Páginas

sábado, 7 de junio de 2014

Pensar que ese (…) va a ser rey de España

En el trasfondo de esta pretendida abdicación de la corona española, subyace la situación de un país que transita por la peor crisis económica desde la muerte del dictador Francisco Franco y la reinstalación de la monarquía en 1975.

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

El pasado domingo asistí a la toma de posesión del nuevo presidente de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén. Estaba con Germán Campos. Al finalizar el protocolar acto, esperábamos para retirarnos del recinto  cuando, sin querer, quedamos ubicados en el lugar por donde se retiraban los jefes de Estado y de gobierno que estuvieron presentes en el magno evento. Era imposible abstraerse de la sabiduría del pueblo salvadoreño ya demostrada con sus cánticos y consignas a la llegada de los presidentes: las ovaciones a Rafael Correa y Evo Morales fueron ensordecedoras, al igual que las que le profesó el soberano a los vicepresidentes de Cuba, Salvador Valdés Mesa; de Argentina, Amado Boudou; y de Venezuela, Jorge Arreaza. Las organizaciones sociales y populares asistentes al acto rompieron todo protocolo y recibieron a Arreaza con exclamaciones de “Chávez, Chávez”. Cuando se escuchó por los parlantes que el presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, Mohamed Abdelaziz venía de África a acompañar al pueblo salvadoreño en su fiesta republicana, la multitud estalló en sonoras vivas al mandatario.

En ese marco de enfervorizada alegría popular, la presencia del, en ese momento, todavía Príncipe de Asturias, pasó casi inadvertida. Germán se preguntaba “¿qué habrá pensado cuando la multitud gritaba “Alerta, alerta, alerta que camina, la espada de Bolívar por América Latina?”

Así,  observábamos con Germán la difícil salida de Correa y Evo abrazados con esa marea de pueblo que les reclamaban una foto que registrara la intimidad con el amigo venido desde lejos, cuando de repente, irrumpió el andar anodino de Felipe de Borbón que sin pena ni gloria buscaba el vehículo que lo salvara de su indeseado anonimato. Casi sin pensarlo, de manera totalmente espontánea le comenté a Germán: “Pensar que ese (…) va a ser rey de España”. Lejos estaba de suponer que eso iba a ocurrir  al día siguiente.

A su llegada de El Salvador (o quizá en pleno vuelo a través del Atlántico) el “principito” como solía decirle en confianza un conocido compositor e intérprete español, se enteró con alivio que no tendría que recurrir a ninguna de las argucias de su padre para llegar a ser jefe de la moribunda y corrupta monarquía española. Iba a tener que usar otras.

Juan Carlos no pudo más. El desastre electoral en las recientes elecciones europeas fue la gota que rebalsó el vaso obligándolo a un acto de sensatez a fin de tratar de salvar los retazos de una institución inviable en el mediano plazo. El avasallador avance de los independentistas en Cataluña y el País Vasco, las dos autonomías que soportan económica y financieramente al Estado español deben haber influido en la desesperada búsqueda del oxígeno necesario para conducir el intento de revivir una monarquía que flota en mares de corrupción y descrédito.

La noticia tiene muchas lecturas. Las páginas de las banales revistas consagradas a la estupidez se llenarán de crónicas y fotos que harán revivir con toda lucidez una institución medieval de países que sin embargo dicen que son ”modernos” mientras sostienen la vagancia de líderes que en el siglo XXI, nadie eligió a pesar que dicen ser democráticos. La última caca real del bisnieto de la reina de Inglaterra o el embarazo de la princesa de Mónaco pasarán a segundo plano para dar paso a la nueva puesta en escena de una farándula mediocre, hipócrita y travestida de la que por suerte nos liberamos hace 200 años.

Sin embargo, en el trasfondo de esta pretendida abdicación, subyace la situación de un país que transita por la peor crisis económica desde la muerte del dictador Francisco Franco y la reinstalación de la monarquía en 1975.

