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sábado, 26 de julio de 2014

Nuestra voz condenando la agresión al pueblo palestino

Nosotros, desde aquí, levantamos nuestra voz de protesta, hacemos pública nuestra indignación, condenamos a los agresores y sus cómplices y nos solidarizamos con el pueblo palestino, aunque desde allá, entre el fragor ensordecedor de las bombas que lo masacran, no nos escuchen. Llamamos a que todos los que se sienten conmovidos por estas acciones criminales, hagan pública su condena y su repudio a lo que está sucediendo.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

¿Qué se puede decir nuevo respecto al genocidio que comete Israel contra el pueblo palestino de Gaza? Seguramente nada o muy poco, porque han sido ríos de tinta los que han corrido sobre el tema en los últimos días. Tal vez, lo único que cabe es hacer pública una posición, hacer lo que se pueda, estando lejos, para protestar, y tener casi la certeza que el clamor de tu voz se unirá a un coro de millones que no será escuchado; que mientras protestas, el Estado de Israel seguirá cometiendo las peores atrocidades, y que la llamada “comunidad internacional”, es decir, el club de los que tienen la sartén por el mango, seguirán haciendo la pantomima de siempre.

Israel y Palestina se encuentran en el centro de la región más caliente del planeta. Ojalá estuviéramos hablando de temperatura pero no, estamos hablando de política: en el cruce de caminos que llevan a océanos de petróleo y gas; a fronteras que colindan con disputas geopolíticas de las grandes potencias; a las orillas del Mediterráneo, ese mar transparente y azul en cuyas bordes floreció la civilización dominante en el mundo en nuestros días.

Una tierra seca es la que habitan estos pueblos, tierra a la que el Israel de los primeros años, aquella que los kibutz que atraían tanto la atención de quienes buscaban formas de organización social comunitaria y alternativa logró poblar de naranjales haciendo florecer los espacios pedregosos.

Una tierra con una memoria larga, llena de momentos emblemáticos para la cultura occidental, hitos referenciales ante los que nadie puede permanecer indiferente.

Tierra, también, en la que colocaron después de la Segunda Guerra Mundial al agredido pueblo de los judíos, el que había sufrido el más terrible genocidio que recuerda la memoria humana de nuestros días; el que nos remite al niño de no más de seis años con las manos en la cabeza mientras le apunta el fusil de un soldado nazi en el Gueto de Varsovia; el de los cadáveres esqueléticos arrojados a las fosas comunes; el de los trenes llenos de ganado humano rumbo al sacrificio.

¿Cómo pueden ellos, que tienen aún tan cerca la nefasta experiencia del holocausto, hacer lo que hacen y decir lo que dicen? ¿Cómo puede una política israelí llamar, como una fascista cualquiera, llamar al exterminio de las madres palestinas para que no paran más a los que ella considera sus enemigos mortales?

No hay palabras. Nada lo justifica. Es inhumano.

Y sus aliados, unos desvergonzados. ¡Qué tristeza ver a un Obama, en el que tantas esperanzas pusieron sus compatriotas, en esa tesitura! ¡Qué vergüenza para los franceses que votaron por él, un FranÇois Hollande dizque socialista, tan paniaguado y tan reaccionario!

Nosotros, desde aquí, levantamos nuestra voz de protesta, hacemos pública nuestra indignación, condenamos a los agresores y sus cómplices y nos solidarizamos con el pueblo palestino, aunque desde allá, entre el fragor ensordecedor de las bombas que lo masacran, no nos escuchen.

Llamamos a que todos los que se sienten conmovidos por estas acciones criminales, hagan pública su condena y su repudio a lo que está sucediendo. También a que se enteren de las razones que se esconden tras las cortinas de humo de las bombas, a que vean a la cara no solo a los perpetradores directos sino, también, a todos sus cómplices. Esos que como aves de mal agüero vuelan de Qatar al Cairo con disfraz de paloma de la paz cuando no son más que halcones rapiñeros.

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