O somos capaces de
defender lo alcanzado y de reinventar e insuflar nuevo aire a los procesos
posneoliberales, o la explosiva combinación de inacción, errores de gestión,
burocratismo, conformidad y conspiraciones imperiales, terminarán por arrebatarnos
los sueños democratizadores que, hasta ahora, han venido poblando y guiando los
pasos de nuestros pueblos en el siglo XXI latinoamericano.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Quien haga repaso de
las principales tendencias que han marcado el pulso de los procesos políticos
latinoamericanos nacional-populares en años recientes, y particularmente en los
últimos meses, advertirá sin dificultad una repetición de hechos y
acontecimientos, una similitud en la configuración de escenarios de conflicto
(incluidos los planes conspirativos), y en la articulación de las oposiciones
en torno a liderazgos prefabricados –a la manera de los manuales del
Departamento de Estado de los EE.UU-, que están lejos de ser casualidad. A lo
que asistimos es a una batalla abierta, de alcance continental, y cada vez
menos preocupada por las apariencias, por medio de la cual la derecha neoliberal
y proimperialista pretende arrebatar al campo popular las conquistas
democráticas de la última década y reconstituir su erosionada hegemonía.
Desde campañas electorales
sucias, basadas en el terror y en una
inescrupulosa guerra mediática contra partidos y líderes de izquierda, y dirigida
a la criminalización de movimientos sociales (en México, Costa Rica, Honduras,
El Salvador); pasando por maniobras especulativas del capital financiero
internacional (Argentina y Brasil); hasta la consumación de golpes de Estado
(en Honduras y Paraguay) y más de una asonada golpista (en Argentina, Bolivia,
Ecuador, Venezuela), constituyen el repertorio de recursos a los que echan mano
grupos que han perdido -¿lo tuvieron alguna vez?- el respeto por las formas de
la democracia representativa burguesa.
En ese marco, se
inscriben los hechos de violencia premeditada y alevosa ocurridos en Venezuela
desde mediados de febrero, protagonizados por grupos radicales de la oposición,
que pretenden escalar posiciones en sus aspiraciones electorales, y por mercenarios
paramilitares: ambos, financiados desde el exterior y obedeciendo a un libreto
ajeno.
Sería necesario exhibir
una ignorancia profunda de las condiciones políticas en la América Latina del
siglo XXI, o una complicidad inconfesable con los poderes fácticos de la
reacción criolla y del “norte revuelto y brutal que nos desprecia” –al decir de
José Martí- para no darse cuenta de que lo se viene fraguando en Venezuela
contra la Revolución Bolivariana es un intento de desestabilización que, de
imponerse, solo abriría la puerta a una casi
inevitable guerra civil y a una conflictividad de proporciones inimaginables, con
repercusiones en toda la región, y que tiraría por la borda el esfuerzo de una
década de construcción democrática de signo nacional-popular: con todos los
límites y contradicciones que se quieran señalar a estos procesos, pero también,
con los numerosos aciertos que hoy son reconocidos no solo por militantes de la
causa latinoamericanista, sino también por organismos internacionales
especializados en política social y económica.
En un sugerente
artículo titulado No
es que la democracia esté perdida: está
bien guardada y mal buscada , publicado en 2010 en la revista Crítica y Emancipación, el historiador
argentino Waldo Ansaldi reflexionaba sobre el complejo devenir del concepto y
la práctica de la democracia en nuestra América, desde el período
post-independentista hasta nuestros días, y advertía que el principal riesgo de
la época que vivimos radica en “unas burguesías crecientemente angurrientas y avaras,
que apelan a ella [la democracia] si les sirve para hacer buenos negocios, pero
la desechan y violentan si mediante ella los pueblos deciden afectar los intereses
–aunque sea en medida discreta– de ellas” (p. 214).
Y como retratando la
tragedia histórica de nuestro continente, explicaba: “El drama de América Latina
fue (y es) que la democracia burguesa, proclamada como objetivo, ha carecido
–en buena medida, carece todavía– de su sujeto principal teórico, la burguesía
democrática. Parafraseando a Weffort, quien se refería a Brasil, puede decirse que
si Marx hubiese sido latinoamericano, habría dicho que en América Latina la
dictadura es la forma por excelencia de la dominación burguesa y la democracia,
la forma por excelencia de la rebeldía popular” (p. 201).
Anticipándose a Ansaldi
en el análisis de la cuestión por más de un siglo, ya Martí había señalado,
hacia finales del siglo XIX, que el gran
problema nuestroamericano era el hecho de que la colonia siguió viviendo en la
república. Que la segunda y definitiva independencia –política, económica, del
pensamiento- seguía postergada.
Esa mentalidad
colonial, a la que aludía el prócer cubano, es la que sigue entendiendo el
ejercicio del poder como un privilegio cuasi divino, que reposa en el orden
oligárquico y en la misión civilizatoria autoasignada de por unas élites que
tienen los pies en el país natural,
pero sus aspiraciones y constructos ideológicos en los modelos civilizatorios y
culturales al uso (fundamentalmente noratlánticos).
Antinacionales y
antipopulares, esas élites oligárquicas –de viejo y nuevo cuño- se muestran
nerviosas, frenéticas, desesperadas por los sucesivos fracasos electorales y
por la creciente dificultad que experimentan para articular proyectos políticos
con algún grado de legitimidad. Y están decididas a patear el tablero de la
institucionalidad y de la democracia representativa, para imponer sus intereses
de clase.
Ahora es Venezuela,
pero en los meses que vienen, sin lugar a dudas, los escenarios de esta lucha
se multiplicarán por nuestras dolorosas repúblicas americanas. Especialmente
aquellas que se atrevieron a desafiar el destino neoliberal que se nos quiso
imponer como único camino posible. Y ahí está el enorme desafío que enfrentamos:
o somos capaces de defender lo alcanzado y de reinventar e insuflar nuevo aire
a los procesos posneoliberales, o la explosiva combinación de inacción, errores
de gestión, burocratismo, conformidad y conspiraciones imperiales, terminarán
por arrebatarnos los sueños democratizadores que, hasta ahora, han venido
poblando y guiando los pasos de nuestros pueblos en el siglo XXI
latinoamericano.
REFERENCIA
Ansaldi, W. (2010). No es que la democracia esté perdida: está bien guardada y mal buscada. En Revista Crítica y Emancipación, año II, nº 3, primer semestre. Buenos Aires: CLACSO. Pp. 189-218.
Ansaldi, W. (2010). No es que la democracia esté perdida: está bien guardada y mal buscada. En Revista Crítica y Emancipación, año II, nº 3, primer semestre. Buenos Aires: CLACSO. Pp. 189-218.
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