Los índices económicos y sociales denotan la profundidad de la crisis. En cuanto a la tasa de pobreza, España, con un 17% ocupa el último lugar de los países de la UE, al igual que en desigualdad y desempleo, es decir está situada incluso por debajo de Grecia y Portugal. Es el penúltimo país en fracaso escolar, -siempre con cifras del año 2010- 28,4%. En cuanto a salud, aunque el país mantiene un alto índice de esperanza de vida,  tiene muy bajos niveles de salud, es decir se viven muchos años pero con una salubridad menor que en la mayor parte de Europa. Con motivo de la crisis, se ha dicho que los que menos la registran son los mayores de 65 años. Esto es cierto, si se compara a la propia sociedad española, pero una vez más cuando se mide  respecto a Europa, incluso este grupo social no recibe un trato equiparable.  Está entre las de peor índice superando sólo a  Grecia, Irlanda y Portugal, lo cual en ningún caso es un atenuante. La tasa de desempleo para abril de 2014 fue de 25,1% y la de jóvenes menores de 25 años de 53,5%.

La transición que permitió el entronizamiento de Juan Carlos como monarca fue ilegal e impuesta por el establishment.  Hay que recordar que en las elecciones de junio de 1977 que dieron lugar a unas Cortes con poder constituyente para redactar la Constitución que se aprobó en 1978 se impidió la presencia en los comicios a aquellos partidos que no renunciaran expresamente  al pensamiento republicano.

Ese mismo establishment hoy formado por –además de los militares, las grandes empresas, el clero de ultra derecha y una nobleza caduca que aún conserva  su putrefacta estampa medieval- el Partido Popular (PP) y el Partido Obrero Socialista Español (PSOE), los grandes beneficiarios de la transición monárquica. De la mano del rey han logrado establecer una aparente unión indisoluble entre democracia y monarquía entendiendo tal acertijo como el instrumento que ha conseguido los más importantes negocios para las grandes empresas españolas, en particular en América Latina.

Ello explica las razones de la dimisión en este momento. La sucesión debe ser resuelta por una Ley orgánica, tal como lo fija el Título II, Artículo 57, numeral 5 de la Constitución española. El artículo 81 de la misma carta magna en su numeral 2 establece que dicha ley orgánica debe ser aprobada por mayoría absoluta del Congreso. Los resultados de las recientes elecciones hicieron surgir dudas al monarca.  No quiso correr riesgos y decidió anunciar su retiro cuando aún el Partido Popular, heredero de la dictadura franquista y el domesticado PSOE se mantienen en control del parlamento. Nadie sabe qué ocurrirá a partir de ahora  dado el importante crecimiento de la izquierda y de los sectores republicanos en las recientes elecciones. Juan Carlos sabe que es ahora cuando puede cobrar a Rajoy y Rubalcaba los favores recibidos, sobre todo a este último que también se va el próximo 27 de julio. La controversia viene dada porque el artículo 92 de la Constitución fija que “Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”

Una porción importante de la ciudadanía cree que esta es “una decisión política de especial trascendencia…”,  por lo que  han manifestado inmediato repudio a la decisión de dar continuidad a un sistema a todas luces agotado. En esa medida,  han salido a las calles a exigir una votación popular que refrende o no la monarquía. En centenares de ayuntamientos ha ondeado la bandera republicana. El mismo día lunes en la noche fueron convocadas manifestaciones de apoyo a la república y repudio a la monarquía en 114 ayuntamientos de 16 comunidades autónomas.

El interés republicano rebasa las fronteras ideológicas, sectores tanto de izquierda como de derecha se movilizan tras ese objetivo. Por supuesto que el mismo pospone, pero no supera las diferencias que visiones políticas diversas plantean para el futuro las comunidades que hoy conforman el Estado español.

El primer miembro de la Casa de Borbón en España fue un Felipe, nieto de Luis XIV de Francia, que reinó durante 45 años con el nombre de Felipe V. Tal vez, el futuro nos señale una de esas asechanzas que los anales del mundo nos hacen vivir y sea otro rey del mismo nombre, quien será monarca como Felipe VI, el último Borbón de su estirpe, cerrando una ignominiosa historia de más de 300 años. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario