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sábado, 12 de julio de 2014

Fútbol

Por ser tan hermoso es que lo han prostituido, que se ha transformado en el negocio fabuloso que es ahora. ¿Qué tiene que ver el fútbol con los miles de millones que se han gastado en este último Mundial mientras la gente necesita otras cosas más necesarias e importantes?

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

Recibimiento de la selección de Colombia en Bogotá,
tras su participación en el Mundial de Fútbol.
A mí me gusta el fútbol. Lo jugué de niño y tengo recuerdos fantásticos de los partidos de 150, 200 minutos interminables que se nos hacían poco, bajo el sol calcinante de la playa, cuando los ocho jugadores que pateábamos la bola nos quemábamos los pies sobre la arena ferrosa que reverberaba abrasadora; o bajo la lluvia inclemente que anegaba toda la cancha lodosa en donde solo por milagro la bola, pesada, recorría algunos metros antes de estancarse en algún charco.

Guardo aún en mis pupilas los colores festivos del primer partido al que asistí en un estadio. Era de noche, recuerdo, y el verde intenso de la gramilla iluminada contrastando con los alucinantes rojos, amarillos, morados y negros de los uniformes de los jugadores me parecieron lo más cercano a la alegría y la fiesta.

Hace muchos años, tal vez cuarenta o más, fui con mis dos hermanos a ver un partido en el que la selección de mi país se jugaba el todo por el todo en una eliminatoria para ir las Olimpiadas. Creo que eran las del 68 de México, Olimpiadas memorables con cuyos afiches empapelé mi habitación durante varios años, hasta que me fui de la casa paterna para no volver nunca a ella ni a la Patria.

Para ese partido llegamos tarde, por más que corrimos desesperadamente para llegar a tiempo, y no nos alcanzaba la plata más que para comprar una entrada de las que nos vendían los revendedores apostados como buitres y que no se apiadaron de nuestra angustia infantil y adolescente, y decidimos verlo a través una reja desde la que solo se veían la mitad de la cancha y una portería en medio de una selva de cabezas de lustrabotas, vendedores de chicles, de refrescos y caramelos, pero eso fue suficiente para que sufriéramos como el más pintado, como el mejor apoltronado en la butaca más cara.

Cuando jugábamos había siempre un narrador que nos ponía a cada uno el nombre de alguno de los héroes de la temporada. Recuerdo a un portero Rómulo y a otro al que llamaban “El Rubio” Nixon García; a un defensa que le decían “El Lobito” Melgar y a los hermanos Villavicencio (uno defensa y el otro delantero).

Éramos, como ellos, gloriosos en la cancha, incansables, diablos, dribladores y, al terminar de jugar, nos aturusábamos de agua hasta casi reventar mientras a lo lejos escuchábamos la regaños de las madres al vernos sucios (asquerosos, decían), raspados y sudorosos.

¿Cómo no amar, entonces, el fútbol, si está tan cerca de todo lo querido, de los recuerdos que le dan sentido a la existencia, de los años en los que la felicidad tenía forma redonda y estaba a nuestros pies?

El fútbol sigue siendo bello. ¡Qué hermosos los estadios!, las cada vez más apoteósicas tomas de las decenas de cámaras apostadas en todos los rincones; la hinchada fervorosa, el sufrimiento, la alegría, los gritos y las porras de aliento.

Por ser tan hermoso es que lo han prostituido, que se ha transformado en el negocio fabuloso que es ahora. ¿Qué tiene que ver el fútbol con los miles de millones que se han gastado en este último Mundial mientras la gente necesita otras cosas más necesarias e importantes?

Por eso también lo utilizan para desviar la atención, para que no nos fijemos en lo que está pasando, en la subida de los precios, en la aprobación de impuestos.

Y es también catalizador de muchos males que nos corroen y que no emanan de él, necesariamente, y que evidencian los límites de las sociedades que hemos construido: el machismo, por ejemplo, que encuentra frecuentemente cauce a través de la violencia en el estadio o fuera de él, en la casa, en donde la frustración se canaliza hacia los hijos o la esposa.

Los costarricenses también expresaron su "pasión"
por los jugadores del equipo nacional de fútbol.
En Colombia y Costa Rica nunca se recibió con tanta algarabía a nadie como a las selecciones de fútbol que volvieron “victoriosas” en estos días. Fueron decenas de miles que bloquearon el tránsito e hicieron colapsar las ciudades, y crecieron los egos nacionalistas hasta el ridículo.

Por escribir estas líneas seguramente seré tachado de amargado, traidor y mal agradecido, pero no puedo dejar de decir que me sorprende con qué facilidad cae, en este mes de irracionalidad siempre creciente, la pequeña capa de barniz que nos da relumbrón de animales racionales y civilizados.

Sin embargo, a pesar de todo, este domingo será la final del Mundial Brasil 2014 y espero que Argentina saque la cara por todos nosotros, los “cabezas negras” del mundo… aunque sea con un plantel de millonarios.

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