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sábado, 3 de mayo de 2014

Centroamérica en elecciones

Está por verse en qué medida las variopintas izquierdas de Centroamérica logran las correlaciones de fuerzas necesarias para conducir a sus sociedades en direcciones posneoliberales.

Carmen Elena Villacorta / Especial para Con Nuestra América
Desde Córdoba, Argentina

El último semestre ha encontrado al Istmo centroamericano inmerso en la elección de tres presidentes: el de Honduras, el 29 de noviembre de 2013, el de El Salvador, el 9 de marzo de 2014 y el de Costa Rica, el 6 de abril de 2014. Una mirada de conjunto hacia lo que han sido tres intensas rondas electorales puede arrojar luz acerca de las novedades y las continuidades en la escena política regional. Se trató de tres procesos sorpresivos, que arrojaron resultados inesperados por los observadores y no previstos por las encuestas. En primer lugar, se puede enumerar la realización de “segunda vuelta” o “balotaje”, en los casos salvadoreño y costarricense. Aunque en esta ocasión en El Salvador la segunda vuelta sí estaba prevista,  no es lo usual en ninguno de los dos países, habiéndose realizado por última vez en 1994 en El Salvador y en 2002 en Costa Rica.

Los 30 y 60 días que, respectivamente, separaron la repetición de los comicios en estos países, dieron lugar a dos de las más grandes sorpresas de la coyuntura: el repunte del derechista partido ARENA, en El Salvador, y la renuncia del oficialista Partido de Liberación Nacional (PLN), Johnny Araya, en Costa Rica. Ambos hechos enrarecieron la atmósfera política. En el primer caso, porque el haber perdido contra el FMLN por una diferencia de 6634 votos sirvió a la dirigencia arenera de pretexto para acusar al Tribunal Supremo Electoral de haber hecho fraude, cuestionar todo el proceso electoral, sembrar dudas sobre la transparencia de las elecciones e instalar la idea de la ilegitimidad del próximo gobierno. En el caso de Costa Rica, porque dejar al Partido Acción Ciudadana (PAC) sin rival fragilizó la contienda, dejando a su candidato, el historiador y sociólogo Luis Guillermo Solís, en la incómoda situación de tener que continuar la campaña sin contrincante.

Un segundo aspecto a considerar es la fractura del bipartidismo tradicional, tanto en Honduras, como en Costa Rica. Si bien en éste último, el bipartidismo había sufrido su primer gran revés en 2002, ahora, en 2014, los tradicionales PLN y Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) se mostraron más debilitados que nunca. En tanto, el PAC (centro-izquierda) y el Frente Amplio (izquierda anti-neoliberal), descollaron como nuevas fuerzas llamadas a disputar un lugar protagónico en la vida política costarricense. Huelga decir que, el hecho de que el Frente Amplio figurara como favorito en las encuestas, antes de la primera vuelta realizada el 2 de febrero, hizo de su candidato, el diputado José María Villalta, el blanco de una campaña de miedo que se valió de los grandes medios de comunicación, de la iglesia más conservadora y de las tribunas del PLN, para tergiversar su discurso, alineándolo burdamente a los proyectos de Chávez, en Venezuela, y de Ortega, en Nicaragua.

En Honduras ocurrió, en cambio, algo inédito, y fue que la escisión infringida en el Partido Liberal de Honduras (PLH) por la salida de sus sectores más progresistas, para pasar a integrar el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), primero, y el Partido Libertad y Refundación (LIBRE), después, ocasionó la histórica caída del liberalismo desde el segundo lugar, hasta el tercero, con ventaja considerable a favor de LIBRE. También el escenario hondureño se vio enrarecido por las acusaciones de fraude que Xiomara Castro, “Mel” Zelaya y el partido LIBRE enarbolaran contra el Tribunal Supremo Electoral del vecino país. Al intento de impugnación de unos comicios que contaron con la aparición pública de Juan Orlando Hernández ofreciendo prebendas a cambio de votos por el Partido Nacional al que él representa, entre otra serie de irregularidades, se sumó la voz del también nuevo partido hondureño, el derechista Anti Corrupción (PAC), liderado por el periodista deportivo Salvador Nasralla.

