Nosotros, desde aquí, levantamos nuestra
voz de protesta, hacemos pública nuestra indignación, condenamos a los
agresores y sus cómplices y nos solidarizamos con el pueblo palestino, aunque
desde allá, entre el fragor ensordecedor de las bombas que lo masacran, no nos
escuchen. Llamamos a que todos los que se sienten conmovidos por estas acciones
criminales, hagan pública su condena y su repudio a lo que está sucediendo.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
¿Qué se puede decir nuevo respecto al
genocidio que comete Israel contra el pueblo palestino de Gaza? Seguramente
nada o muy poco, porque han sido ríos de tinta los que han corrido sobre el
tema en los últimos días. Tal vez, lo único que cabe es hacer pública una
posición, hacer lo que se pueda, estando lejos, para protestar, y tener casi la
certeza que el clamor de tu voz se unirá a un coro de millones que no será
escuchado; que mientras protestas, el Estado de Israel seguirá cometiendo las
peores atrocidades, y que la llamada “comunidad internacional”, es decir, el
club de los que tienen la sartén por el mango, seguirán haciendo la pantomima
de siempre.
Israel y Palestina se encuentran en el
centro de la región más caliente del planeta. Ojalá estuviéramos hablando de
temperatura pero no, estamos hablando de política: en el cruce de caminos que
llevan a océanos de petróleo y gas; a fronteras que colindan con disputas
geopolíticas de las grandes potencias; a las orillas del Mediterráneo, ese mar
transparente y azul en cuyas bordes floreció la civilización dominante en el
mundo en nuestros días.
Una tierra seca es la que habitan estos
pueblos, tierra a la que el Israel de los primeros años, aquella que los kibutz
que atraían tanto la atención de quienes buscaban formas de organización social
comunitaria y alternativa logró poblar de naranjales haciendo florecer los
espacios pedregosos.
Una tierra con una memoria larga, llena
de momentos emblemáticos para la cultura occidental, hitos referenciales ante
los que nadie puede permanecer indiferente.
Tierra, también, en la que colocaron
después de la Segunda Guerra Mundial al agredido pueblo de los judíos, el que
había sufrido el más terrible genocidio que recuerda la memoria humana de
nuestros días; el que nos remite al niño de no más de seis años con las manos
en la cabeza mientras le apunta el fusil de un soldado nazi en el Gueto de
Varsovia; el de los cadáveres esqueléticos arrojados a las fosas comunes; el de
los trenes llenos de ganado humano rumbo al sacrificio.
¿Cómo pueden ellos, que tienen aún tan
cerca la nefasta experiencia del holocausto, hacer lo que hacen y decir lo que
dicen? ¿Cómo puede una política israelí llamar, como una fascista cualquiera,
llamar al exterminio de las madres palestinas para que no paran más a los que
ella considera sus enemigos mortales?
No hay palabras. Nada lo justifica. Es
inhumano.
Y sus aliados, unos desvergonzados. ¡Qué
tristeza ver a un Obama, en el que tantas esperanzas pusieron sus compatriotas,
en esa tesitura! ¡Qué vergüenza para los franceses que votaron por él, un
FranÇois Hollande dizque socialista, tan paniaguado y tan reaccionario!
Nosotros, desde aquí, levantamos nuestra
voz de protesta, hacemos pública nuestra indignación, condenamos a los
agresores y sus cómplices y nos solidarizamos con el pueblo palestino, aunque
desde allá, entre el fragor ensordecedor de las bombas que lo masacran, no nos
escuchen.
Llamamos a que todos los que se sienten conmovidos
por estas acciones criminales, hagan pública su condena y su repudio a lo que
está sucediendo. También a que se enteren de las razones que se esconden tras
las cortinas de humo de las bombas, a que vean a la cara no solo a los
perpetradores directos sino, también, a todos sus cómplices. Esos que como aves
de mal agüero vuelan de Qatar al Cairo con disfraz de paloma de la paz cuando
no son más que halcones rapiñeros.
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