Los hijos de la
democracia, esta nueva generación que surgió como el mítico Ave Fénix, de las
cenizas de los años más oscuros de nuestra historia, es la encargada en este
momento histórico de reconstruir esta Patria Grande, castigada desde hace
siglos por el colonialismo.
Maximiliano Pedranzini* / Especial para Con Nuestra América
Desde Misiones,
Argentina
Se cumplieron 30 años
del regreso de la democracia en la Argentina, pero entendemos que esto no es un
hecho que se circunscriba únicamente a las fronteras de este país, sino que es
un proceso que atraviesa toda Nuestra América.
Sin embargo, una
cuestión verdaderamente significativa para plantear en estas décadas de
democracia latinoamericana es sin duda a la generación que nació en el momento
en que la democracia retornaba después de un siglo XX signado por las
dictaduras militares en el cono sur.
Aquí inevitablemente
nos tenemos que hacer muchas preguntas para pensar el contexto en el que está
inmersa esta democracia y su principal protagonista que el pueblo: ¿Desde qué
lugar debemos reflexionar estos 30 años de democracia? ¿Dónde ancla esto dentro
del proceso regional? ¿Cómo indagar una época que proviene del umbral más
oscuro y siniestro de nuestra historia y que nos lleva a la cornisa de un
debate áspero que divide las aguas de una sociedad? ¿Cómo se puede resignificar
una democracia que ha navegado en estas últimas tres décadas por las
turbulentas aguas del neoliberalismo asechado por los fantasmas del golpismo y
la dictadura? Una serie de interrogantes que se presentan a la hora de
plantearnos cuestiones que trascienden al relato elíptico de nuestra
experiencia democrática, que esconde elementos que merecen ser puestos bajo la
lupa del debate; fragmentos de la reciente historia democrática que debemos
reconstruir como un todo necesario para revitalizar nuestra memoria. Un proceso
contradictorio y lleno de incertidumbres que precisa ser convocado desde este
presente para someterlo a una hermenéutica profunda y reflexiva siempre
determinada por nuestra subjetividad, territorio complejo e impredecible, minado
de sospechas y marcado a fuego por el imperio intempestivo del pasado.
Después de haber
atravesado por una de las dictaduras más sangrientas, el retorno de la
democracia representó un nuevo comienzo para una generación diezmada por el
terrorismo de Estado que instaló una política sistemática de exterminio que
tenía como uno de sus objetivos aniquilar a una generación combativa y
revolucionaria y que, como bien sabemos, la consideraba un “problema” para los
planes del gobierno cívico-militar; por alguna razón las dictaduras los
llamaban “subversivos”.
Esto llevó a instaurar
un régimen de persecución y desaparición de personas que caracterizó a esta
dictadura por sobre las del resto de Latinoamérica, lo que se conoció
trágicamente como “la muerte argentina”. El desaparecido se convirtió en
símbolo de la etapa más oscura de la Argentina y es una herida que aún duele y
no termina de cicatrizar.
Tras la caída del Muro
de Berlín, el neoliberalismo tarde o temprano se iba a instalar en América
Latina, fundamento categórico del Plan Cóndor, ya sea en contexto de dictadura
o de democracia, como vemos en este caso, donde tras triunfar en las elecciones
de 1983, Raúl Alfonsín heredaba un país duramente golpeado por las políticas
económicas de la dictadura y el arribo de la crisis económica y social eran
inevitables frente a los cambios estructurales del capitalismo que se
proyectaban desde EE.UU. y Europa con el colapso del bloque soviético.
El corolario de esos 6
años de gobierno alfonsinista fue una devastadora hiperinflación que barrió de
un plumazo con los últimos rastros de intervencionismo estatal; lo que hizo que
Alfonsín dejara su mandato antes de lo previsto. Llegaba así, en sintonía con
la nueva configuración global, Carlos Menem, quien se impuso en las elecciones
de 1989 con el Partido Justicialista y fue el símbolo más elocuente de esa
“década infame americana”.
Ergo, el proyecto
económico llevado adelante por la dictadura alcanzó su auge en la década de los
`90. El neoliberalismo se apropió de la fragilidad democrática y utilizó sus
mecanismos para terminar con aquello con lo que la dictadura no había podido
destruir: El rol del Estado y el aparato productivo. Las políticas neoliberales
avanzaban a paso de gigante sobre el sendero de la democracia, haciendo que
ésta se volviera cada vez menos democrática, quitando derechos desgajando la
ciudadanía; una paradoja odiosa sin dudas. Empero, el ciudadano ya no contaba
con los derechos más elementales y la vida pública empezó a privatizarse.
Pero esto ha logrado revertirse
en los últimos años con la crisis económica que puso fin al neoliberalismo. La
generación democrática empezaba a madurar y a comprender lo que estaba
ocurriendo en el continente producto de los reiterados golpes que venía
sufriendo el pueblo y la misma democracia que los vio nacer. Sus hijos eran los
únicos capaces de defenderla de estos embates que la ponían en contaste riesgo.
El triunfo de los
gobiernos populares reinauguró una etapa para la democracia latinoamericana
que, como era de esperarse, volvió a hacer amenazada con intentos destituyentes
y golpes blandos, esta vez instrumentados desde los medios de comunicación.
Pero esta generación,
ávida de conciencia histórica y apelando a la memoria tiene como misión
inalienable defender este proceso democrático que ha sido recuperada con lucha
y resistencia y que nuevamente se está consolidando en toda la región. Una
democracia en transición, muchas veces vulnerable y convulsionada por su propia
historia. Una democracia de idas y vueltas que requiere compromiso de los que
la habitan y que los convoca para convertirse en sus guardianes, resignificando
la máxima de Platón en la República.
Los hijos de la
democracia, esta nueva generación que surgió como el mítico Ave Fénix, de las
cenizas de los años más oscuros de nuestra historia, es la encargada en este momento histórico de
reconstruir esta Patria Grande, castigada desde hace siglos por el
colonialismo.
Una generación que supo
ser parida por esta democracia y que como todas, debe aprehender el valor de
vivir en ella, de reivindicar el hecho trascendental de haber recobrado la
libertad, pero no una libertad individual como nos la enseñaron los padres del
liberalismo, sino una libertad colectiva que erosione la opresión del poder en
todas sus formas; una conquista permanente en este cambio de época por los
movimientos populares que tomaron a la democracia y la convirtieron en una
herramienta de transformación y lucha para la emancipación de los pueblos
latinoamericanos.
*Ensayista.
Integrante del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales Felipe
Varela, de Argentina
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