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sábado, 23 de agosto de 2014

Getulio Vargas a sesenta años de su suicidio

Este domingo 24 de agosto se cumplen 60 años del suicidio de Getulio Vargas, quien entonces, era presidente de Brasil electo por última vez en 1950.

Roberto Utrero / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Hombre mayor, con larga trayectoria, mentor del Estado Novo, estaba alejado de la vida política, vivía recluido voluntariamente en su hacienda gaúcha, de la que salió impulsado por el apoyo popular recibido en aquellas elecciones.

Fue sin duda la figura más importante de la política de Brasil del siglo XX. Él coloca las bases del Estado moderno actual y, además, impulsa la cultura, la economía, la administración a través de la creación de instituciones como Petrobrás, Electrobrás o el IBGE, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística. Además lleva su nombre la emblemática Fundación con sede en Botafogo, en Río de Janeiro en donde se forma la elite dirigente brasileña.

El suicidio siempre ha sido la decisión extrema de un hombre desesperado que, en su soledad más radical no puede encontrar otra salida; siempre acarrea un misterio y a la vez, despliega un manto de sospecha o acusación entre quienes le rodean en esa instancia capital y no pueden contenerlo.

Con Getulio Vargas es diferente, la carta que deja en su despacho del Palacio de Catete, en la ciudad de Río de Janeiro, en donde se encontraba entonces la capital brasileña, es una muestra palpable de los móviles que lo llevan a quitarse la vida:

"Una vez más las fuerzas y los intereses contra el pueblo se coordinaron y se desencadenaron sobre mí.
No me acusan, me insultan; no me combaten, me difaman; y no me dan el derecho a defenderme. Necesitan apagar mi voz e impedir mi acción, para que no continúe defendiendo, como siempre defendí, al pueblo y principalmente a los humildes. Sigo lo que el destino me ha impuesto. Después de décadas de dominio y privación de los grupos económicos y financieros internacionales, me hicieron jefe de una revolución que gané. Comencé el trabajo de liberación e instauré el régimen de libertad social. Tuve que renunciar. Volví al gobierno en los brazos del pueblo.
La campaña subterránea de los grupos internacionales se alió con grupos nacionales revolucionarios contra el régimen de garantía del trabajo. La ley de trabajos extraordinarios fue interrumpida en el Congreso. Contra la Justicia de la revisión del salario mínimo se desencadenaron los odios. Quise crear la libertad nacional en la potencialización de nuestras riquezas a través de Petrobrás, mal comienza ésta a funcionar cuando la onda de agitación crece. La Eletrobrás fue obstaculizada hasta la desesperación. No quieren que el pueblo sea independiente.
Asumí el gobierno dentro del espiral inflacionario que destruía los valores del trabajo. Las ganancias de las empresas extranjeras alcanzaban hasta el 500% al año. En las declaraciones de valores de lo que importábamos existían fraudes que constataban más de 100 millones de dólares al año. Vino la crisis del café, se valorizó nuestro principal producto. Intentamos defender su precio y la respuesta fue una violenta represión sobre nuestra economía al punto de vernos obligados a ceder.
Vengo luchando mes a mes, día a día, hora a hora, resistiendo la represión constante, incesante, soportando todo en silencio, olvidando y renunciando a todo dentro de mí mismo, para defender al pueblo que ahora se queda desamparado. Nada más les puedo dar a no ser mi sangre. Si las aves de rapiña quieren la sangre de alguien, quieren continuar chupando al pueblo brasileño, yo ofrezco en holocausto mí vida. Escojo este medio para estar siempre con ustedes. Cuando los humillaren, sentirán mi alma sufriendo a su lado. Cuando el hambre fuera a golpear sus puertas, sentirán en sus pechos la energía de lucha para ustedes y sus hijos. Cuando los desprecien, sentirán en mi pensamiento la fuerza para la reacción.
Mi sacrificio los mantendrá unidos y mi nombre será su bandera de lucha. Cada gota de mi sangre será una llama inmortal en su conciencia y mantendrá la vibración sangrada para resistir. Al odio respondo con perdón. Y a los que piensan que me derrotan respondo con mi victoria. Era un esclavo del pueblo y hoy me libro para la vida eterna. Pero este pueblo, de quien fue esclavo, no será más esclavo de nadie. Mi sacrificio quedará para siempre en sus almas y mi sangre tendrá el precio de su rescate.
Luché contra las privaciones en el Brasil. Luché con el pecho abierto. El odio, las infamias, la calumnia no abatirán mi ánimo. Les daré mi vida. Ahora les ofrezco mi muerte. Nada de temor. Serenamente doy el primer paso al camino de la eternidad y salir de la vida para entrar en la historia."[1]

Su muerte tal como lo previno, lo transformó en mártir y su pensamiento quedó pendiente de ser desarrollado por los presidentes que le sucedieron, hasta puede decirse que la construcción de Brasilia se debe a su inspiración.

Sin embargo sus detractores lo acusaron de populismo, cuando no, de demagogo, término al que también recurren los adalides de la democracia cuando descalifican a  quienes combaten las desigualdades.

El contenido de su carta –el que resulta ilustrativo publicarlo en su extensión– resulta común al discurso de los líderes actuales que están llevando a cabo el proceso de cambio en América Latina, los enemigos con que él se enfrentaba son los mismos aunque remozados.

La acusación mediática ronda sobre los vicios del populismo, palabra polisémica que retrotrae a la decimonónica dualidad de “civilización y barbarie”, con que se trata de estigmatizar a los gobernantes que intentan mejorar la redistribución de la riqueza y mejorar las condiciones de vida en nuestros países. En este sentido cabe recordar a don Arturo Jauretche quien decía que “el caudillo era el sindicato del gaucho” porque protegía a aquel ser errante que era presa de la papeleta de conchabo, que les proveía de mano de obra esclava a los señores ganaderos de la pampa argentina. Porque convengamos que el liderazgo carismático se transforma de acuerdo al cristal con que se lo mire y de ello, tenemos demasiadas muestras en la actualidad.

También se lo ha tildado de paternalista, porque siempre sus discursos iban dirigidos a “los trabajadores de Brasil”, esa clase obrera que iba emergiendo del campesinado de la “República Vieja” para transformarse en el proletariado industrial que haría el “milagro” de la década siguiente a su muerte.

En este punto coinciden las izquierdas como las derechas. Las primeras porque reducen su acción a la crítica intelectual sin mancharse las manos en el lodo de la historia, y las segundas, al ver afectados sus intereses por el intervencionismo estatal, se revuelven indignadas al perder privilegios. De allí que se unan a sus patrones foráneos y desplieguen sus berrinches en los grandes medios de difusión.

Getulio Vargas en Brasil como Juan Domingo Perón en Argentina, rescataron del olvido a los desposeídos y los transformaron en el colectivo social que realizaría los cambios estructurales de la sociedad que, con avances y rupturas, continúa hasta nuestros días. Consagraron los derechos sociales por sobre las necesidades postergadas de los trabajadores, negadas desde siempre por las oligarquías vernáculas y establecieron los beneficios del Estado de Bienestar. Supieron oponerse a los buitres externos que andan eternamente al acecho.

La proyección de sus legados puede observarse tanto en los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva, Dilma Rousseff o Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner y, seguramente se adviertan analogías en la República Bolivariana de Venezuela de Chaves, en el Ecuador de Rafael Correa o, en la Bolivia de Evo Morales.



NOTA: 
[1] Carta de Getulio Vargas hallada en su escritorio junto a su cadáver.

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