Derrotar al
neoliberalismo criollo y, a la vez, sumar otro gobierno y otro proyecto
posneoliberal al cambio de época latinoamericano, se presentan como una
posibilidad real en Costa Rica. Concretar ese horizonte de esperanza dependerá
de la unidad de las fuerzas progresistas.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
José María Villalta, diputado y candidato presidencial del Frente Amplio de Costa Rica. |
En un país donde la
resignación se disfraza de “felicidad”, y donde el sentido común neoliberal instaló con éxito el dictum de que no
existen alternativas al orden social y económico imperante (el de la derrota
del Estado Social de Derecho, y el triunfo de un modelo político y económico de pocos ganadores y
muchos perdedores o víctimas inevitables),
la gran noticia de la campaña electoral en Costa Rica es que, a poco menos de
dos meses de las elecciones presidenciales (febrero de 2014), las encuestas de
opinión del mes de diciembre abren la posibilidad de que el proceso se defina en
una segunda ronda, con un partido de izquierda como protagonista con opciones
reales de triunfo. Algo inédito en los últimos 70 años de historia
costarricense.
De confirmarse la
tendencia que señalan las investigaciones, el continuismo neoliberal del
oficialista Partido de Liberación Nacional (PLN) se enfrentaría al Frente
Amplio, una emergente fuerza política de izquierda (cuyos antecedentes y referentes
políticos, sin embargo, se remontan al Partido Comunista, fundado en 1931), liderada
por José María Villalta: un joven abogado de 36 años, diputado en la Asamblea
Legislativa, hábil comunicador de sus ideas, reconocido por su compromiso en
las luchas sociales y por la protección del medio ambiente, y quien se ha
convertido en la revelación política de esta contienda.
Una de las encuestas,
publicada
por el diario La Nación, empresa
propiedad de unos de los grupos económicos más poderosos de Centroamérica (el
Grupo Nación), ubicó a Villalta en el primer lugar de intención de voto con un
22%, por encima de Johnny Araya, candidato del oficialismo (19%), y del
candidato de la extrema derecha, Otto Guevara (19%).
Por su parte, la
encuesta realizada por el Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP)
de la Universidad de Costa Rica, indica que Araya mantiene el primer lugar,
pero con una franca caída de su respaldo
electoral: pasó de un 24,6% en octubre,
a un 17,4% en diciembre; mientras tanto, Villalta confirma su ascenso al
pasar del 9,7% al 15,7% en el mismo período.
Más allá del alto nivel de votantes indecisos (alrededor del 30%), en ambos estudios es
notorio el descenso del Partido Acción Ciudadana (PAC), segunda fuerza política
en la Asamblea Legislativa, y que durante las últimas dos elecciones había
aglutinado a la oposición al PLN. Lo mismo ocurre con otro partido tradicional:
la Unidad Socialcristiana (PUSC). De acuerdo con la información recabada en las
encuestas y en diversas publicaciones periodísticas, una parte importante de los simpatizantes del PAC
y del PUSC estarían dispuestos a votar ahora por Villalta y el Frente Amplio.
Sin dinero para
derrochar en grandes campañas publicitarias –que alimentan las cuentas de las agencias
de publicidad y los medios hegemónicos-; el Frente Amplio apuesta al trabajo
intenso de militantes y voluntarios, barrio por barrio y ciudad por ciudad; además
de una hábil campaña en redes sociales, y un
programa de gobierno articulado, entre otros, alrededor de los principios
de igualdad social y lucha contra la pobreza; rescate y refundación de la
seguridad social; educación pública humanista y de calidad; recuperación de la
infraestructura pública; democracia participativa, popular e inclusiva; equidad
y diversidad en todos los órdenes; fortalecimiento de las instituciones y lucha
contra la corrupción; defensa de la naturaleza y del derecho a un medio
ambiente sano; seguridad y soberanía alimentaria; la concepción de los
servicios públicos como derechos sociales y no como negocios privados.
Asimismo, Villalta se
posiciona como la opción de la población joven (cuyo voto será decisivo en esta
ocasión) y la de mayor nivel educativo, pero también de los sectores medios y bajos golpeados por la violencia estructural
que impuso el neoliberalismo al país en los últimos 30 años, y de un importante
porcentaje del electorado que expresa su hartazgo con ocho años de gobierno del
PLN: la otrora fuerza socialdemócrata surgida a mediados del siglo XX, que
impulsó las más importantes transformaciones del país hasta la década de 1970,
pero que devino en una agrupación derechista, y auténtico caballo de Troya del gran capital transnacional y de los grupos
dominantes criollos asociados.
El inocultable fracaso
del neoliberalismo en el país –y de los gobiernos del PLN- es otro factor que
contribuye al crecimiento del Frente Amplio y a la recepción de su ideario y su
programa antineoliberal. Un
reportaje del Semanario Universidad
retrató así el panorama de nuestro tiempo: “Desde
el 2010, el desempleo, la desigualdad y la brecha entre ricos y pobres
alcanzaron el pico máximo en un cuarto de siglo. (…) la brecha entre sectores
de mayores y menores ingresos se disparó, y las
estadísticas sobre desigualdad y desempleo alcanzaron picos históricos
que colocan a esta época como la de mayor desigualdad en los últimos 26 años”.
Esa es la disyuntiva a
la que se enfrentará Costa Rica en lo que queda de campaña: la de continuar la
ruta de la desigualdad o, por el contrario, imprimir un cambio profundo al actual
estilo de desarrollo neoliberal, excluyente y concentrador de la riqueza, para
recuperar el rumbo de justicia social, igualdad, equidad y oportunidades que
caracterizó al país durante buena parte del siglo XX; y hacerlo en el contexto del
siglo XXI, bajo una concepción propia, pensada desde los intereses nacionales y
populares costarricenses, y no desde la imposiciones del capital transnacional,
los organismos financieros internacionales y los oráculos de los think tanks neoliberales.
Derrotar al neoliberalismo criollo y, a la vez, sumar otro gobierno y otro proyecto posneoliberal al cambio de época latinoamericano, se presentan como una posibilidad real en Costa Rica. Concretar ese horizonte de esperanza dependerá de la unidad de las fuerzas progresistas, y de la articulación de alianzas en las que el bienestar de las mayorías y la generosidad esté por encima de los cálculos personalistas. Y por supuesto, de la fortaleza colectiva para enfrentar la guerra mediática que ya está en marcha. Sin duda, un enorme desafío que exige estar a la altura de esta responsabilidad histórica ineludible.
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