En el trasfondo de esta
pretendida abdicación de la corona española, subyace la situación de un país
que transita por la peor crisis económica desde la muerte del dictador
Francisco Franco y la reinstalación de la monarquía en 1975.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
El pasado domingo
asistí a la toma de posesión del nuevo presidente de El Salvador, Salvador
Sánchez Cerén. Estaba con Germán Campos. Al finalizar el protocolar acto,
esperábamos para retirarnos del recinto cuando, sin querer, quedamos ubicados en el lugar por donde se retiraban
los jefes de Estado y de gobierno que estuvieron presentes en el magno evento. Era imposible
abstraerse de la sabiduría del pueblo salvadoreño ya demostrada con sus
cánticos y consignas a la llegada de los presidentes: las ovaciones a Rafael Correa y Evo Morales fueron
ensordecedoras, al igual que las que le profesó el soberano a los vicepresidentes de Cuba, Salvador Valdés Mesa; de Argentina, Amado Boudou; y de
Venezuela, Jorge Arreaza. Las organizaciones sociales y populares asistentes al
acto rompieron todo protocolo y recibieron a Arreaza con exclamaciones de
“Chávez, Chávez”. Cuando se escuchó por los parlantes que el presidente de la
República Árabe Saharaui Democrática, Mohamed Abdelaziz venía de África a
acompañar al pueblo salvadoreño en su fiesta republicana, la multitud estalló
en sonoras vivas al mandatario.
En ese marco de
enfervorizada alegría popular, la presencia del, en ese momento, todavía
Príncipe de Asturias, pasó casi inadvertida. Germán se preguntaba “¿qué habrá
pensado cuando la multitud gritaba “Alerta, alerta, alerta que camina, la
espada de Bolívar por América Latina?”
Así, observábamos con Germán la difícil salida de
Correa y Evo abrazados con esa marea de pueblo que les reclamaban una foto que
registrara la intimidad con el amigo venido desde lejos, cuando de repente,
irrumpió el andar anodino de Felipe de Borbón que sin pena ni gloria buscaba el
vehículo que lo salvara de su indeseado anonimato. Casi sin pensarlo, de manera
totalmente espontánea le comenté a Germán: “Pensar que ese (…) va a ser rey de
España”. Lejos estaba de suponer que eso iba a ocurrir al día siguiente.
A su llegada de El
Salvador (o quizá en pleno vuelo a través del Atlántico) el “principito” como
solía decirle en confianza un conocido compositor e intérprete español, se
enteró con alivio que no tendría que recurrir a ninguna de las argucias de su
padre para llegar a ser jefe de la moribunda y corrupta monarquía española. Iba
a tener que usar otras.
Juan Carlos no pudo
más. El desastre electoral en las recientes elecciones europeas fue la gota que
rebalsó el vaso obligándolo a un acto de sensatez a fin de tratar de salvar los
retazos de una institución inviable en el mediano plazo. El avasallador avance
de los independentistas en Cataluña y el País Vasco, las dos autonomías que
soportan económica y financieramente al Estado español deben haber influido en
la desesperada búsqueda del oxígeno necesario para conducir el intento de
revivir una monarquía que flota en mares de corrupción y descrédito.
La noticia tiene muchas
lecturas. Las páginas de las banales revistas consagradas a la estupidez se
llenarán de crónicas y fotos que harán revivir con toda lucidez una institución
medieval de países que sin embargo dicen que son ”modernos” mientras sostienen
la vagancia de líderes que en el siglo XXI, nadie eligió a pesar que dicen ser
democráticos. La última caca real del bisnieto de la reina de Inglaterra o el
embarazo de la princesa de Mónaco pasarán a segundo plano para dar paso a la
nueva puesta en escena de una farándula mediocre, hipócrita y travestida de la
que por suerte nos liberamos hace 200 años.
Sin embargo, en el
trasfondo de esta pretendida abdicación, subyace la situación de un país que transita
por la peor crisis económica desde la muerte del dictador Francisco Franco y la
reinstalación de la monarquía en 1975.
