa Rica y las elecciones de 2014: una oportunidad para derrotar al neoliberalismo

Derrotar al neoliberalismo criollo y, a la vez, sumar otro gobierno y otro proyecto posneoliberal al cambio de época latinoamericano, se presentan como una posibilidad real en Costa Rica. Concretar ese horizonte de esperanza dependerá de la unidad de las fuerzas progresistas.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

José María Villalta, diputado y candidato
presidencial del Frente Amplio de Costa Rica.
En un país donde la resignación se disfraza de “felicidad”, y donde el sentido común neoliberal instaló con éxito el dictum de que no existen alternativas al orden social y económico imperante (el de la derrota del Estado Social de Derecho, y el triunfo de un modelo  político y económico de pocos ganadores y muchos perdedores o víctimas inevitables), la gran noticia de la campaña electoral en Costa Rica es que, a poco menos de dos meses de las elecciones presidenciales (febrero de 2014), las encuestas de opinión del mes de diciembre abren la posibilidad de que el proceso se defina en una segunda ronda, con un partido de izquierda como protagonista con opciones reales de triunfo. Algo inédito en los últimos 70 años de historia costarricense.

De confirmarse la tendencia que señalan las investigaciones, el continuismo neoliberal del oficialista Partido de Liberación Nacional (PLN) se enfrentaría al Frente Amplio, una emergente fuerza política de izquierda (cuyos antecedentes y referentes políticos, sin embargo, se remontan al Partido Comunista, fundado en 1931), liderada por José María Villalta: un joven abogado de 36 años, diputado en la Asamblea Legislativa, hábil comunicador de sus ideas, reconocido por su compromiso en las luchas sociales y por la protección del medio ambiente, y quien se ha convertido en la revelación política de esta contienda.

Una de las encuestas, publicada por el diario La Nación, empresa propiedad de unos de los grupos económicos más poderosos de Centroamérica (el Grupo Nación), ubicó a Villalta en el primer lugar de intención de voto con un 22%, por encima de Johnny Araya, candidato del oficialismo (19%), y del candidato de la extrema derecha, Otto Guevara (19%).

Por su parte, la encuesta realizada por el Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica, indica que Araya mantiene el primer lugar, pero con  una franca caída de su respaldo electoral: pasó de un 24,6% en octubre,  a un 17,4% en diciembre; mientras tanto, Villalta confirma su ascenso al pasar del 9,7% al 15,7% en el mismo período.

Más allá del alto nivel de votantes indecisos (alrededor del 30%), en ambos estudios es notorio el descenso del Partido Acción Ciudadana (PAC), segunda fuerza política en la Asamblea Legislativa, y que durante las últimas dos elecciones había aglutinado a la oposición al PLN. Lo mismo ocurre con otro partido tradicional: la Unidad Socialcristiana (PUSC). De acuerdo con la información recabada en las encuestas y en diversas publicaciones periodísticas, una  parte importante de los simpatizantes del PAC y del PUSC estarían dispuestos a votar ahora por Villalta y el Frente Amplio.

Sin dinero para derrochar en grandes campañas publicitarias –que alimentan las cuentas de las agencias de publicidad y los medios hegemónicos-; el Frente Amplio apuesta al trabajo intenso de militantes y voluntarios, barrio por barrio y ciudad por ciudad; además de una hábil campaña en redes sociales, y un programa de gobierno articulado, entre otros, alrededor de los principios de igualdad social y lucha contra la pobreza; rescate y refundación de la seguridad social; educación pública humanista y de calidad; recuperación de la infraestructura pública; democracia participativa, popular e inclusiva; equidad y diversidad en todos los órdenes; fortalecimiento de las instituciones y lucha contra la corrupción; defensa de la naturaleza y del derecho a un medio ambiente sano; seguridad y soberanía alimentaria; la concepción de los servicios públicos como derechos sociales y no como negocios privados.

Asimismo, Villalta se posiciona como la opción de la población joven (cuyo voto será decisivo en esta ocasión) y la de mayor nivel educativo, pero también de los sectores medios y bajos golpeados por la violencia estructural que impuso el neoliberalismo al país en los últimos 30 años, y de un importante porcentaje del electorado que expresa su hartazgo con ocho años de gobierno del PLN: la otrora fuerza socialdemócrata surgida a mediados del siglo XX, que impulsó las más importantes transformaciones del país hasta la década de 1970, pero que devino en una agrupación derechista, y auténtico caballo de Troya del gran capital transnacional y de los grupos dominantes criollos asociados.

El inocultable fracaso del neoliberalismo en el país –y de los gobiernos del PLN- es otro factor que contribuye al crecimiento del Frente Amplio y a la recepción de su ideario y su programa antineoliberal. Un reportaje del Semanario Universidad retrató así el panorama de nuestro tiempo: “Desde el 2010, el desempleo, la desigualdad y la brecha entre ricos y pobres alcanzaron el pico máximo en un cuarto de siglo. (…) la brecha entre sectores de mayores y menores ingresos se disparó, y las  estadísticas sobre desigualdad y desempleo alcanzaron picos históricos que colocan a esta época como la de mayor desigualdad en los últimos 26 años”.

Esa es la disyuntiva a la que se enfrentará Costa Rica en lo que queda de campaña: la de continuar la ruta de la desigualdad o, por el contrario, imprimir un cambio profundo al actual estilo de desarrollo neoliberal, excluyente y concentrador de la riqueza, para recuperar el rumbo de justicia social, igualdad, equidad y oportunidades que caracterizó al país durante buena parte del siglo XX; y hacerlo en el contexto del siglo XXI, bajo una concepción propia, pensada desde los intereses nacionales y populares costarricenses, y no desde la imposiciones del capital transnacional, los organismos financieros internacionales y los oráculos de los think tanks neoliberales.

Derrotar al neoliberalismo criollo y, a la vez, sumar otro gobierno y otro proyecto posneoliberal al cambio de época latinoamericano, se presentan como una posibilidad real en Costa Rica. Concretar ese horizonte de esperanza dependerá de la unidad de las fuerzas progresistas, y de la articulación de alianzas en las que el bienestar de las mayorías y la generosidad esté por encima de los cálculos personalistas. Y por supuesto, de la fortaleza colectiva para enfrentar la guerra mediática que ya está en marcha. Sin duda, un enorme desafío que exige estar a la altura de esta responsabilidad histórica ineludible.

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