Está por verse en qué
medida las variopintas izquierdas de Centroamérica logran las correlaciones de
fuerzas necesarias para conducir a sus sociedades en direcciones
posneoliberales.
Carmen Elena Villacorta / Especial para Con Nuestra
América
Desde Córdoba,
Argentina
El último semestre ha
encontrado al Istmo centroamericano inmerso en la elección de tres presidentes:
el de Honduras, el 29 de noviembre de 2013, el de El Salvador, el 9 de marzo de
2014 y el de Costa Rica, el 6 de abril de 2014. Una mirada de conjunto hacia lo
que han sido tres intensas rondas electorales puede arrojar luz acerca de las
novedades y las continuidades en la escena política regional. Se trató de tres
procesos sorpresivos, que arrojaron resultados inesperados por los observadores
y no previstos por las encuestas. En primer lugar, se puede enumerar la
realización de “segunda vuelta” o “balotaje”, en los casos salvadoreño y
costarricense. Aunque en esta ocasión en El Salvador la segunda vuelta sí
estaba prevista, no es lo usual en
ninguno de los dos países, habiéndose realizado por última vez en 1994 en El
Salvador y en 2002 en Costa Rica.
Los 30 y 60 días que,
respectivamente, separaron la repetición de los comicios en estos países,
dieron lugar a dos de las más grandes sorpresas de la coyuntura: el repunte del
derechista partido ARENA, en El Salvador, y la renuncia del oficialista Partido
de Liberación Nacional (PLN), Johnny Araya, en Costa Rica. Ambos hechos
enrarecieron la atmósfera política. En el primer caso, porque el haber perdido
contra el FMLN por una diferencia de 6634 votos sirvió a la dirigencia arenera
de pretexto para acusar al Tribunal Supremo Electoral de haber hecho fraude,
cuestionar todo el proceso electoral, sembrar dudas sobre la transparencia de
las elecciones e instalar la idea de la ilegitimidad del próximo gobierno. En
el caso de Costa Rica, porque dejar al Partido Acción Ciudadana (PAC) sin rival
fragilizó la contienda, dejando a su candidato, el historiador y sociólogo Luis
Guillermo Solís, en la incómoda situación de tener que continuar la campaña sin
contrincante.
Un segundo aspecto a
considerar es la fractura del bipartidismo tradicional, tanto en Honduras, como
en Costa Rica. Si bien en éste último, el bipartidismo había sufrido su primer
gran revés en 2002, ahora, en 2014, los tradicionales PLN y Partido Unidad
Social Cristiana (PUSC) se mostraron más debilitados que nunca. En tanto, el
PAC (centro-izquierda) y el Frente Amplio (izquierda anti-neoliberal),
descollaron como nuevas fuerzas llamadas a disputar un lugar protagónico en la
vida política costarricense. Huelga decir que, el hecho de que el Frente Amplio
figurara como favorito en las encuestas, antes de la primera vuelta realizada
el 2 de febrero, hizo de su candidato, el diputado José María Villalta, el
blanco de una campaña de miedo que se valió de los grandes medios de
comunicación, de la iglesia más conservadora y de las tribunas del PLN, para
tergiversar su discurso, alineándolo burdamente a los proyectos de Chávez, en
Venezuela, y de Ortega, en Nicaragua.
En Honduras ocurrió, en
cambio, algo inédito, y fue que la escisión infringida en el Partido Liberal de
Honduras (PLH) por la salida de sus sectores más progresistas, para pasar a
integrar el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), primero, y el
Partido Libertad y Refundación (LIBRE), después, ocasionó la histórica caída
del liberalismo desde el segundo lugar, hasta el tercero, con ventaja
considerable a favor de LIBRE. También el escenario hondureño se vio enrarecido
por las acusaciones de fraude que Xiomara Castro, “Mel” Zelaya y el partido
LIBRE enarbolaran contra el Tribunal Supremo Electoral del vecino país. Al
intento de impugnación de unos comicios que contaron con la aparición pública
de Juan Orlando Hernández ofreciendo prebendas a cambio de votos por el Partido
Nacional al que él representa, entre otra serie de irregularidades, se sumó la
voz del también nuevo partido hondureño, el derechista Anti Corrupción (PAC),
liderado por el periodista deportivo Salvador Nasralla.
¿Qué diferencia a las
acusaciones de fraude contra el TSE hondureño, del berrinche desplegado por
ARENA por la misma razón en El Salvador? La composición del órgano electoral en
ambos países. En el caso salvadoreño, el TSE está integrado por miembros de
ARENA, tanto como por miembros del FMLN. El hecho de que en todas las Juntas
Receptoras de Votos (JRV) hubiese
delegados areneros que participaron en el conteo individual de papeletas hacía
improcedente el clamor del partido de derecha salvadoreño a repetir el conteo.
