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sábado, 18 de enero de 2014

El Salvador y Costa Rica: ¿el tiempo estará a favor de los pequeños?

En la esperanza de tiempos mejores, lejos de la noche neoliberal y en la línea de las transformaciones nuestroamericanas, también van juntos los pueblos de El Salvador y Costa Rica a las urnas. Como cantaba Silvio Rodríguez en una de sus memorables canciones de los años ochenta, "el tiempo está a favor de los pequeños…”

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Una reciente encuesta ubicó al Frente Amplio de
Costa Rica por encima de los partidos de la derecha. 
Centroamérica, pequeña región geográfica, pero de enorme relevancia geopolítica para América Latina, se prepara para vivir elecciones presidenciales el 2 de febrero en El Salvador y Costa Rica. En ambos casos, son fácilmente identificables varios factores en común, que delinean tendencias y escenarios que ayudan a comprender las problemáticas centroamericanas. Acaso el más importante de tales factores sea la disputa entre dos formas diferentes de concebir las relaciones entre el Estado, el mercado y la sociedad, y que se expresan en el enfrentamiento entre proyectos políticos neoliberales y nacional-populares, con mayor o menor grado de radicalidad en sus propuestas, según las condiciones concretas que definen la historia y la cultura política de cada sociedad.

En El Salvador, la contienda se centra entre las dos fuerzas que surgieron y se consolidaron electoralmente tras la firma de los Acuerdos de Paz hace 22 años: por un lado, la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), que profundizó las políticas neoliberales en su largo período de gobierno de 1989 a 2009; y por el otro, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que aglutina a la izquierda histórica que participó de la lucha política y militar durante la guerra civil, así como nuevos sectores progresistas y de la juventud.

El FMLN alcanzó la presidencia de la República hace cinco años con la candidatura de Mauricio Funes, un reconocido periodista que no pertenecía a la militancia tradicional, dura, del partido, pero que logró imponerse en virtud de su capacidad de generar acuerdos con sectores de la sociedad –especialmente el empresariado-, en los que el discurso y las propuestas del FMLN no habían logrado calar en anteriores elecciones. Funes reinvindicó entonces una gestión al estilo del presidente brasileño Lula da Silva, su amigo y consejero, y logró así superar las pruebas impuestas por las campañas del terror a las que siempre acude ARENA.

Con un margen de acción condicionado, entre otras cosas, por el legado de dos décadas de neoliberalismo -y su innegable influencia en el sentido común de la política salvadoreña-, y las presiones permanentes de la derecha y del imperialismo, que aguardaban un error para proceder como hicieron en Honduras, con el golpe de Estado a Manuel Zelaya, Funes maniobró para no alterar el statu quo y demostrar que la izquierda puede ser gobierno. No obstante, debió pagar un precio muy alto, al defraudar en parte las expectativas que muchas personas depositaron en su triunfo y el cambio real prometido.

Pese a esto, el candidato del FMLN, Salvador Sánchez Cerén, educador, líder histórico de la guerrilla, del partido y actual vicepresidente de la República, se posiciona como favorito para ganar, según los datos de las últimas encuestas de opinión, que le dan ventajas de entre 7 y 9 puntos porcentuales sobre el candidato de ARENA.

En su plan de gobierno, Sánchez Cerén propone “convertir a El Salvador en una sociedad de oportunidades compartidas, del conocimiento, de la prosperidad y la felicidad humana, edificada en la cultura sustentable del bien común y encaminada hacia el buen vivir”, y define tres ejes de su eventual gobierno: profundizar los cambios iniciados por la gestión de Funes, “consolidar la democracia y el Estado constitucional, social y democrático de derecho, fortaleciendo las instituciones y el papel de la ciudadanía”, y “acelerar y profundizar la integración regional y latinoamericana, y avanzar hacia la unión centroamericana”.

En Costa Rica, el electorado también se enfrenta a una disyuntiva entre modelos: uno, representado por dos partidos de derecha –el Partido Liberación Nacional y el Movimiento Libertario- supone la continuidad y profundización del modelo de desarrollo neoliberal, exitoso para una minoría de empresarios y algunos sectores de la población vinculados a las actividades del sector exportador y a las inversiones de capital extranjero (transnacionales), pero que, al mismo tiempo, ha provocado un aumento sistemático de la pobreza, la desigualdad y, en general, un desgarramiento del tejido social y una pérdida de confianza en la democracia.

La alternativa al continuismo neoliberal la conforman dos partidos de izquierda y centroizquierda, respectivamente: el Frente Amplio y el Partido Acción Ciudadana, cuyas propuestas giran en torno a un conjunto de propuestas que pretenden, con diferentes énfasis en cada caso, combatir la pobreza, la desigualdad social, la corrupción; fortalecer el Estado en aquellos ámbitos en que las políticos neoliberales prácticamente lo desmantelaron, y emprender transformaciones en el modelo económico y productivo.

Las encuestas de opinión publicadas esta semana ubican, una vez más, al Frente Amplio compitiendo con los partidos del bloque neoliberal, y avanzado a una inmimente segunda ronda de votaciones (en uno de estos estudios supera por 2% a los partidos neoliberales). Pese a ser objeto de una feroz campaña mediática, la agrupación de izquierda y su candidato José María Villalta parecen sortear con éxito la guerra mediática, y se afirman como la principal opción para el tramo final de la contienda, desde una perspectiva progresista. El Partido Acción Ciudadana, por su parte, ha tenido un repunte en las últimas semanas, pero hasta ahora eso no se refleja en los datos de los sondeos, y sus dirigentes apuestan a verse favorecidos por lo que llaman “el voto silencioso” de quienes deciden en los últimos días. En ese clima de incertidumbre, los escenarios están abiertos casi para cualquier cosa… Especialmente para la esperanza.

Y en esto, en la esperanza de tiempos mejores, lejos de la noche neoliberal y en la línea de las transformaciones nuestroamericanas, también van juntos los pueblos de El Salvador y Costa Rica a las urnas. Como cantaba Silvio Rodríguez en una de sus memorables canciones de los años ochenta, "el tiempo está a favor de los pequeños / de los desnudos, de los olvidados. / El tiempo está a favor de buenos sueños / y se pronuncia a golpes apurados".

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