Los índices económicos
y sociales denotan la profundidad de la crisis. En cuanto a la tasa de pobreza,
España, con un 17% ocupa el último lugar de los países de la UE, al igual que
en desigualdad y desempleo, es decir está situada incluso por debajo de Grecia
y Portugal. Es el penúltimo país en fracaso escolar, -siempre con cifras del
año 2010- 28,4%. En cuanto a salud, aunque el país mantiene un alto índice de
esperanza de vida, tiene muy bajos
niveles de salud, es decir se viven muchos años pero con una salubridad menor
que en la mayor parte de Europa. Con motivo de la crisis, se ha dicho que los
que menos la registran son los mayores de 65 años. Esto es cierto, si se
compara a la propia sociedad española, pero una vez más cuando se mide respecto a Europa, incluso este grupo social
no recibe un trato equiparable. Está
entre las de peor índice superando sólo a
Grecia, Irlanda y Portugal, lo cual en ningún caso es un atenuante. La
tasa de desempleo para abril de 2014 fue de 25,1% y la de jóvenes menores de 25
años de 53,5%.
La transición que
permitió el entronizamiento de Juan Carlos como monarca fue ilegal e impuesta
por el establishment. Hay que recordar
que en las elecciones de junio de 1977 que dieron lugar a unas Cortes con poder
constituyente para redactar la Constitución que se aprobó en 1978 se impidió la
presencia en los comicios a aquellos partidos que no renunciaran expresamente al pensamiento republicano.
Ese mismo establishment
hoy formado por –además de los militares, las grandes empresas, el clero de
ultra derecha y una nobleza caduca que aún conserva su putrefacta estampa medieval- el Partido
Popular (PP) y el Partido Obrero Socialista Español (PSOE), los grandes
beneficiarios de la transición monárquica. De la mano del rey han logrado
establecer una aparente unión indisoluble entre democracia y monarquía
entendiendo tal acertijo como el instrumento que ha conseguido los más
importantes negocios para las grandes empresas españolas, en particular en
América Latina.
Ello explica las
razones de la dimisión en este momento. La sucesión debe ser resuelta por una
Ley orgánica, tal como lo fija el Título II, Artículo 57, numeral 5 de la
Constitución española. El artículo 81 de la misma carta magna en su numeral 2
establece que dicha ley orgánica debe ser aprobada por mayoría absoluta del
Congreso. Los resultados de las recientes elecciones hicieron surgir dudas al
monarca. No quiso correr riesgos y
decidió anunciar su retiro cuando aún el Partido Popular, heredero de la
dictadura franquista y el domesticado PSOE se mantienen en control del
parlamento. Nadie sabe qué ocurrirá a partir de ahora dado el importante crecimiento de la
izquierda y de los sectores republicanos en las recientes elecciones. Juan
Carlos sabe que es ahora cuando puede cobrar a Rajoy y Rubalcaba los favores
recibidos, sobre todo a este último que también se va el próximo 27 de julio.
La controversia viene dada porque el artículo 92 de la Constitución fija que
“Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a
referéndum consultivo de todos los ciudadanos”
Una porción importante
de la ciudadanía cree que esta es “una decisión política de especial
trascendencia…”, por lo que han manifestado inmediato repudio a la
decisión de dar continuidad a un sistema a todas luces agotado. En esa medida, han salido a las calles a exigir una votación
popular que refrende o no la monarquía. En centenares de ayuntamientos ha
ondeado la bandera republicana. El mismo día lunes en la noche fueron
convocadas manifestaciones de apoyo a la república y repudio a la monarquía en
114 ayuntamientos de 16 comunidades autónomas.
El interés republicano
rebasa las fronteras ideológicas, sectores tanto de izquierda como de derecha
se movilizan tras ese objetivo. Por supuesto que el mismo pospone, pero no
supera las diferencias que visiones políticas diversas plantean para el futuro
las comunidades que hoy conforman el Estado español.
El primer miembro de la
Casa de Borbón en España fue un Felipe, nieto de Luis XIV de Francia, que reinó
durante 45 años con el nombre de Felipe V. Tal vez, el futuro nos señale una de
esas asechanzas que los anales del mundo nos hacen vivir y sea otro rey del
mismo nombre, quien será monarca como Felipe VI, el último Borbón de su
estirpe, cerrando una ignominiosa historia de más de 300 años.
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