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sábado, 21 de diciembre de 2013

Venezuela: la democracia se impone a la guerra económica

El triunfo electoral de este mes de diciembre parece insuflar, de nuevo, oxígeno popular a esta experiencia que ha sido, hasta el día de hoy, faro de los procesos posneoliberales de la región. En lo inmediato, el presidente Maduro ha señalado un camino: frente a los promotores de la guerra, solo es posible esgrimir la paz revolucionaria y democrática.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Diálogo, respeto y paz: la propuesta del presidente
Maduro a los alcaldes y gobernadores de la oposición.
Una de esas imágenes, profundamente dolorosa, corresponde al funeral del expresidente Hugo Chávez, y al amor desbordado de los pobres de la tierra –al decir de José Martí-, de los oprimidos, de los nadie, que salieron a las calles de Caracas, y de muchas ciudades en todo el mundo, para despedir a uno de los dirigentes políticos más destacados de las últimas décadas, y quien encarnó como pocos la lucha por la liberación y la dignidad de los pueblos.

Aquel acontecimiento precipitó los apetitos de la derecha venezolana y latinoamericana, que hasta entonces habían asistitido a sucesivas derrotas electorales, mientras el proceso bolivariano, en medio de sonoros triunfos y no menos evidentes contradicciones, avanzaba abriendo caminos inéditos en la construcción de alternativas posneoliberales. Y tras unos comicios sumamente disputados, pero de resultados inobjetables, que llevaron a la presidencia a Nicolás Maduro, no pasó mucho tiempo para que la oposición y sus financistas locales y extranjeros emprendieran diversos planes desestabilizadores contra el gobierno, que incluyeron desde el sabotaje y actos terroristas contra la infraestructura eléctrica, hasta la guerra económica, enfrentada con vigor y audacia por la Asamblea Nacional, el Ejecutivo y el Poder Popular. 

Fiel a su vocación antidemocrática, la oposición venezolana se fijo un único objetivo: acabar con el gobierno de Maduro por cualquier medio posible, lícito o ilícito. Bajo esa tónica, el candidato de la derecha–y del imperialismo-, Henrique Capriles, apostó todo su capital político a las elecciones municipales del 8 de diciembre, a las que pretendió equiparar con un plebiscito sobre la gestión del mandatario y de la Revolución misma. Los resultados de estos comicios, sin embargo, reflejaron otra realidad: el PSUV y sus aliados no solo ganaron la mayor parte de las alcaldías (242 de 335 en disputa), sino que además reafirmaron la legitimidad del presidente Maduro y dejaron a Capriles en el limbo.

Y aquí viene la otra imagen: este miércoles 18 de diciembre, el presidente Maduro, en un gesto de hidalguía, pero sobre todo, de franca preocupación por el bienestar de las mayorías, convocó a los alcaldes  y gobernadores de la oposición a un encuentro en el Palacio de Miraflores, cuyo propósito fue construir un nuevo clima de diálogo, paz y respeto a la Constitución por parte de todos los actores políticos.

 “No quiero que ustedes se conviertan en chavistas. Ustedes tiene su posición política, los respeto en su postura ideológica, diferencias hemos tenido y coincidencias también (…) Les pido alcaldes recién electos un proyecto, vamos a hacer un proyecto en conjunto. Ojalá pudiéramos pasar a etapas superiores de tolerancia, sería una gran revolución humana, una gran revolución en medio de la revolución socialista para elevar los niveles de respeto y de tolerancia entre las partes en disputa”, fueron las palabras del mandatario, en una cita en la que también conoció las críticas y demandas de los representantes electos por el pueblo venezolano. Toda una lección de democracia en la que, una vez más, el gran ausente fue Henrique Capriles.

Como balance final de este agitado año 2013, es claro que la Revolución Bolivariana parece sortear con relativo éxito el duro episodio del fallecimiento de Chávez, el período de transición presidencial de Maduro, y el complicado parto de un estilo propio del nuevo mandatario, sin que el asedio permanente de sus enemigos disminuyera un ápice. Maduro logró retomar la iniciativa, una cuestión clave en la política, y desde la convocatoria al diálogo, en la que estaría implícita una autocrítica sobre el rumbo de la Revolución, avanza sobre los planes destabilizadores de la oposición y de los Estados Unidos, desmontando los andamiajes golpistas con un llamado a la  unidad de todos aquellos sectores que quieran trabajar realmente por el futuro del país. 

Podríamos estar a las puertas de un nuevo período del proceso bolivariano, condicionado por nuevos desafíos –el económico, uno de los principales-, en el que la dinámica de la confrontación ceda a la conciliación y el diálogo, dentro de los grandes objetivos del gobierno y del proyecto revolucionario (que requiere, según los analistas, una revisión profunda y participativa).

El triunfo electoral de este mes de diciembre parece insuflar, de nuevo, oxígeno popular a esta experiencia que ha sido, hasta el día de hoy, faro de los procesos posneoliberales de la región. En lo inmediato, el presidente Maduro ha señalado un camino: frente a los promotores de la guerra, solo es posible esgrimir la paz revolucionaria y democrática. Y en esto, como en tantas otras cosas –sea que se esté de acuerdo o no, que guste o no la Revolución Bolivariana- Venezuela sigue a la vanguardia, abriendo caminos en nuestra América.

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