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sábado, 7 de diciembre de 2013

Los hijos de la democracia

Los hijos de la democracia, esta nueva generación que surgió como el mítico Ave Fénix, de las cenizas de los años más oscuros de nuestra historia, es la encargada en este momento histórico de reconstruir esta Patria Grande, castigada desde hace siglos por el colonialismo.

Maximiliano Pedranzini* / Especial para Con Nuestra América
Desde Misiones, Argentina


Se cumplieron 30 años del regreso de la democracia en la Argentina, pero entendemos que esto no es un hecho que se circunscriba únicamente a las fronteras de este país, sino que es un proceso que atraviesa toda Nuestra América.

Sin embargo, una cuestión verdaderamente significativa para plantear en estas décadas de democracia latinoamericana es sin duda a la generación que nació en el momento en que la democracia retornaba después de un siglo XX signado por las dictaduras militares en el cono sur.

Aquí inevitablemente nos tenemos que hacer muchas preguntas para pensar el contexto en el que está inmersa esta democracia y su principal protagonista que el pueblo: ¿Desde qué lugar debemos reflexionar estos 30 años de democracia? ¿Dónde ancla esto dentro del proceso regional? ¿Cómo indagar una época que proviene del umbral más oscuro y siniestro de nuestra historia y que nos lleva a la cornisa de un debate áspero que divide las aguas de una sociedad? ¿Cómo se puede resignificar una democracia que ha navegado en estas últimas tres décadas por las turbulentas aguas del neoliberalismo asechado por los fantasmas del golpismo y la dictadura? Una serie de interrogantes que se presentan a la hora de plantearnos cuestiones que trascienden al relato elíptico de nuestra experiencia democrática, que esconde elementos que merecen ser puestos bajo la lupa del debate; fragmentos de la reciente historia democrática que debemos reconstruir como un todo necesario para revitalizar nuestra memoria. Un proceso contradictorio y lleno de incertidumbres que precisa ser convocado desde este presente para someterlo a una hermenéutica profunda y reflexiva siempre determinada por nuestra subjetividad, territorio complejo e impredecible, minado de sospechas y marcado a fuego por el imperio intempestivo del pasado.

Después de haber atravesado por una de las dictaduras más sangrientas, el retorno de la democracia representó un nuevo comienzo para una generación diezmada por el terrorismo de Estado que instaló una política sistemática de exterminio que tenía como uno de sus objetivos aniquilar a una generación combativa y revolucionaria y que, como bien sabemos, la consideraba un “problema” para los planes del gobierno cívico-militar; por alguna razón las dictaduras los llamaban “subversivos”.

Esto llevó a instaurar un régimen de persecución y desaparición de personas que caracterizó a esta dictadura por sobre las del resto de Latinoamérica, lo que se conoció trágicamente como “la muerte argentina”. El desaparecido se convirtió en símbolo de la etapa más oscura de la Argentina y es una herida que aún duele y no termina de cicatrizar.

Tras la caída del Muro de Berlín, el neoliberalismo tarde o temprano se iba a instalar en América Latina, fundamento categórico del Plan Cóndor, ya sea en contexto de dictadura o de democracia, como vemos en este caso, donde tras triunfar en las elecciones de 1983, Raúl Alfonsín heredaba un país duramente golpeado por las políticas económicas de la dictadura y el arribo de la crisis económica y social eran inevitables frente a los cambios estructurales del capitalismo que se proyectaban desde EE.UU. y Europa con el colapso del bloque soviético.

El corolario de esos 6 años de gobierno alfonsinista fue una devastadora hiperinflación que barrió de un plumazo con los últimos rastros de intervencionismo estatal; lo que hizo que Alfonsín dejara su mandato antes de lo previsto. Llegaba así, en sintonía con la nueva configuración global, Carlos Menem, quien se impuso en las elecciones de 1989 con el Partido Justicialista y fue el símbolo más elocuente de esa “década infame americana”.

Ergo, el proyecto económico llevado adelante por la dictadura alcanzó su auge en la década de los `90. El neoliberalismo se apropió de la fragilidad democrática y utilizó sus mecanismos para terminar con aquello con lo que la dictadura no había podido destruir: El rol del Estado y el aparato productivo. Las políticas neoliberales avanzaban a paso de gigante sobre el sendero de la democracia, haciendo que ésta se volviera cada vez menos democrática, quitando derechos desgajando la ciudadanía; una paradoja odiosa sin dudas. Empero, el ciudadano ya no contaba con los derechos más elementales y la vida pública empezó a privatizarse.

Pero esto ha logrado revertirse en los últimos años con la crisis económica que puso fin al neoliberalismo. La generación democrática empezaba a madurar y a comprender lo que estaba ocurriendo en el continente producto de los reiterados golpes que venía sufriendo el pueblo y la misma democracia que los vio nacer. Sus hijos eran los únicos capaces de defenderla de estos embates que la ponían en contaste riesgo.

El triunfo de los gobiernos populares reinauguró una etapa para la democracia latinoamericana que, como era de esperarse, volvió a hacer amenazada con intentos destituyentes y golpes blandos, esta vez instrumentados desde los medios de comunicación.

Pero esta generación, ávida de conciencia histórica y apelando a la memoria tiene como misión inalienable defender este proceso democrático que ha sido recuperada con lucha y resistencia y que nuevamente se está consolidando en toda la región. Una democracia en transición, muchas veces vulnerable y convulsionada por su propia historia. Una democracia de idas y vueltas que requiere compromiso de los que la habitan y que los convoca para convertirse en sus guardianes, resignificando la máxima de Platón en la República.

Los hijos de la democracia, esta nueva generación que surgió como el mítico Ave Fénix, de las cenizas de los años más oscuros de nuestra historia, es la encargada en este momento histórico de reconstruir esta Patria Grande, castigada desde hace siglos por el colonialismo.

Una generación que supo ser parida por esta democracia y que como todas, debe aprehender el valor de vivir en ella, de reivindicar el hecho trascendental de haber recobrado la libertad, pero no una libertad individual como nos la enseñaron los padres del liberalismo, sino una libertad colectiva que erosione la opresión del poder en todas sus formas; una conquista permanente en este cambio de época por los movimientos populares que tomaron a la democracia y la convirtieron en una herramienta de transformación y lucha para la emancipación de los pueblos latinoamericanos.


*Ensayista. Integrante del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales Felipe Varela, de Argentina

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