Su propia gente ya había contado y avalado el conteo firmando las actas de cada
JRV. Tampoco parecía tener sentido la recua de reclamos respecto de la
actuación del Tribunal desde el inicio del proceso, según los cuales el fraude
se fraguó a lo largo de todo el año en que duró la campaña. ¿No había que haber
hecho tales reclamos antes? ¿Por qué ni siquiera tras la primera vuelta
salieron a la luz? Al decidir participar, no solo en una, sino en las dos vueltas
electorales, ARENA legitimó el proceder del TSE. Su actitud post 9 de marzo no
pudo ser más que interpretada como la de un mal perdedor con el orgullo herido.
De ahí la imposibilidad de hacerla trascender.
Muy distinto fue el
caso de Honduras, en donde en la propia madrugada del 29 de noviembre dos
militantes de la Resistencia fueron asesinados, sumándose a la negra lista de
10 simpatizantes de LIBRE ultimados durante la campaña y a los cerca de 200
líderes comunitarios, activistas, campesinos, mujeres, miembros de la comunidad
LGTB, estudiantes, periodistas y candidatos y pre candidatos liquidados. El
proceso electoral hondureño no estuvo solo bañado en sangre, sino controlado en
su totalidad por las viejas fuerzas del bipartidismo tradicional. El TSE, la
Corte Suprema de Justicia, la Fiscalía General, el Ministerio Público y las
instituciones del Estado hondureño permanecen bajo la férrea custodia de los
partidos Nacional y Liberal de ese país, sin los contrapesos que las
principales fuerzas políticas ejercen entre sí en El Salvador.
El golpe de Estado se
ejecutó precisamente para garantizar que el poder quedara en las manos de
siempre. Por eso, no solo los crímenes continúan en la impunidad, sino que el
acoso contra los periodistas independientes que viajaron a Honduras a cubrir
las elecciones, la entrega descarada de bonificaciones a votantes que
demostraron haber favorecido al Partido Nacional y la repentina interrupción
del conteo con sólo un poco más del 30% del escrutinio realizado, formaron parte
del proceso electoral de Honduras sin que nada de ello pudiese investigarse a
fondo. Con todo, el posicionamiento de LIBRE como segunda fuerza política del
país, desplazando al partido liberal y ocupando 37 curules en un Congreso de
128 escaños, fue un logro del nuevo partido de centro-izquierda que era preciso
afianzar, tras el reconocimiento de unas elecciones que no fueron ni limpias ni
transparentes.
Así las cosas, las
turbulentas aguas de las recientes elecciones en el Istmo amainaron y habemus presidentes: PNH, FMLN y PAC
regirán los destinos de Honduras, El Salvador y Costa Rica durante el próximo
lustro. A juicio del analista costarricense Andrés Mora, el escenario arrojado
por los resultados que acá he procurado sintetizar es inédito e “impensable,
por ejemplo, hace 25 años cuando la
firma de los Acuerdos de Paz de Esquipulas apenas insinuaba la
posibilidad de dar los primeros pasos en la construcción de sistemas políticos
más o menos estables y democracias representativas en una región desangrada por
la violencia política militar e ideológica” (http://connuestraamerica.blogspot.com.ar/2014/04/centroamerica-hacia-un-nuevo-equilibrio.html).
El surgimiento y el
fortalecimiento de nuevas fuerzas de izquierda y de centro-izquierda en Costa
Rica y en Honduras, y la permanencia en el Ejecutivo de dos ex guerrillas, como
sucede en Nicaragua y El Salvador, abren fisuras en los monolíticos sistemas
políticos tradicionales, liderados por élites que en décadas recientes se
volcaron hacia la transnacionalización de los capitales y la financierización
de la economía. No es casual que, incluso de la estructura de poder hondureña,
la más anclada en el autoritarismo rancio, heredado de la Doctrina de Seguridad
Nacional, haya emanado una fuerza capaz de disputarle poder al oficialismo.
Llama la atención el corrimiento hacia el centro de las izquierdas
centroamericanas, confrontadas como están por una sociedad civil cada vez más
plural y diversa, más politizada y exigente, menos leal en términos ideológicos
y más consciente del poder político del sufragio. Como contraparte, se percibe
la homogenización más bien burda de las derechas a nivel regional, con el
chavismo y la venezolanización como el “coco” común al que se debe evitar a
toda costa. La pobreza discursiva de estos sectores los conduce a adoptar el
combate a la pobreza y la lucha por la democracia como consignas, con el
inconveniente de que durante las largas décadas de sus gobiernos se encargaron
de mostrar con creces su nulo interés en disminuir la pobreza y en fortalecer
la democracia en sus respectivos países. Son poco creíbles. Los resultados de
las recientes elecciones son muestra de ello. Está por verse en qué medida las
variopintas izquierdas de Centroamérica logran las correlaciones de fuerzas
necesarias para conducir a sus sociedades en direcciones posneoliberales.
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