¿Qué diferencia a las acusaciones de fraude contra el TSE hondureño, del berrinche desplegado por ARENA por la misma razón en El Salvador? La composición del órgano electoral en ambos países. En el caso salvadoreño, el TSE está integrado por miembros de ARENA, tanto como por miembros del FMLN. El hecho de que en todas las Juntas Receptoras de Votos (JRV)  hubiese delegados areneros que participaron en el conteo individual de papeletas hacía improcedente el clamor del partido de derecha salvadoreño a repetir el conteo. Su propia gente ya había contado y avalado el conteo firmando las actas de cada JRV. Tampoco parecía tener sentido la recua de reclamos respecto de la actuación del Tribunal desde el inicio del proceso, según los cuales el fraude se fraguó a lo largo de todo el año en que duró la campaña. ¿No había que haber hecho tales reclamos antes? ¿Por qué ni siquiera tras la primera vuelta salieron a la luz? Al decidir participar, no solo en una, sino en las dos vueltas electorales, ARENA legitimó el proceder del TSE. Su actitud post 9 de marzo no pudo ser más que interpretada como la de un mal perdedor con el orgullo herido. De ahí la imposibilidad de hacerla trascender.

Muy distinto fue el caso de Honduras, en donde en la propia madrugada del 29 de noviembre dos militantes de la Resistencia fueron asesinados, sumándose a la negra lista de 10 simpatizantes de LIBRE ultimados durante la campaña y a los cerca de 200 líderes comunitarios, activistas, campesinos, mujeres, miembros de la comunidad LGTB, estudiantes, periodistas y candidatos y pre candidatos liquidados. El proceso electoral hondureño no estuvo solo bañado en sangre, sino controlado en su totalidad por las viejas fuerzas del bipartidismo tradicional. El TSE, la Corte Suprema de Justicia, la Fiscalía General, el Ministerio Público y las instituciones del Estado hondureño permanecen bajo la férrea custodia de los partidos Nacional y Liberal de ese país, sin los contrapesos que las principales fuerzas políticas ejercen entre sí en El Salvador.

El golpe de Estado se ejecutó precisamente para garantizar que el poder quedara en las manos de siempre. Por eso, no solo los crímenes continúan en la impunidad, sino que el acoso contra los periodistas independientes que viajaron a Honduras a cubrir las elecciones, la entrega descarada de bonificaciones a votantes que demostraron haber favorecido al Partido Nacional y la repentina interrupción del conteo con sólo un poco más del 30% del escrutinio realizado, formaron parte del proceso electoral de Honduras sin que nada de ello pudiese investigarse a fondo. Con todo, el posicionamiento de LIBRE como segunda fuerza política del país, desplazando al partido liberal y ocupando 37 curules en un Congreso de 128 escaños, fue un logro del nuevo partido de centro-izquierda que era preciso afianzar, tras el reconocimiento de unas elecciones que no fueron ni limpias ni transparentes.

Así las cosas, las turbulentas aguas de las recientes elecciones en el Istmo amainaron y habemus presidentes: PNH, FMLN y PAC regirán los destinos de Honduras, El Salvador y Costa Rica durante el próximo lustro. A juicio del analista costarricense Andrés Mora, el escenario arrojado por los resultados que acá he procurado sintetizar es inédito e “impensable, por ejemplo, hace 25 años cuando la  firma de los Acuerdos de Paz de Esquipulas apenas insinuaba la posibilidad de dar los primeros pasos en la construcción de sistemas políticos más o menos estables y democracias representativas en una región desangrada por la violencia política militar e ideológica” (http://connuestraamerica.blogspot.com.ar/2014/04/centroamerica-hacia-un-nuevo-equilibrio.html).

El surgimiento y el fortalecimiento de nuevas fuerzas de izquierda y de centro-izquierda en Costa Rica y en Honduras, y la permanencia en el Ejecutivo de dos ex guerrillas, como sucede en Nicaragua y El Salvador, abren fisuras en los monolíticos sistemas políticos tradicionales, liderados por élites que en décadas recientes se volcaron hacia la transnacionalización de los capitales y la financierización de la economía. No es casual que, incluso de la estructura de poder hondureña, la más anclada en el autoritarismo rancio, heredado de la Doctrina de Seguridad Nacional, haya emanado una fuerza capaz de disputarle poder al oficialismo. Llama la atención el corrimiento hacia el centro de las izquierdas centroamericanas, confrontadas como están por una sociedad civil cada vez más plural y diversa, más politizada y exigente, menos leal en términos ideológicos y más consciente del poder político del sufragio. Como contraparte, se percibe la homogenización más bien burda de las derechas a nivel regional, con el chavismo y la venezolanización como el “coco” común al que se debe evitar a toda costa. La pobreza discursiva de estos sectores los conduce a adoptar el combate a la pobreza y la lucha por la democracia como consignas, con el inconveniente de que durante las largas décadas de sus gobiernos se encargaron de mostrar con creces su nulo interés en disminuir la pobreza y en fortalecer la democracia en sus respectivos países. Son poco creíbles. Los resultados de las recientes elecciones son muestra de ello. Está por verse en qué medida las variopintas izquierdas de Centroamérica logran las correlaciones de fuerzas necesarias para conducir a sus sociedades en direcciones posneoliberales.

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