Las dinámicas de un
mundo que cambia y se reconfigura aceleradamente, y que avanza hacia la
consolidación de la multipolaridad en el sistema internacional, se expresan con
fuerza en América Central. Las potencias y los intereses que se congregan en
torno al proyecto de canal interoceánico en Nicaragua así lo demuestran.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Trazado de la ruta del Gran Canal de Nicaragua. |
La empresa china HKND
Group y el gobierno sandinista de Nicaragua dieron a conocer la ruta definitiva
del Gran Canal interoceánico: un trazado de 278 km de longitud, desde la desembocadura
del río Punta Gorda, en la costa del Caribe, hasta la desembocadura del río
Brito en Rivas, en la costa del Océano Pacífico. Se trata de uno de los más
ambiciosos proyectos de ingeniería de la historia moderna, y por esa misma razón, despierta tantas dudas sobre su impacto ambiental como expectativas por
los beneficios directos e indirectos que generaría para la economía del país
centroamericano.
De concretarse su
construcción, esta obra culminaría un viejo sueño esbozado desde finales del
siglo XIX por el gobierno liberal de José Santos Zelaya, y cuyo fallido
desenlace en esa época (cuando ya Washington había elegido a Panamá como el
sitio de trazado de su canal) marcó
en mucho sentidos el desarrollo político de este país centroamericano durante
el siglo XX, pues hizo insostenible el choque entre las aspiraciones
comerciales y soberanas nicaragüenses, y los intereses geoestratégicos –imperialistas,
en definitiva- de Estados Unidos en América Central. Por supuesto, también le
sirvió de “justificación” a las élites norteamericanas para invocar la Doctrina Monroe y emprender sus reiteradas
prácticas de intervencionismo económico, político y militar.
Pero antes de esto, la
posibilidad de construir un canal en Nicaragua ya había sido contemplada por
las potencias imperiales europeas desde el siglo XVII. Es decir, el proyecto
del canal tiene como telón de fondo histórico las disputas inter-imperialistas
que definieron, en buena medida, la inserción subordinada de América Central en
el escenario del sistema internacional, desde el siglo XIX hasta nuestros días.
El historiador costarricense Rodrigo Quesada, en su estudio sobre la presencia
del imperio británico en nuestros países, afirma que “el imperialismo siempre
vio en América Central la posibilidad más real de construir un canal
interoceánico, y esto, desde la segunda parte del siglo XVI, siempre fue la
razón más esencial para darle la bienvenida a los centroamericanos a la
comunidad internacional. Las consecuencias de esta bienvenida están a la vista
para el que quiera”[1].
Hoy, esa comunidad internacional vuelve a posar
sus ojos –y sus intereses, qué duda cabe- en América Central, pero ya no son
los mismos actores del pasado: empresas públicas y privadas de China, Rusia,
Irán e incluso de los Estados Unidos, ya han manifestado sus intenciones de
financiar y participar de la megaconstrucción. Nuestra región podría
convertirse así en el destino de una impresionante movilización de capitales,
como nunca se había conocido en estas latitudes: en el lapso de 13 años, desde
el inicio de la obras de ampliación del Canal de Panamá en 2007, hasta la fecha
prevista de finalización del Gran Canal de Nicaragua, en el año 2020, se habrán
invertido más $50 mil millones de dólares, tomando en cuenta los costos
iniciales presupuestados y los imprevistos.
¿Qué implicaciones
geopolíticas tendrá para Nicaragua la operación de esta vía, a nivel de sus
relaciones diplomáticas con los Estados Unidos –que consideran al gobierno
sandinista como “hostil” a sus intereses- y con otros países y bloques
regionales? A la vista de lo sucedido en Panamá y su larga lucha por la
recuperación de la soberanía sobre la ruta interoceánica, ¿de qué manera el
modelo de concesión de la construcción y explotación del Canal durante 50 años,
prorrogable a otro medio siglo, le permitirá a Nicaragua fortalecerse como
Estado, engrosar sus ingresos fiscales y reinvertirlos en el desarrollo social
y material del país?
Son cuestionamientos
que permanecerán abiertos y solo en la medida que avancen las obras y los
acontecimientos políticos, sociales y ambientales relacionados con estas,
podremos ir dilucidando las interrogantes. Por ahora, lo único claro es que las
dinámicas de un mundo que cambia y se reconfigura aceleradamente, y que avanza
hacia la consolidación de la multipolaridad en el sistema internacional, se
expresan con fuerza en América Central.
Con todo, el hecho que
el proyecto del Gran Canal se conciba desde una perspectiva política y
estratégica diferente a la que, a inicios del siglo XX, se impuso por todos los
medios –legales y espurios- en el Canal de Panamá para afianzar el dominio del
istmo por parte de los Estados Unidos, es ya un signo halagüeño. Ojalá el
pueblo nicaragüense y sus dirigencias políticas, cualquiera sea su filiación
ideológica, comprendan la importancia del momento histórico y de las nuevas
condiciones que el contexto global ofrece para el Gran Canal; que sean vigilantes de su ejecución en todos los
ámbitos y del resguardo de su patrimonio ambiental y, por sobre todo, que no
permitan que la promesa de bienestar que se augura les sea arrebatada por
nadie.
NOTA:
[1] Quesada, Rodrigo
(2002). Recuerdos del imperio. Los ingleses en América Central (1821-1915).
Heredia, Costa Rica: EUNA, p. 430.
Una pregunta: Si ellos los chinos, rusos, iraníes y los mismos norteamericanso lo construyen y se lo dejan por 100 años ¿Que gana el pueblo de Nicaragua cediendo su tierra y destruyendo su medio ambiente? Hago la pregunta porque el pueblo panameño sigue en la pobreza y el desamparo antes con la concesión y ahora que es panameño. Ahi hay mucha riqueza para los ricos y mucha pobreza para los pobres. ¿Será eso igual en Nicaragua? ¿Será solo un tema estratégico de la geopolítica?
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