Páginas

sábado, 1 de marzo de 2014

Las conquistas democráticas amenazadas

O somos capaces de defender lo alcanzado y de reinventar e insuflar nuevo aire a los procesos posneoliberales, o la explosiva combinación de inacción, errores de gestión, burocratismo, conformidad y conspiraciones imperiales, terminarán por arrebatarnos los sueños democratizadores que, hasta ahora, han venido poblando y guiando los pasos de nuestros pueblos en el siglo XXI latinoamericano.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica


Quien haga repaso de las principales tendencias que han marcado el pulso de los procesos políticos latinoamericanos nacional-populares en años recientes, y particularmente en los últimos meses, advertirá sin dificultad una repetición de hechos y acontecimientos, una similitud en la configuración de escenarios de conflicto (incluidos los planes conspirativos), y en la articulación de las oposiciones en torno a liderazgos prefabricados –a la manera de los manuales del Departamento de Estado de los EE.UU-, que están lejos de ser casualidad. A lo que asistimos es a una batalla abierta, de alcance continental, y cada vez menos preocupada por las apariencias, por medio de la cual la derecha neoliberal y proimperialista pretende arrebatar al campo popular las conquistas democráticas de la última década y reconstituir su erosionada hegemonía.

Desde campañas electorales sucias, basadas en el terror y en una inescrupulosa guerra mediática contra partidos y líderes de izquierda, y dirigida a la criminalización de movimientos sociales (en México, Costa Rica, Honduras, El Salvador); pasando por maniobras especulativas del capital financiero internacional (Argentina y Brasil); hasta la consumación de golpes de Estado (en Honduras y Paraguay) y más de una asonada golpista (en Argentina, Bolivia, Ecuador, Venezuela), constituyen el repertorio de recursos a los que echan mano grupos que han perdido -¿lo tuvieron alguna vez?- el respeto por las formas de la democracia representativa burguesa.

En ese marco, se inscriben los hechos de violencia premeditada y alevosa ocurridos en Venezuela desde mediados de febrero, protagonizados por grupos radicales de la oposición, que pretenden escalar posiciones en sus aspiraciones electorales, y por mercenarios paramilitares: ambos, financiados desde el exterior y obedeciendo a un libreto ajeno.

Sería necesario exhibir una ignorancia profunda de las condiciones políticas en la América Latina del siglo XXI, o una complicidad inconfesable con los poderes fácticos de la reacción criolla y del “norte revuelto y brutal que nos desprecia” –al decir de José Martí- para no darse cuenta de que lo se viene fraguando en Venezuela contra la Revolución Bolivariana es un intento de desestabilización que, de imponerse, solo abriría  la puerta a una casi inevitable guerra civil y a una conflictividad de proporciones inimaginables, con repercusiones en toda la región, y que tiraría por la borda el esfuerzo de una década de construcción democrática de signo nacional-popular: con todos los límites y contradicciones que se quieran señalar a estos procesos, pero también, con los numerosos aciertos que hoy son reconocidos no solo por militantes de la causa latinoamericanista, sino también por organismos internacionales especializados en política social y económica.

En un sugerente artículo titulado No es que la democracia esté perdida: está bien guardada y mal buscada , publicado en 2010 en la revista Crítica y Emancipación, el historiador argentino Waldo Ansaldi reflexionaba sobre el complejo devenir del concepto y la práctica de la democracia en nuestra América, desde el período post-independentista hasta nuestros días, y advertía que el principal riesgo de la época que vivimos radica en “unas burguesías crecientemente angurrientas y avaras, que apelan a ella [la democracia] si les sirve para hacer buenos negocios, pero la desechan y violentan si mediante ella los pueblos deciden afectar los intereses –aunque sea en medida discreta– de ellas” (p. 214).

Y como retratando la tragedia histórica de nuestro continente, explicaba: “El drama de América Latina fue (y es) que la democracia burguesa, proclamada como objetivo, ha carecido –en buena medida, carece todavía– de su sujeto principal teórico, la burguesía democrática. Parafraseando a Weffort, quien se refería a Brasil, puede decirse que si Marx hubiese sido latinoamericano, habría dicho que en América Latina la dictadura es la forma por excelencia de la dominación burguesa y la democracia, la forma por excelencia de la rebeldía popular” (p. 201).

Anticipándose a Ansaldi en el análisis de la cuestión por más de un siglo, ya Martí había señalado, hacia finales del siglo XIX,  que el gran problema nuestroamericano era el hecho de que la colonia siguió viviendo en la república. Que la segunda y definitiva independencia –política, económica, del pensamiento- seguía postergada.

Esa mentalidad colonial, a la que aludía el prócer cubano, es la que sigue entendiendo el ejercicio del poder como un privilegio cuasi divino, que reposa en el orden oligárquico y en la misión civilizatoria autoasignada de por unas élites que tienen los pies en el país natural, pero sus aspiraciones y constructos ideológicos en los modelos civilizatorios y culturales al uso (fundamentalmente noratlánticos).

Antinacionales y antipopulares, esas élites oligárquicas –de viejo y nuevo cuño- se muestran nerviosas, frenéticas, desesperadas por los sucesivos fracasos electorales y por la creciente dificultad que experimentan para articular proyectos políticos con algún grado de legitimidad. Y están decididas a patear el tablero de la institucionalidad y de la democracia representativa, para imponer sus intereses de clase.

Ahora es Venezuela, pero en los meses que vienen, sin lugar a dudas, los escenarios de esta lucha se multiplicarán por nuestras dolorosas repúblicas americanas. Especialmente aquellas que se atrevieron a desafiar el destino neoliberal que se nos quiso imponer como único camino posible. Y ahí está el enorme desafío que enfrentamos: o somos capaces de defender lo alcanzado y de reinventar e insuflar nuevo aire a los procesos posneoliberales, o la explosiva combinación de inacción, errores de gestión, burocratismo, conformidad y conspiraciones imperiales, terminarán por arrebatarnos los sueños democratizadores que, hasta ahora, han venido poblando y guiando los pasos de nuestros pueblos en el siglo XXI latinoamericano.

REFERENCIA
Ansaldi, W. (2010). No es que la democracia esté perdida: está bien guardada y mal buscada. En Revista Crítica y Emancipación, año II, nº 3, primer semestre. Buenos Aires: CLACSO. Pp. 189-218.

No hay comentarios:

Publicar un comentario